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El 29 de octubre de 2024, la tragedia visitó Valencia. La dana devastó la provincia y dejó un triste balance de muertos y horror. Medio ... año después, el 28 de abril, estaba convocada otra cita con la Historia, también inesperada. Una cita incruenta, afortunadamente, que no guarda por lo tanto en ese aspecto comparación con el drama del 29-O. Pero fue una jornada igualmente diabólica, con una similitud profunda. También la vida ciudadana se paralizó, cesó la actividad económica y los gestos más cotidianos quedaron en suspenso: fue el mayor apagón de nuestra historia, que golpeó a la Comunitat con la misma saña que al resto del país, aunque con una particularidad: siendo el lunes festivo en Valencia, las consecuencias fueron sin duda menores que de haberse cortado el suministro eléctrico en día de labor. Sí hubo coincidencia el día después: el martes amaneció con la normalidad recuperada. Pero las incógnitas permanecen.
La vuelta a la vida normal tardó sin embargo unas horas en registrarse. A primera hora de ayer, persistían los contratiempos en distintos ámbitos y en diferentes puntos de la geografía valenciana. Cuando el sol amaneció, hubo que lidiar aún con los inconvenientes tecnológicos que hicieron la vida casi imposible el día anterior y se seguía torturando a los usuarios de las diversas pantallas que nos acompañan en el trabajo y en el ocio. Superado ese suplicio con el paso de las horas, el servicio eléctrico se restableció y empezó a disiparse el eco de tantas quejas que se acumulaban sobre todo en el ámbito de las comunicaciones. Por carretera, apenas hubo incidencias. Los aeropuertos de la Comunitat retomaron también el pulso habitual, con algún quebranto lógico entre los pasajeros: lo propio de un fallo en el suministro de semejante magnitud. Pero en las conexiones ferroviarias había todavía a esa primera hora de la mañana noticias que alertaban de que el propósito de recuperar la vida cotidiana debía esperar un tiempo para materializarse. La atención estaba puesta en la estación Joaquín Sorolla, donde un grupo de viajeros había tenido que pasar la noche como pudo porque los enlaces por tren con el resto de la Península fallaron el día anterior y continuaban fallando a primera hora.
Entre los usuarios del Metro de Valencia ocurrió algo parecido. Era muy evidente las molestias que el apagón aún provocaba con más saña entre quienes desde aquel infausto 29 de octubre han visto alterada su rutina y tienen que someterse a un calvario para ir y venir a Valencia o moverse por el entorno metropolitano. El vecindario de la zona cero está resignado a lidiar con obstáculos de esta naturaleza (malas frecuencias de paso, amontonamiento de pasajeros, penosos traslados desde su hogar al centro de trabajo o de estudios), pero este martes tropezó con una versión corregida y aumentada de sus penalidades diarias. Hubo repuesto mediante autobuses lanzadera, que ayudaron a paliar ese déficit de comunicaciones, y la mañana fue avanzando un poco según la extraña lógica que implantaron los días posteriores a la dana: la reconstrucción de la vida corriente se abría paso en el plano ciudadano, pero activaba al mismo tiempo encendidos debates en el ámbito político, con el desolador cruce de acusaciones entre partidos e instituciones que siguió a esa infausta jornada.
Como entonces, la mirada informativa se dirigió ayer a los diferentes órdenes donde habita la actividad diaria. El repaso del mundo escolar ofreció noticias nada alarmantes. Como reclamaban las autoridades de Valencia desde el día anterior, las familias pudieron llevar a sus hijos al colegio respectivo, pero no hubo clase lectiva, sino actividades lúdicas. Tampoco hubo exámenes. Esa fue igualmente la tónica dominante en las universidades, que funcionaron a medio gas en atención a las especiales circunstancias (sobre todo, de movilidad) que hacían de este martes 29 de abril un día muy singular. En parecidos términos operó el aparato sanitario, asumiendo con naturalidad las peculiaridades de una jornada que obligaba a manejarse con el freno de mano puesto. El civismo se impuso. No hubo novedades en el apartado de la seguridad ciudadana, como se temía el lunes cuando se hacía de noche y cundía la preocupación en algunos municipios ante la posibilidad de que menudeasen los delitos, y tampoco se registraron grandes contrariedades en el ejercicio de la actividad industrial. Los polígonos del entorno de Valencia, cuyas factorías estaban el lunes estaban mayoritariamente cerrada por ser festivo, volvieron a latir. El recuento de pérdidas por el apagón convive con una evidencia: los grandes protagonistas del 28 de abril y las horas siguientes fueron los grupos electrógenos. Los equipos autónomos que a base del denostado combustible fósil (el venerable gasóil de toda la vida) aseguraron que el corazón de la economía no dejara de palpitar. Materia para la reflexión.
