Un destino de cuento: así es el castillo que habitaron los templarios tras la reconquista
La fortificación de la Zuda es uno de los enclaves más destacados de Tarragona que desearon todas las culturas desde el siglo X
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En nuestras mentes, la edad media y la fantasía suelen darse la mano. Uno tiende a pensar en caballeros con sus espadas, leyendas y, sobre todo, en castillos que coronan ciudades. Hospedarse en uno de ellos es toda una experiencia. Es como un viaje en el tiempo donde uno recorre sus esquina, sube sus escaleras y contempla un horizonte con la extraña ilusión de un pasado que sólo está presente en los libros y en nuestra imaginación. En Tortosa, capital de la comarca del Bajo Ebro, se vive el medievo con la comodidad del siglo XXI. Calles estrechas, iglesias con encanto y edificios de piedra.
Uno transita las calles contemplando el aura de las culturas que poblaron la ciudad y dejaron sus huellas. El milenio de historia que alberga la convierte en un lugar único. El patrimonio más relevante se halla, sin embargo, en el Castillo de la Zuda, donde actualmente se encuentra el Parador de Tortosa. La edificación se yergue sobre una colina que domina todo el paisaje. Las vistas panorámicas de toda la zona, del núcleo urbano y de Els Ports consiguen adentrarse fuera del tiempo; es decir, en un reducto de eternidad.
Sus orígenes se remontan al siglo X, cuando Abderramán III ordenó su construcción sobre los vestigios de una antigua acrópolis romana. Esta decisión estratégica marcó el inicio de una fortaleza que se convertiría en testigo excepcional de la historia mediterránea. Cuenta, además, con la única necrópolis islámica a cielo abierto de Cataluña.
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Una historia que respirar
Tras su etapa inicial como fortaleza árabe, se transformó en prisión después de la conquista cristiana de 1148. Posteriormente, pasó a manos de los caballeros templarios. La llegada de éstos a Tortosa marcó un antes y un después en la historia de la ciudad. Tras la conquista cristiana que lideró Ramón Berenguer IV en 1148, el castillo de la Zuda pasó a manos compartidas entre la poderosa familia Montcada y la Orden del Temple. Como recompensa por su decisiva participación en la reconquista, los templarios recibieron un tercio de la ciudad.
La influencia templaria transformó profundamente el paisaje urbano de la ciudad. Actuaron como auténticos promotores inmobiliarios medievales, urbanizando extensas zonas y dejando una huella indeleble en la toponimia local. La actual calle del Temple, por ejemplo, no es sino un recordatorio de su presencia. Una curiosidad poco conocida es que los templarios de Tortosa desarrollaron un sofisticado sistema de riego y gestión del agua, heredado en parte de los musulmanes. Sus conocimientos en ingeniería hidráulica permitieron mejorar la productividad agrícola de la región. Pero el secreto mejor guardado es otro: las galerías subterráneas que hay bajo el castillo y se comunican por toda la ciudad. El director de este Parador, Jesús Hernández, enseña estas galerías con la fascinación de un niño.
La influencia templaria transformó profundamente el paisaje urbano de la ciudad
Se trata de un laberinto de estancias que los templarios usaban para recorrer la ciudad y servía, a la vez, como elemento defensivo, ya que servía para escabullirse o llegar con rapidez de un punto a otro. Los restos que allí se encuentran, como grandes hornos, demuestran que allí abajo se hacía vida. “Es impresionante”, comenta Jesús. Cada recoveco y cada sombra se pierden en la oscuridad de un pasado tan imponente como misterioso. Introducirse en ellos genera una sensación aventurera en la que desearíamos llevar un sombrero “traveller”, un látigo y ser los primeros en descubrir semejante joya oculta. Con la previsión de las nuevas obras, estas galerías se restaurarán para devolverles su antiguo esplendor.
Pero hay aún más secretos. En las vidrieras del restaurante el viajero podrá encontrar emblemas de un hacha, como en los muros de la catedral. ¿El motivo? La Orden de las Damas del Hacha. Es uno de los capítulos más fascinantes y poco conocidos de la historia medieval de Cataluña. Esta peculiar orden femenina la fundó Ramón Berenguer IV en 1149, como reconocimiento al extraordinario valor mostrado por las mujeres de Tortosa durante el contraataque musulmán que siguió a la conquista cristiana de la ciudad.
