ANTONIO CORBILLÓN
Martes, 22 de septiembre 2015, 21:11
Chocolate casero bien espeso, de elaboración propia, y unos churros despiertan el alma y los sentidos en el desayuno de los 31 alojados en la hospedería del monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña. Es un día de fiesta en el cenobio benedictino más antiguo de la península. Sus 13 monjes enclaustrados celebran a San Bernardo de Claraval (1090-1143), santo francés que impulsó la reforma cisterciense y del que se dice que fue "una lámpara ardiente y luminosa en medio de su tiempo". Y en busca de esa luz llegan los viajeros a lugares como éste, un imponente edificio ubicado a diez kilómetros de Burgos y donde las primeras bocanadas de salud se respiran gracias a sus casi mil metros de altitud.
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Unos 600 monasterios españoles ofrecen alojamiento. Una oferta que se ha ido sumando a sus tiendas de productos propios (dulces, mermeladas, licores de hierbas...) y a cualquier labor que permita ingresos para cuadrar las cuentas. Los hay que han alcanzado fama internacional. ¿Quién no recuerda a los también burgaleses de Santo Domingo de Silos y sus discos gregorianos de platino?
Pero Cardeña mantiene la estricta ortodoxia intramuros de un lugar donde el silencio no aparece en factura alguna. Es su verdadera oferta estrella, su particular versión del confort. "Estamos en la gloria. Aunque esto no es un parque temático. El que busca el simple relax físico es mejor que pruebe en un balneario", recomienda Carmen García Menéndez, una funcionaria del Principado de Asturias que pasa unos días de inmersión monástica en San Pedro. Junto a ella, acuden aquí viajeros de edades medianas o tirando a adultas. En esta ocasión son grupos llegados de Granada y Sevilla con inquietudes lúdicas compatibles con las espirituales.
También acuden personas en solitario como Juan Carlos Calleja, profesor de religión en un instituto de Osorno (Palencia). El curso está próximo y Juan Carlos intenta armarse de razones y fuerzas para tratar con unos alumnos que "ya no sienten en su vida el papel del hecho religioso".
El mundo se mueve tan rápido que hasta estos monjes de "estricta observancia trapense" se hacen presentes en "el amplio mundo de la red". Desde hace seis meses gestionan visitas, reservas y consultas en su flamante web. Un atractivo más para este escenario cuya mitología es uno de sus grandes señuelos. Fue el cobijo (y después su tumba, cuando murió en 1099) del Cid Campeador y su esposa, Doña Jimena, a la que dejó camino del destierro. En sus paredes hay varios nichos de reyes y por eso también se conoce como el "Escorial burgalés". Sus muros los apreció García Lorca ("Sobre el aire lleno de frescura primaveral está cayendo toda la oración castellana..."), los utilizó Franco y fue campo de concentración durante la Guerra Civil.
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Un estrés distinto
La clausura de los monjes impide al viajero "mezclarse" con ellos más allá de compartir alguno de sus siete rezos diarios. Las normas internas y la charla de presentación que siempre ofrece el abad, Roberto Iglesias, solo les pide que nunca olviden que "no están en un restaurante, ni en un hotel. La hospedería es parte del monasterio, tanto física como espiritualmente. Por tanto, el huésped forma parte de ambos y debe cuidar de no interferir en la vida de comunidad". Convertirse en uno más supondría estar a las cinco en punto de la madrugada en pie para asistir a los rezos de las vigilias y rematar a las 21.15, tras la cena, con las completas. