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Zona cero de la dana: ruta por los pueblos del «ya»

Zona cero de la dana: ruta por los pueblos del «ya»

Viaje. Desde los casales que luchan por reabrir en Catarroja, hasta el silencio de los puentes de Paiporta, las localidades más afectadas siguen llenas de barro y chatarra 75 días después

Nacho Roca/Álex Serrano López/Alicia Talavera

Domingo, 12 de enero 2025, 00:26

Acompáñenos a un viaje desalentador. Desde Catarroja hasta Picanya, LAS PROVINCIAS ha atravesado l'Horta Sud, de sur a norte. Benetússer, Alfafar, Sedaví o Paiporta todavía muestran las cicatrices de la barrancada. En torno al Poyo, de hecho, que cruza algunas de estas localidades, se acumulan las muestras de duelo y de agradecimiento a los voluntarios. Más allá de las veredas embarradas del monstruo, los pueblos pelean por salir adelante.

Empieza el viaje en Catarroja. Lo primero que llama la atención es la cantidad de comercios donde se leen carteles que reivindican que están funcionando o, en el peor de los casos, «a punto de morir». La avenida de la Rambleta está, todavía, repleta de militares que achican agua de garajes o de locales. Según la Generalitat, se han vaciado 800, pero quedan 25 en los que aún no se ha entrado y 56 en los que se trabaja todavía hoy día. A la entrada del pueblo, un solar con montañas de coches y una rotonda con riscos de barro reciben a los visitantes antes de cruzar el terrible barranco hacia Massanassa y Alfafar, que sufrieron también el mordisco.

En la avenida principal de Massanassa no funcionan los semáforos. Es una de las reivindicaciones más repetidas de los ayuntamientos y residentes de la zona: necesitan que vuelva el alumbrado público y la energía para encender los semáforos. Todavía se ven locales cerrados, aunque la situación es mejor que en Catarroja, en cuya Ronda Nord todavía hay camiones de limpieza de garajes. En Massanassa, eso sí, ya se ha empezado hasta a repintar las calles. El pueblo intenta ponerse guapo porque sonreír es más fácil si te ves mejor. Los supermercados todavía no están abiertos en muchas de estas localidades, como en La Torre, donde si quieren comprar la comida tienen que cruzar el río.

Benetússer ha mejorado, claro, porque han pasado dos meses, pero aún así la situación es muy complicada. Vecinos de la localidad hablan de calles sucias como consecuencia del paso de vehículos de emergencia pese al ingente esfuerzo de los militares del Ejército. La principal preocupación es la pérdida del comercio, como en Catarroja. Zapaterías, hornos, ferreterías, librerías... Todavía quedan, explican, garajes por limpiar y coches por retirar de los solares. Los residentes también afean el retraso en la reparación de los ascensores, que son clave para cientos de personas mayores.

Seguimos el viaje, en este caso hacia Alfafar. La avenida de Torrent discurre entre una zona de viviendas unifamiliares y el barrio de Orba. El interior de esta zona tiene calles con nombres como Chiva o Algemesí, donde bares como O'Tonel intentan funcionar mientras continúan las obras en su interior. En la plaza Poeta Miguel Hernández ya no hay ni rastro de la World Central Kitchen: quedan unos váteres portátiles y el supermercado popular en un edificio colectivizado.

Paiporta y Picanya son harina del mismo costal. Como en casi l'Horta Sud, la línea territorial entre ambos municipios es imaginaria: aquí es Paiporta y ahí al lado, Picanya. Entrar en el primero de los pueblos es hacerlo, todavía, en una zona de guerra. Junto a Catarroja, es probablemente la zona más afectada. Pese a las continuas peticiones de este diario, el Ayuntamiento de Paiporta no ha querido explicar las prioridades para la reconstrucción. Un paseo por sus calles las evidencia. En la calle Torrent (los nombres de las vías en estos pueblos interconectados son llamativos), hay balcones a pie de calle destruidos. La calle Jaume I está atascada para salir por el puente que une Paiporta con Picanya, mientas en la plaza aledaña a la vía se hace vida normal. El centro histórico, que se abre junto al barranco, está arrasado. Y el monstruo de barro que lo atravesó aquella tarde permanece sin domar, repleto de rocas y tierra de los derrumbes de sus veredas y también de basura arrastrada por el agua.

Picanya, última parada de esta ruta por los pueblos del «ya», presenta un mejor aspecto, al menos en comparación. Tras el Ayuntamiento y junto al barranco, varias viviendas están destruidas. El Consistorio afirma que derribarlas es una de sus principales prioridades. El barranco duerme a su lado, como si no hubiera sido el causante de tanto dolor y tanta urgencia, y las vallas que lo delimitan están repletas de mensajes de recuerdo y solidaridad.

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