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La leyenda cuenta que, mientras los hombres defendían las murallas exteriores, un grupo de almorávides logró penetrar en la ciudad por una brecha. Ante esta situación, las mujeres tortosinas, lideradas por Agnes Dufort, se organizaron espontáneamente para defender sus hogares. Armadas con hachas de carnicero y vestidas completamente de blanco para distinguirse en la batalla, estas valientes defensoras repelieron el ataque con tal coraje que los invasores se vieron obligados a retirarse. En reconocimiento a esta hazaña, el conde de Barcelona les otorgó diversos privilegios, incluyendo la exención de impuestos sobre sus joyas y atavíos, el derecho a precedencia sobre los hombres en actos públicos y la distinción de poder lucir un hacha bordada en sus vestidos como símbolo de su valentía.
Las avanzadas, por su parte, preservan ese pasado de acero que evidencia la importancia del lugar a lo largo del tiempo. La cuidadosa restauración de 1976 transformó la antigua fortaleza en el actual Parador Nacional de Turismo. Esta renovación logró un equilibrio perfecto entre la preservación histórica y esa comodidad que ofrece suites elegantes, amplios salones y una piscina exterior.
Las 77 habitaciones y ser uno de los lugares más visitados de la zona le otorgan al Parador de Tortosa una vida agradable y animada que en verano “hace las delicias de las familias gracias a la piscina”. También es un punto de reuniones para empresas que usan la sala del polvorín para llevar a cabo reuniones importantes. “Venir al Parador es un regreso al pasado en el que puedes disfrutar de las visitas guiadas, ir a la montaña o disfrutar de la vista mientras tomas un café o un vino de la región”, comenta Jesús.
“La zona es una mezcla de tesoros ocultos, arquitectura basada en piedra y una naturaleza exuberante”
El palimpsesto de elementos históricos conservados añaden un valor incalculable al conjunto. Las murallas del siglo X, el ancestral pozo árabe que da nombre al castillo, y los ventanales y chimeneas góticas catalanas transportan al visitante a través de diferentes épocas y estilos. “A nosotros nos parece una joya única”, explica Jesús Hernández. “Aquí tienes Els Ports, que son 35.000 hectáreas de pura naturaleza, la playa a 20 minutos en coche, la comarca del Montsiá”, cuenta. La riqueza del Bajo Ebro representa, según este director que lleva 12 años dirigiendo el castillo, “una mezcla de tesoros ocultos, arquitectura basada en piedra y una naturaleza exuberante”. Él recomienda no perderse la fiesta del Renacimiento de Tortosa, en la segunda semana del mes de julio. Con más de una centena de espectáculos, Tortosa se disfraza de siglo XVI, con su menú de fiesta, cientos de actores y una decoración que engalana la ciudad.
Si París tiene su famoso bateau-mouche que recorre el Sena. En Tortosa encontramos el laúd, y no, no se trata de un instrumento, sino de un tipo de embarcación del siglo XII que recorre su paralelo catalán.
Las recomendaciones de los que más saben...
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JEFA DE RECEPCIÓN
Ariadna Albert
Jefa de recepción
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CAMARERO
Jordan Pepio
Camarero
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CAMARERO
Paco Ortega
Camarero
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La Catedral de jaspe y los Reales Colegios de Tortosa
Justo debajo del castillo, están los Reales Colegios y la Catedral de Santa María. La fachada de ésta contiene columnas de Jaspe que le dan un color rosado único. Epítome del gótico catalán, se construyó sobre una antigua mezquita. Por eso también hay en ella diversos estilos arquitectónicos. La fachada, de estilo barroco, contrasta con el resto gótico. Sus particularidades no terminan ahí y es que el interior sorprende por su amplitud y su luz. El claustro gótico, construido entre los siglos XIV y XV, merece mucha atención por su refinada decoración escultórica y sus proporciones armoniosas. Los capiteles y ménsulas presentan un rico programa iconográfico que combina temas religiosos con elementos de la flora y fauna locales. Entre los tesoros que alberga la catedral destaca la capilla de la Santa Cinta, un espacio barroco del siglo XVII que custodia la reliquia más venerada de la ciudad. La decoración de esta capilla, con sus mármoles polícromos y elementos ornamentales, representa la culminación del arte barroco en Tortosa.
