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Un ventilador como único auxilio veraniego de los Sorolla en Nueva York.
Ventiladores para Sorolla en Nueva York

Ventiladores para Sorolla en Nueva York

La Hispanic Society, sin seguridad ni condiciones, avanza despacio hacia los requisitos del siglo XXI

Francisco Pérez Puche

Martes, 1 de septiembre 2015, 21:42

Mientras Valencia polemiza por los hipotéticos efectos del calor sobre una de las obras de Joaquín Sorolla expuestas en el Museo de Bellas Artes, el conjunto de paneles Visión de España, la famosa producción del pintor valenciano, pasa el verano bajo mínimos en la Sala Bancaja de la Hispanic Society of America de Nueva York. Cuatro ventiladores son toda la asistencia técnica que, a ojos de los visitantes, tienen las obras que Sorolla hizo por encargo de Archer Huntington. El calor sofocante y húmedo de Harlem, no tiene compasión con las obras que en 2007 admiró media España; ni desde luego con otras piezas maestras de Velázquez, Murillo, El Greco o Goya que cuelgan en las instalaciones de una institución que se reforma a paso de caracol.

Los paneles de Visión de España están ubicados, desde el 6 de mayo de 2010, en una sala excepcionalmente moderna de la Hispanic Society, tras haber sido restaurados a cambio de su exposición en varios museos de nuestro país. Los valencianos gozamos, durante meses de largas colas, de la presencia de las obras, ya restauradas; y la caja de ahorros pagó la instalación de la ahora llamada Sala Bancaja, un nombre insólito si se piensa que la institución financiera ya no existe y que de ella sólo queda una fundación baja en recursos.

Ciertamente, la Sala Bancaja permite ahora una visión más correcta de los paneles de Sorolla. Pero el público puede percibir de inmediato que el sofocante calor que reina en ella no puede ser mitigado por los cuatro ventiladores instalados: dos están en el suelo, en los ángulos, y los otros dos soplan desde las puertas hacia el interior, aunque ninguno puede hacerse notar más allá de dos metros.

Sin duda alguna, los paneles que se vieron en el edificio de la plaza Tetuán, en Bilbao o en el Museo del Prado, están pasando un verano bajo duras condiciones de conservación. En el edificio de la calle 156 de Nueva York, es probable que los termómetros marquen temperaturas prohibitivas para cualquier obra de arte. Es dudoso que en España se permitiera exhibir obras de arte en esas condiciones. Sin embargo, el escándalo mediático y político que días pasados se organizó en Valencia por un fallo en la refrigeración del San Pío V, no tiene ecos neoyorkinos: el pésimo verano que sufren las telas de Sorolla ubicadas en Harlem no conmueven a nadie.

Con todo, hay que insistir: la Sala Bancaja es la única reforma importante que se ha introducido en una institución, la Hispanic Society of América, que parece estar en las mismas condiciones en que las dejó al fallecer la escultora Anna Hyatt Huntington, escultora y esposa del magnate de los ferrocarriles que fundó la casa en la primera década del siglo XX. Del conjunto de seis edificios, solo dos, la Hispanic Society y el Colegio Boricua, están abiertos al público en agosto. Además las fachadas exteriores están envueltas en andamios que anuncian tares de restauración. La Audobon Terrace, por su parte, también permanece cerrada con vallas a los visitantes y la explanada de acceso a la escalera, en la que se fotografió Sorolla en 1909, está sembrada de conos. Muestras, todas ellas, que advierten de riesgos para los visitantes.

Las instalaciones interiores del museo también parecen ser de la época fundacional. Así ocurre con los lavabos, que parecen los mismos que visitaría el propio Sorolla. Pero si vestíbulo y guardarropía son vetustos, lo que es sustancial en un museo moderno -iluminación de las obras, ventilación y climatización adecuadas, control de humedad, vigilancia eficiente y sistemas de alarma- es decididamente ancestral a ojos de visitantes del siglo XXI, acostumbrados a los requerimientos museísticos de Europa y Estados Unidos. Bancaja, en efecto, es la única institución que parece haber invertido dinero en la Hispanic desde la crisis económica de 1929. Es así como el visitante de la galería alta pasa de unos Velázquez mal iluminados a un Vicente López, un Anglada Camarasa o un Rusiñol que es obligatorio admirar o un metro o a quince de distancia: la anticuada configuración de la galería impide otras visiones.

Las escaleras tampoco ofrecen las medidas de seguridad adecuadas de nuestros días y parece que nunca han sido reformadas.

Por su parte, los ventiladores ofrecen un socorro imposible a las obras, más sudorosas todavía que los visitantes. Estos procurarán pensar que el histórico termómetro instalado en la pared, los interruptores eléctricos de los tiempos de Edison, las alarmas contra incendios diseñadas cuando la Guerra Mundial, no siguen estando en uso ni rigen la vida de la casa. Es mejor pensar que son decoración ambiental.

No debe esperar el visitante encontrarse, en el edificio central de la Hispanic, los retratos que Sorolla hizo, por encargo de Huntington, de los principales prensadores españoles de su momento: Blasco Ibáñez, Azorín, Pérez Galdós, Gregorio Marañón y otros están en la biblioteca de la institución. Y en agosto, ya es mala suerte, está cerrada. Y sin ventiladores.

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