En realidad, todo lo ocurrido a raíz de la caída de la red encierra desde luego una serie de lecciones que deberían iluminar las respuestas que ofrezca el país en su conjunto para solventar esta crisis, que cuestiona el presente modelo energético. Pero de momento prevalece, también como sucedió luego de la dana según una lógica de enfrentamiento que se resiste a desaparecer, el discurso cainita. La polémica avivada a cuenta de cómo se gestiona un fenómeno tan complicado como el sufrido en compañía de Portugal. A media mañana, el presidente Carlos Mazón comparecía ante los medios de comunicación para dar cuenta de la posición adoptada por el Consell, que esta vez sí reclamó implantar la fase III del protocolo de emergencias, que dejaba esa responsabilidad en manos del Gobierno. De nuevo, reaparecía el contraste con los protocolos activados tras el 29-O. Y de nuevo, el cruce de reproches dominaba el ecosistema político, porque Mazón se apresuró a reclamar de Pedro Sánchez las explicaciones más concretas que el día anterior había hurtado ante la opinión pública en sus dos comparecencias en la Moncloa, en ninguna de las cuales aceptó preguntas de los medios de comunicación.
El jefe del Consell aprovechó para presionar al Gobierno para que explique las causas del apagón y garantice que no se volverá a producir, además de reclamar de Sánchez un debate sobre la realidad energética «sin extremismos». Una petición que el interpelado esquivó poco después. En su tercera comparecencia en las últimas 24 horas, el jefe del Ejecutivo central sí que aceptó responder a los periodistas, pero su posición apenas varió de la enunciada el lunes. Sánchez modificó su estrategia en un par de aspectos. Endosó de pasada parte de la responsabilidad en las centrales nucleares (a su juicio, fueron más un problema que una solución al apagón) y profundizó en la vía abierta el día anterior, cuando insinuó que la culpa del desastre ocurrido se debía atribuirse a lo que llamó «operadores eléctricos», una alusión a la red privada que mitiga la posible culpa del organismo Red Eléctrica, cuyo principal accionista es por cierto público: la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales.
Este organismo, curiosamente, había negado poco antes de que compareciera Sánchez que hubiera una mano negra detrás del apagón. No debía buscarse por lo tanto respuestas al apagón en misteriosos ciberataques, posibilidad que sin embargo no llegó a descartar Sánchez con la misma contundencia. Queda en el aire la pregunta que se hacía el mismo lunes toda España y que expresaba con candor infantil un pequeño valenciano, cuando preguntaba a sus padres quién había apagado la luz. La respuesta es que al cierre de esta edición es que no se sabe. Prevalece el misterio, campo abonado para las especulaciones, los bulos y las falsedades que proliferaban desde el día anterior por su terreno favorito (las redes sociales), engrandecido precisamente por la ausencia de una tesis oficial que liquidara el ambiente conspiranoico que se hizo presente en la conversación pública a medida que la tecnología volvió a funcionar y pudieron propagarse teorías de toda índole. La mayoría, marcianas.
También Alberto Núñez Feijóo, presente en Valencia estos días para asistir a la cumbre del Partido Popular Europeo donde se integran sus siglas, había cargado precisamente contra Sánchez por la falta de información fiable que caracteriza a Moncloa desde el lunes. Pero, al mismo tiempo, en abierto contraste con la oscuridad que distingue la gestión de la crisis, la luz se hacía sobre la Comunitat. Las filas en las gasolineras, una preocupante estampa que recorrió sus principales ciudades el lunes, se evaporaron. Volvió la normalidad, como volvió al sector de la alimentación, la distribución y la hostelería. El lunes, con la vida suspendida por el apagón, Valencia parecía una inmensa terraza, con los veladores desbordantes como si fueran los días de Fallas por un público que puso al mal tiempo y al apagón buena cara y una cerveza o un refresco. Superado ese momento crítico, la restauración de la Comunitat solventó el contratiempo amparada en el eficaz desempeño de los equipos electrógenos, decisivos también para abastecer con otro líquido (el agua, tan imprescindible) los hogares valencianos. El Ayuntamiento había pedido el lunes por la noche atenuar el uso doméstico en previsión de mayores problemas y tanto la ciudadanía como las empresas gestoras cumplieron con su parte: el agua siguió fluyendo con normalidad del grifo de casa.
Así que esta crónica se escribe desde ese punto de vista y así debería leerse: como el relato de la vertiginosa recuperación de la normalidad. Hubo suspensiones de actos jurídicos en los tribunales, recuperó el tono vital el mundo de la cultura y del ocio, el servicio del taxi recobró sus rutinas... Contratiempos menores que se solventaron con ingenio y buena voluntad. La ciudadanía, como en el caso del covid y también durante los infelices días de la dana que todavía nos persigue, hizo su parte del trabajo. Más cuestionable parece el papel de su clase dirigente. A media tarde, ese regreso a la fisonomía propia del 28 de abril, poco después de las doce y media, avanzaba otro paso. El Gobierno valenciano, a través del conseller de Emergencias a Interior Juan Carlos Valderrama, ha solicitaba en la reunión del Cecopi, el organismo que ganó notoriedad durante la gestión de la dana, reclamó «ante la mejoría de la situación» que se emprendiera la desescalada a nivel 2 del Plan Territorial de Emergencias. Una solicitud se plantea al Centro Nacional de Seguimiento y Coordinación de Emergencias (CENEM), dependiente del Estado, que llegaba apenas unas horas después de demandar que se activara el nivel 3 que situaba el mando único en el Ejecutivo central. La normalidad ganaba terreno, en la Comunitat y en España. Sólo falta saber lo esencial, lo que decía ese niño: quién apagó la luz.
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