Por su parte, los Reales Colegios El conjunto de los Reales Colegios representa uno de los mejores ejemplos de arquitectura renacentista en Cataluña. Construido en el siglo XVI por orden de Carlos I y Felipe II, el complejo fue diseñado para albergar dos instituciones educativas de gran prestigio: el Colegio de San Jorge y San Domingo, para dominicos, y el Colegio de San Jaime y San Matías, destinado a la formación de jóvenes moriscos. La majestuosidad del edificio se aprecia especialmente en su patio interior porticado, una obra maestra del Renacimiento que combina elementos góticos tardíos con la nueva estética clasicista. La fachada principal destaca por su sobria elegancia, con una portada que incorpora elementos heráldicos y decorativos propios del periodo. La combinación de piedra local con elementos ornamentales cuidadosamente trabajados refleja la importancia que se dio a este centro educativo.
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El sur de Cataluña
No hay que perderse algunos de los pueblos de la zona, como La Rápita, destino de playa que Carlos III quiso convertir en un puerto de referencia. Con kilómetros y kilómetros de costa supone un destino para los enamorados del mar, allí donde la niñez sigue jugando con las olas. A unos 20 minutos del Parador de Tortosa uno puede encontrar pueblos de interior con encanto o una costa plácida. En el interior, siguiendo una carretera que atraviesa paisajes en los que deseamos parar a cada rato, se halla el pequeño pueblo de Miravet. Es muy conocido su castillo Templario, al igual que su tradición alfarera o sus calles empedradas. Este pueblo instalado en una colina es una visita que merece la pena para desconectar, darse un buen paseo y disfrutar de las vistas del embarcador. Y uno —porque lo es— no puede olvidarse del turismo gastronómico. Comer tiene que ser comer bien, como se hace en esos pequeños lugares que conservan recetas significativas de la cocina catalana.
Entre Tortosa y Vinallop, para quienes deseen descubrir lo inesperado, se esconde una isla virgen repleta de grandes árboles y de toros silvestres. La Illa dels Bous o isla de toros cuenta con una colonia de reses bravas que viven allí desde hace 80 años. Es posible llegar en kayak o piragua. Esta excursión sorprende por no haber conocido la vida humana. Así, la visita posee algo mágico y salvaje, y tenemos la fortuna de contemplar a los animales en libertad.
Hoy comemos…
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El Parador de Tortosa cuenta con un chef con personalidad. Carlos Martín es un gaditano que —sorprendentemente— vive la cocina “como una válvula de escape”. Las comandas, la tensión y las temperaturas de un servicio no le ponen nervioso. Cuando era más joven estudiaba guitarra en el conservatorio, pero cambió la melodía y los acordes por el gorro de cocina. No obstante, es un hombre creativo al que le gusta “innovar cuanto sea posible” para sorprender a los comensales. “Cuando estoy en casa le doy muchas vueltas a la cabeza para ver cómo puedo darle la vuelta a algún plato”, explica. El punto de inflexión de su carrera fue la formación del Basque Culinary Center, donde aprendió que no hay combinaciones imposibles, sino que hay que investigar cómo conseguir la receta adecuada. Carlos afirma: “Hay que mezclar conocimiento y experiencia. Yo no puedo dejar de lado mi formación como jefe de cocina”. Quizá por eso presenta sus platos con una sofisticación que lo diferencia de los demás. Le gusta ser atrevido sin renunciar a la tradición. En el menú destacan la escalibada de hortalizas con anchoas, un entrante sencillo y sabroso que manifiesta la calidad de la materia prima de la zona. Pero sus atractivos principales son, cómo no, los arroces: caldoso de calabaza y setas o el caldoso de galeras. Sorprende el equilibrio que ha conseguido Martín en el arroz costa del Ebro “tot pelat”. Para culminar la experiencia, los finales dulces son los mejores. En este caso, con una crema catalana, crema de naranja y chocolate o la mousse de “mel i mató”.