f. p. puche
Miércoles, 16 de septiembre 2015, 21:27
El gran pájaro metálico que el arquitecto valenciano Santiago Calatrava ha construido en la Zona Cero de Nueva York está a punto de echar a volar. Cada 11 de septiembre, durante 102 minutos gloriosos, entre las 8.45 y las 10.48, el Óculus, la gran claraboya de 355 pies de longitud, se abrirá; los 224 vidrios engarzados en cuarenta paneles, las grandes varillas de acero del esqueleto que se levanta sobre el Transportation Hub cobrarán su sentido real. La obra, presupuestada al inicio en 2.000 millones de dólares, llega a su punto final, después de casi diez años de demoras, pugnas presupuestarias y críticas despiadadas. Y va a costar el doble, 4.000 millones.
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Toda la polémica que conocemos en Valencia a costa de Santiago Calatrava y sus obras, todos los escándalos, reproches y acusaciones sobre su forma de trabajar, se quedan pequeños ante la historia de su relación con la Autoridad Portuaria de Nueva York, propietaria de los solares de los dos edificios destruidos durante los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, al sur de Manhattan.
Catorce años después del atentado, el solar de las dos torres está ocupado por dos impresionantes pozos conmemorativos, un jardín ya crecido, y un Museo Memorial de las víctimas; y los turistas guardan cola para subir al piso 102 de la Torre de la Libertad, de 541 metros, la más alta del nuevo complejo que se levanta. Pero entre las piezas del rompecabezas destaca el doble varillaje blanco diseñado por Calatrava: dos alas compuestas de enormes piezas de acero. Durante todo el mes de agosto fueron pintadas de escrupuloso color blanco por operarios proyectados sobre góndolas aéreas.
La prensa de Nueva York ya lo ha dicho todo y, agotada, solo parece esperar el final de las obras. Preguntado por el Wall Street Journal, que le dio ocasión de explicarse, Calatrava dijo: "Todo esto no ha sido fácil para mí: se me ha tratado como a un perro". Casi se puede decir que no es victimismo: ha habido publicación de la ciudad de los rascacielos que tuvo un redactor especializado en vilipendiar al arquitecto. Steve Couzzo, del New York Post, ya no sabía qué inventar después de decir que la obra del valenciano nacía a propósito para asustar a los niños.
"Despilfarro glorioso" y "monstruosidad autocomplaciente" son dos de las lindezas más acabadas que se han escrito sobre Calatrava y una obra se demoró seis años y que al final costará 4.000 millones de dólares. Es más dinero que lo que ha costado la torre Freedom completa; y muchos recuerdan que un directivo del proyecto dijo que, después de todo, "lo que estamos haciendo no es más que un puto tren a Jersey".
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Con todo, es mucho más que eso. Después de la Penn Station y la Grand Station, allí está funcionando ya el Transportation Hub, el tercer gran intercambiador de transporte de Nueva York, apto para 160.000 viajeros al día. Las líneas puras de los techos, el intenso color blanco, las placas de mármol del suelo, huelen intensamente a Calatrava. El aire valenciano de su obra está en el remate alado, en las claraboyas, en una cúpula muy parecida a nuestra Ágora y en las plantas subterráneas que se sumergen en las entrañas de Manhattan. Todo contrasta, todo es distinto a las torres rectilíneas de cristal.
Andrew Rice, el más inteligente de los críticos que ha tenido el maestro de Benimàmet, ha escrito que "por supuesto, se puede admirar al mismo tiempo la ambición del diseño y preguntarse si valía la pena". Y también que "Calatrava demostró ser un maestro en el arte de cambiar la dinámica política y encantar y ganarse a un tomador de decisiones tras otro". Es verdad: todos se escandalizaban de sus costes y, sobre todo, de que dijera que él no era el encargado de los presupuestos. Pero no menos de ocho gobernadores y presidentes de la autoridad portuaria se han hecho fotos con él y no han tenido valor para recortarle el gasto.
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Todos, a la hora de la verdad -como les pasó a Lerma, Zaplana, Olivas y Camps- "se enamoraron" de su amabilidad envolvente, de su forma de evidenciar la genialidad que le asiste. Porque, entre otras cosas, Santiago Calatrava, el poeta de la arquitectura, sabe decir sobre Óculus, la claraboya que el 11 de septiembre operará por vez primera, cosas como esta: "En todas las condiciones climáticas el público experimentará un sutil sentido de la vulnerabilidad humana". Y la claraboya se abrirá durante el tiempo que duró el doble atentado.
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