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Pérez-Reverte, con el almirante González Carrión, director del Museo Naval, ante la maqueta de la Nao Victoria.

Once barcos de leyenda

Arturo Pérez-Reverte capitanea la nueva y emblemática muestra del Museo Naval, que retrata la historia del hombre en el mar

francisco apaolaza

Martes, 14 de abril 2015, 12:32

Al día siguiente, Cosme Damián de Churruca pelearía tan gallardamente que haría hermosa la derrota. Ese 20 de octubre de 1805 le dijo esto a su hermano en una carta: "Si sabes que mi navío ha sido apresado, di que he muerto". El brigadier salió a la mar al mando del San Juan Nepomuceno, 74 cañones, ensartado en la flota francoespañola contra la apisonadora inglesa de Horacio Nelson en un combate que decidiría el futuro del mundo. El infierno de Trafalgar le cogió en la borda derecha, junto al pasamanos, cuando una bala de cañón inglesa le voló la pierna por debajo de la rodilla. Entonces, el marino vasco pidió un cubo de harina para apoyar el muñón. Se agarró a la jarcia, se irguió como un titán y gritó: "¡Siga el fuego!". A los marineros, descompuestos en las cubiertas resbaladizas de cuerpos y con la sangre corriendo por los imbornales hacia el mar de Cádiz, sordos del ruido manteniendo la dignidad como pocos hombres la han mantenido en la historia, les dotó de una nueva fuerza. "Eran hombres de hierro en barcos de madera", recordaba ayer Arturo Pérez-Reverte. El navío de línea peleó contra seis enemigos al mismo tiempo, cercado y a flote ya solo por la rabia y una fuerza inusitada que lideraba su capitán como un tótem. Solo les quedaba perder. Pero el brigadier dio una orden que negaba lo imposible y que podría forjar un imperio: "Claven la bandera al mástil". Significaba que aquella mañana no se rendiría nadie. El San Juan Nepomuceno, desarbolado, malherido y a la deriva, se había convertido en un mito. Doscientos diez años después, es una de las once naves que Pérez-Reverte ha escogido para la muestra Hombres de mar, barcos de leyenda, que ha abierto sus puertas en el Museo Naval de Madrid como once salvas de honor para todos los héroes del mar que han existido. O que no han existido nunca, poco importa.

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El primero de los barcos que ha escogido el escritor de Cartagena es un barco imaginario. La nave Argo, en la que Jasón y los argonautas salieron en plena Edad del Bronce a buscar el Vellocino de Oro, no se sabe si llegó a existir, al menos en lo material. No importa. En lo espiritual, ese barco, ilustrado por una maqueta a escala con sus cincuenta remos traída desde Venecia, ha sido uno de los mitos fundacionales de una civilización. "Hay barcos que no han existido que se merecen estar aquí más que otros que sí. En el imaginario de los marineros a veces nos tenemos que preguntar si son reales o no", explica el novelista y también académico de la Lengua.

La vuelta al mundo

Sí que existió la Nao Victoria, pero para algunos, como si nada. Magallanes, Elcano, Urdaneta fueron hombres que viajaron en ella e hicieron una cosa enorme por primera vez: dar la vuelta al mundo: entre 1519 y 1522, y en un cascarón de 28 metros de eslora, menos que un catamarán ruidoso de esos en los que se emborrachan los turistas adolescentes en las islas. Llegaron a Sanlúcar de Barrameda 18, solo Dios sabe cómo y gran parte del mundo los olvidó. "Probablemente si hubieran sido ingleses, habría muchas películas sobre ellos", advirtió ayer José Antonio González Carrión, almirante de la Armada Española y director del museo. La deuda no es nueva. Pérez-Reverte cuenta que cuando escribió Cabo Trafalgar tuvo que leer en la prensa de la época las esquelas de los héroes de la batalla -algunos pertenecientes a la crema de la ciencia española de la época-, que habían muerto, sin blanca, olvidados y tal vez despreciados. "Inglaterra se volcó en sus marinos y es algo que no sucedió en España, lamentablemente. Este país, que tiene una mala suerte histórica, ha estado en todos los mares. Todos los fondos están llenos de huesos españoles y en todas las playas están cavadas sus tumbas. Hay que decirlo y enseñarlo".

Aunque alguien no haya sentido el impulso del Ismael del escritor Herman Melville de poner los pies al borde del mar, aunque nunca haya tomado un barco "como sustituto del tiro en la sien", que escribió el autor de Moby Dick, podría hacerse una idea del millón de aventuras del hombre en el agua. El objeto de la muestra es que "cualquier escolar pueda salir del recorrido haciéndose una idea básica de la historia de la navegación".

Cada uno de los módulos están completados por una flota de maquetas y objetos que ilustran el tema y abren otras puertas. Una historia se teje dentro de la otra y un objeto lleva a otro. Un casco corintio, una maqueta de la galera Marquesa en la que hirieron en Lepanto a un tal Miguel de Cervantes (aquí no existe duda de su presencia), el bicornio del pobre Federico de Gravina y Nápoli, que capitaneó la derrota en Trafalgar, una maqueta del submarino de Isaac Peral, la levita de Méndez Núñez y la réplica a escala de su fragata Numancia en la que vio apuntillar un imperio, y una bala de cañón incrustada en un tablón de la Almansa. Si se presta atención y se empuja cada puerta, más que una muestra, visitan un laberinto, el infierno del curioso.

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La maqueta de la goleta Hispaniola que ideó Robert Louis Stevenson en La Isla del Tesoro, rapiña las aguas del Caribe al mando de Long John Silver y recuerda el Índico en el que la Armada Española patrulla la piratería hoy en día. El Pequod, preñado de fuego ballenero, en el que el capitán Ahab perdió la cabeza y la vida por perseguir sus obsesiones en forma de ballena, ese mismo barco en el que Queequeeg pidió que le tallaran su propio ataúd, sirve de ejemplo de la relación de los hombres con los cetáceos, tan distinta hoy de la de entonces. El Titanic ilustra el desastre del Costa Concordia. Están el Bounty en el que se amotinó Fletcher Christian contra William Blight y el acorazado alemán Bismarck (hundido en 1941), en el que el teniente de navío Burkard von Müllenheim dijo esto: "Hoy mi mujer se quedará viuda, pero ella no lo sabe". Casualmente, él fue uno de los 116 que se salvó. De 2.200.

Volver a Trafalgar

La determinación y la tiranía del capitán del Bounty, William Blight navegando a tierra en una chalupa abierta, la fidelidad de sus hombres y la traición de los otros, el motín, los sueños locos de Nemo, la victoria, la derrota, el tesón, la congoja, la valentía, las ganas de soñar mundos mucho más allá del horizonte, el compañerismo, la locura, la muerte, la puntería, la audacia y la sangre... Todo queda entrelazado como la jarcia sobre los mástiles de la historia y de la condición humana, que es la protagonista última de la aventura fabulosa del hombre en el mar. "Esos barcos no hubieran sido nada sin esos hombres. Fueron ellos los que los hicieron leyenda, no los barcos", dice el escritor.

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- ¿En qué barco le hubiera gustado servir?

- Me hubiera gustado sobrevivir a Trafalgar y contarle a mis nietos cómo lucharon aquellos hombres. También me hubiera gustado estar en Lepanto.

- ¿Y en cuál no le hubiera gustado enrolarse?

- En la Bounty, sin duda. Un motín es la mayor vergüenza en una armada.

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