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PARADORES

Este es el hotel que más se parece a Versalles en España

La Casa de los Infantes fue el hogar del servicio de los hijos de Carlos III. Hoy, junto con una extensa historia de nobleza, cuenta también con un spa en el que dejar de lado el estrés.

Santiago Molina

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Cuando pensamos en un oasis imaginamos un hermoso manantial rodeado de palmeras que nos serviría de asilo en el desierto. Según el diccionario de nuestra lengua, la palabra oasis posee una segunda acepción menos conocida: “Tregua, descanso, refugio en las penalidades o contratiempos de la vida”. Así, un oasis bien podría encontrarse a mil metros sobre el nivel del mar, pegado a una sierra y escondido entre dos ciudades, como un secreto o un tesoro. La Granja de San Ildefonso, en la provincia de Segovia es eso: un secreto, un tesoro y un oasis; todo al mismo tiempo. Se podría decir que Felipe V fue su descubridor o artífice.

Cuando Felipe V, primer rey de la casa de Borbón, llegó a España lo hizo más por obligación que por deseo. La localidad de La Granja le fascinó lo suficiente para convertirla en su refugio. Entre toda su belleza, lo más llamativo del lugar —naturaleza aparte— corresponde a dos edificios, el Palacio Real y la Casa de los Infantes. En este último palacio para los infantes españoles se encuentra el Parador de La Granja. Imaginarse la vida de un rey o, en este caso, de un príncipe es bastante fácil; por varios motivos: paz, belleza y ensoñación. La historia y el entorno se mezclan en una suerte de montaña mágica donde iríamos a pasar un fin de semana y nos quedaríamos toda una vida.

Esta pequeña localidad de la provincia de Segovia contiene en su pequeño tamaño una historia extensa. Para el director del Parador, Alberto Zerbini, “la vida de este pueblo es un privilegio por tres motivos: el primero es que está muy cerca de Madrid y de Segovia, dos ciudades fantásticas en las que encontrar mucha vida; el segundo es el paraje que rodea al municipio; y el tercero es la belleza general”. Este piamontés se ha enamorado de la provincia de Segovia y de la apacible vida del pueblo.

“Su nombre, La Granja, procede de una hacienda que construyeron unos monjes jerónimos que allí residían”, explica. Pero su mayor esplendor ocurre con el rey antes mencionado. Alberto cuenta que “Felipe de Anjou y su mujer, Isabel de Farnesio, utilizaban el Palacio para sus vacaciones. Era su refugio”. Toda la localidad es una joya arquitectónica. En concreto, el Palacio es una fusión de estilo francés e italiano con el típico barroco español. “Sobra decir —comenta el director— que su visita es prácticamente una obligación”.



El lugar, desde la Edad Media, era zona de caza para los reyes de Castilla. Fue Enrique IV de Trastámara, en 1450, quien eligió el lugar para construir una ermita dedicada a San Ildefonso y una casa en la que pernoctar durante las jornadas de caza. Y ya en 1471 los Reyes Católicos cedieron la propiedad a los Jerónimos del Monasterio del Parral de Segovia. Quizá por eso pueda decirse que, casi literalmente, la historia se respira. El resto del entorno municipal del Real Sitio no es menos relevante, ya que sus edificios de estilo cortesano nos siguen llevando a través de un viaje en el tiempo.



Hay que tener en cuenta también que el Real Sitio de San Ildefonso se declaró Patrimonio Mundial como Reserva de la Biosfera Real Sitio de San Ildefonso-El Espinar por la UNESCO, unas 35.000 hectáreas que albergan la montaña de Valsaín, una de las mayores zonas arboladas de España. Por ejemplo, es el reducto de especies en peligro de extinción como el águila imperial ibérica, el buitre negro o el búho real, así como la llamativa mariposa isabelina. Eso, sin embargo, no es todo: la Granja de San Ildefonso forma parte del municipio del Real Sitio de San Ildefonso, que incluye distintas poblaciones. Entre ellas, el Valle de Valsaín es un bosque de pino en el que perderse y encontrarse con la naturaleza. El valle es uno de los más amplios de la sierra de Guadarrama. Allí, el aire se respira de otra manera, donde, también, es posible realizar paseos para todo tipo de personas. El ambiente está en comunión con las pequeñas poblaciones y sus atractivos. Por eso no se pueden separar las bellezas arquitectónicas de la sierra.

