No es razonable escribir en los medios en primera persona y los lectores deben excusarme hoy: una vez no son veces y se me ha muerto, a los 94 años Jean Lacouture, el gran periodista político francés y, junto al también nonagenario y superviviente Jean Daniel, el mejor de su generación.

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Llamar maestro a alguien a quien nunca se vio físicamente parece un contrasentido. No lo es porque si nunca le vi, le leí hasta la extenuación y aprendí de él y de su sabiduría inagotable cuanto quiso enseñar a mi generación sin proponérselo siquiera.

Vocación por el estado del mundo político internacional desde una óptica progresista tras el fin de la II Guerra Mundial, tal fue el programa de quien, de hecho, fue un historiador y así se percibe en sus clásicas biografías de los grandes líderes del emergente tercermunismo político de la posguerra, con obras mayores como las biografías de Nasser, Ho Chi-minh o su clásico trabajo sobre de Gaulle.

La lengua francesa

Culto hasta la erudición y militante desde una impagable independencia personal, Lacouture añadió la condición indispensable del gran escritor y de servidor admirable de la lengua francesa. Yo mismo la perfeccioné tras estudiarla en el viejo bachillerato, antes del todo-en-inglés vigente, absorbente y excesivo de hoy y haré aquí una contribución que se escapará a las muchas y merecidas notas que en su honor serán hoy difundidas: su libro sobre los jesuitas, su mejor trabajo en mi criterio.

En efecto, además de la mencionada vocación por los asuntos internacionales y sin que pueda siquiera imaginar de donde sacó tiempo para tanto y tan bueno, aún hoy es mucho más que recomendable sus Jesuitas (Editions du Seuil, 1991) en dos tomos (Les conquérants y Les revenants) escritos desde lo que él llamó su posición incierta en lo tocante al catolicismo.

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Bien leído, y lo sé de un jesuita joven, no solo a nadie ofendió sino que cumplió un viejo sueño suyo en tanto que antiguo alumno de colegios jesuitas. El libro fue, finalmente y con mucha demora, traducido al español y publicado aquí. Mi consejo, si se me permite y queda alguien que estudie francés, es que se lea como una obra imperecedera redactada en una lengua admirablemente diversa y magistralmente manejada.

Final feliz

Tuvo una compañera eminente también en el oficio, Simonne, con quie co-escribió varios de sus venerados libros de asuntos internacionales (como el inolvidable Vietnm: voyage à travers une victoire o un libro delicioso de viajes por la Francia metropolitana. Viudo desde hace algunos años, su actividad se redujo pero, como el propio Daniel, no dejó de hacer contribuciones de mérito hasta el año pasado. Si recuerdo bien su obra sobre ciertas andanzas antiguas de quien fue su amigo André Malraux, fue su último libro.

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¿Tanto y tan bien todo, se preguntará el lector? La respuesta es sí. Maestro indiscutible de periodistas internacionales, curiosidad e información intachables, disposición intelectual, laboriosidad vocación en fin. El periodismo francés está literalmente de luto y el reconocimiento nacional es hoy allí sincero y nacional. Un testigo de la historia de Francia, incluida la no siempre muy ejemplar historia colonial, se ha muerto entre la unánime estima del público y el homenaje que, el Elíseo en cabeza, le ha rendido.

Como lo mejor, además de leerle, es citarle, termino con una máxima suya, elaborada con algún detalle en las últimas páginas de su trabajo sobre Nasser, apenas muerto éste y pensada para los lectores, sin duda, pero utilísima para periodistas distraídos: ¡Qué conveniente es dar a los hechos su oportunidad.

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