La imagen que proyectaban este sábado dos de los municipios más castigados por las barrancadas, Paiporta y Catarroja, destilaba cierto optimismo. Pero no me malentiendan. Aún queda mucho camino para volver a una realidad como la que existía antes de la DANA, un suceso ... que bien podríamos abreviar como a. D., al igual que lo hacemos con a. C. cuando hacemos referencia a un momento histórico. Lo del optimismo es por algo tan sencillo como que ya se podía ver el color gris de las aceras o algún que otro comercio abierto. Pero llamar normalidad a eso sería faltar a la verdad. Los supermercados seguían cerrados en Paiporta y en Catarroja abrió uno el pasado viernes, por lo que los puntos de reparto de alimentos y productos se convirtieron en la salvación de miles de valencianos, junto a la ayuda de amigos y familiares.
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Alberto Martínez de la Calle
Ese optimismo del que hablaba, por poco que sea, se lo deben en una gran parte a los voluntarios que todavía resisten y que vienen de otras regiones de España. «No nos han olvidado, gracias a Dios, y ayuda no nos falta», cuenta Maria Teresa, una vecina de Paiporta. Desde lugares como Madrid, Cádiz o Mataró (Barcelona) siguen llegando refuerzos para continuar con la limpieza de garajes, con el reparto de víveres y hasta con atenciones de enfermería y reparaciones eléctricas.
Cierto es que, más de tres semanas después, la ola de solidaridad de los primeros días se ha convertido en un goteo incensante pero necesario. Por los puentes que conectan la capital con l'Horta Sud ya no transcurre ese ejército de civiles equipados con palas y escobas, lo que no sólo se debe achacar a una menor afluencia de voluntarios procedentes de Valencia, sino también a la apertura de los accesos y la facilidad para llegar a la zona cero en vehículo.
Jorge viene desde Cádiz con la Asociación Reto Esperanza y todos los días se coloca en el mismo punto, en una de las entradas de Paiporta, para repartir alimentos. A su parecer, el número de voluntarios ha ido a menos conforme han pasado los días, por lo que ve más necesaria todavía la ayuda que sigue llegando. «Cuando ponemos el puesto, se forma una cola para para recoger alimentos, porque todavía no hay ningún supermercado abierto», explica el gaditano.
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Marta y Cristina arrojan determinación en sus miradas. Llevan desde hace casi tres semanas sin parar y aún así cuentan su experiencia con una energía contagiosa. Vienen desde Mataró (Barcelona) y entre semana se dedican a organizar y gestionar todas las donaciones que albergan en una nave de 2.000 metros cuadrados para venir a Valencia los fines de semana a realizar distintas labores. «Queda mucho por hacer. Hay gente mayor que ha perdido todo el dinero que tenían en efectivo en sus casas y hasta enseres tan básicos como dentaduras y gafas», señala Cristina, quien destaca que los primeros días fueron casa por casa a las plantas bajas para llegar directamente a los afectados.
«La semana pasada vinimos con un equipo de enfermeras para hacer curas de gente que estaba recién operada. Esta semana hemos traído electricistas y fontaneros desde Mataró», cuenta la joven voluntaria, quien se apuntó todas las calles donde no había luz ni agua en Catarroja tres semanas después de la DANA. «Hemos ido a poner agua y luz desde Barcelona. En un principio el Ayuntamiento nos dijo que no hacía falta, que ya se organizaban ellos...», señala indignada. En concreto, este grupo se aloja en una parroquia ubicada cerca de la plaza del Ayuntamiento. «Hemos puesto en contacto empresas con empresas. Por ejemplo, esta semana hemos entregado 50.000 kilos de jabón y suavizante», agrega.
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Un dato curioso que explican Marta y Cristina es que ya no ven desplegados los puntos de ayuda que estaban en las semanas anteriores en Catarroja. «Es cierto que al principio era complicado acceder al municipio. La semana pasada tuvimos que utilizar un contacto que vivía aquí y tenía permiso de la Guardia Civil, si no no hubiéramos podido entrar. Ahora ya se puede circular», explican las barcelonesas, que no se atreven a fijar un horizonte temporal para su voluntariado. «Nos gustaría estar todo lo que podamos, aún queda mucho que hacer. Ahora tenemos miedo de que Mataró nos ha dicho que nos van a quitar la nave, así que ya veremos dónde podemos seguir almacenando donaciones», se lamentan.
En Paiporta, un joven pasea entre la polvareda con un EPI de color azul. Sujeta dos plátanos y un café con cada mano. «Vengo desde Madrid con un grupo de Hakuna. Venimos todos los fines de semana. La verdad es que motiva ver las experiencias y testimonios de los que ya han venido antes a ayudar porque te das cuenta de que aquí es donde hay que estar. El que pueda y tenga tiempo libre tiene que venir, porque sigue haciendo mucha falta», cuenta el muchacho. Según explica, aquellos con más vigor físico se dedican a sacar muebles o meterse en el lodo de los garajes, mientras que otros pueden enfocarse en otras tareas.
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Marisol es vecina de Xirivella y también está entregada a la causa. Este sábado fue a Catarroja, donde reparte productos de primera necesidad en la calle, pero ha estado en otros municipios siempre que su trabajo como cuidadora interna se lo ha permitido. «Las calles han mejorado. A nivel de voluntarios no vienen tanto como antes. Todos estos voluntarios son increíbles», agrega.
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