Carmen Velasco
Domingo, 26 de octubre 2014, 15:35
Dios nos manda los alimentos y el demonio, los cocineros. Si este dicho popular es verdad, el infierno debe de estar vaciándose. Ya sea por moda, por burbuja o por necesidad, la gastronomía es casi omnipresente. En los realities de televisión, los concursantes aspiran a ser los mejores cocineros, escribir un libro con sus propias recetas y abrir un restaurante. En las universidades se otorga el birrete de doctor honoris causa a chefs que han abierto las alacenas de todo el planeta, como Ferran Adrià, e incluso nace el Basque Culinary Center como epicentro del talento de los fogones. En la calle, la gastronomía gana terreno no tanto por la apertura de restaurantes ni por los trofeos de estrellas Michelin en la Comunitat sino porque en numerosas cocinas ha estallado la creatividad a fuego lento.
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