La historia de la Casa de los Infantes; es decir, el Parador de la Granja, es un poco posterior. Durante el reinado de Carlos III, se construyó para el servicio de los infantes Gabriel y Antonio, hijos de Carlos III y María Amalia de Sajonia. Más tarde, se convirtió en una propiedad privada de ambos que no tenían que compartir con sus dos otros hermanos. Zerbini relata que “Gabriel era el hijo favorito de Carlos, era un humanista, aficionado por la música y muy culto; y, en cambio, no soportaba a Antonio quien, en el futuro, sería un absolutista partidario de Fernando VII”.

El Parador se compone de la Casa de los Infantes, el alojamiento, y el antiguo Cuartel de la Guardia de Corps, que acoge hoy un centro de congresos y convenciones, con 16 salas de reuniones y con capacidad para más de 600 personas, y se trata de un edificio independiente del Parador.




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El Parador está rodeado de la historia de la nobleza española, pero no acaba en ella. Arquitectónicamente representa la mezcla perfecta de pasado y presente. Al entrar en la Casa de los Infantes, uno se topa con la mezcla perfecta entre pasado y presente. El recibidor cuenta con una lámpara de cristal de araña de más de dos metros, rodeada de esculturas con forma humana a la altura de ésta; es inevitable mirar hacia arriba y sentir esa transformación que va de la cotidianidad de allá de donde vengamos al encantamiento del Parador.

En el mejor sentido del término, uno puede perderse a través de sus tres plantas y de su extensión. Desde la pequeña biblioteca en la que podemos sentarnos a leer en paz hasta sus tres patios. A modo de recomendación, si quieren leer un buen libro, mejor sentarse en el patio toscano con el tranquilo sonido de la fuente y la escultura de Apolo velando por las luces, la poesía y la música. La canción del agua es el compañero perfecto para meditar, seguir con ese libro o inspirarse, por qué no, para escribir ese libro que teníamos pendiente. Según Zerbini, hay varios escritores que suelen hospedarse en el Parador de La Granja para redactar sus novelas.




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Esta montaña mágica es un pequeño-gran refugio de más de 100 habitaciones consigue un efecto curioso: es tan amplio que, incluso lleno, reina el silencio. Cuando uno recorre los pasillos, con una gran vista desde las plantas superiores hacia los patios, y contempla los ladrillos a la vista siente un cosquilleo extraño. Todo esto se complementa con las numerosas piezas que tiene el Parador del trabajo del vidrio, pues desde la llegada de la dinastía Borbón, la localidad de La Granja alberga la Real Fábrica de Cristales. La tradición del trabajo del vidrio se ve tanto en la continuidad del oficio como en el museo. Ver cómo se trabaja el vidrio soplado es un oficio digno de preservarse y de contemplarlo.

Para Zerbini, entre todos los detalles anteriores, nos recomienda cómo pasar un fin de semana en el Parador. “Lo primero sería pasar por el spa, disfrutar de un masaje en pareja y tener una cena ligera”. Sí, más allá de la belleza del edificio y las habitaciones, este Parador tiene un spa único. “Al día siguiente —continúa Alberto— lo mejor es apreciar un menú segoviano junto con un buen vino, pues tenemos una bodega de unos 700 vinos y una sumiller campeona”. Comenta lo de campeona, porque Henar Puentes, la sommelier, ha ganado varios concursos en su campo. Lo mejor es dejarse llevar por su consejo, seguro que habrá algún vino español que cambiará la experiencia del menú.




Revitalizarse y descansar

El Parador de La Granja posee un spa. Esto ya es una máxima. No hace falta venir con tu pareja para disfrutarlo, aunque sea una experiencia difícilmente mejorable. Todo comienza en uno de los tres patios, donde podemos empezar tomando una infusión mientras empezamos a relajarnos. Después, entramos propiamente a las instalaciones, donde comienza el circuito hidrotermal. El Parador de La Granja ofrece varios tratamientos, masajes, exfoliación facial, o varios tipos de rituales. Hay para todos los gustos.

En estas instalaciones el tiempo parece que no existe; en la piscina climatizada, con el agua fluyendo, el cuerpo pierde esa presión que el estrés nos causa con el paso de los días. La temperatura de la sauna activa la circulación del cuerpo mientras la calma no desaparece. Además, es una de las mejores formas para recuperar el sueño y dormir bien. Después, la sala de masajes, con los muros de ladrillo y de piedra a la vista, es un pequeño paraíso para desterrar el estrés.



Espíritu afrancesado… ¿versallesco?

Este Real Sitio, de vuelta a La Granja, tiene un gran atractivo que merece la pena descubrir: se trata de las fuentes de los jardines del Palacio Real. Durante el verano, se ponen en marcha, de modo que ofrecen un espectáculo acuático, diurno y nocturno. La construcción y la ornamentación de éstas convierten este lugar en un pequeño Versalles único al lado de Segovia y Madrid. Pero una cosa, por más que escuchen que es un Versalles español, hay que saber que se inspiraron en los jardines de Marly, al norte de la localidad. Aunque ese palacio ya no existe es la mayor inspiración de este Versalles segoviano. Podría ser la capital del paseo en el que cualquiera podría ser un cortesano de épocas pasadas. Por último, una curiosidad: para hacer los jardines, el rey Felipe V bombardeó la roca con cañones italianos.

Todo esto es lo que se ve por fuera, que ya daría para perdernos horas y horas; por dentro, la visita continúa con su atractivo real. La sala de mármoles se constituye en un juego de espejos por el tamaño de éstos, que se elaboraron en la Real Fábrica de Cristales, con diseños de Sempronio Subistati. En el techo, encontraremos una medalla que representa “El Rapto de Europa”. Mientras caminamos nos encontraremos a los lados con bustos en mármol neoclásicos.

La herencia regia de este lugar también alcanza una de las colecciones de tapices más importantes del mundo —si no la que más—. En el Museo de Tapices, el visitante se topará con representaciones alegóricas y un conjunto de telas que son arte por sí mismo.



Hoy comemos…


Diego Huete es un santanderino que conoce al detalle la cocina castellano-leonesa. Es un gran conocedor de las carnes. Desde que está al frente de la cocina del Parador de La Granja se ha propuesto renovar la comida tradicional segoviana. Llegó a ser jefe de cocina muy rápido, por lo que tuvo que ser autodidacta para estar a la altura de lo que se espera de su arte. La tierra del Real Sitio no sólo es feraz, sino que algunos de sus productos poseen una fama reconocida. Los judiones son ese manjar que se ha constituido “como un elemento de la cocina de nuestras familias, pero que yo he intentado aproximar a una cocina más sofisticada”, explica Diego. Cuando uno piensa en los judiones de La Granja puede caer en la tentación de creer que es un plato pesado, “pero con las técnicas de una gastronomía moderna podemos conseguir refinarlo”. Concentrando de forma natural y colando el caldo, consigue una textura mucho menos densa que la tradicional, además, mide con cuidado la cantidad del chorizo y la morcilla. El resultado es un plato que, sorprendentemente, es mucho más ligero, algo muy de agradecer para poder probar alguno de sus otros platos.

“Quiero que en la carta de este Parador también estén muy presentes las verduras, pues tenemos la fortuna de contar con verduras de gran calidad”, sostiene. Una de las propuestas de las que más orgulloso se siente es el de “puerros asados con lomo de orza y salsa de verduras tiznadas”. “Con una salsa romescu conseguimos manifestar su sabor”, añade. La clave para este cocinero es el “tiempo en las brasas” y la textura adecuada. “Si te pasas quedan blandos, y si te quedas corto salen fibrosos”, concluye.

Además de una carta que abarca lomo de ciervo, sopa de ajo clásica o el solomillo de ternera, ofrece un menú tradicional segoviano: aperitivo de croqueta cremosa, judiones del Real Sitio y cochinillo segoviano. La decantación del sabor de Castilla y León ocurre en este menú. Por último, un ponche segoviano, suave y delicado.



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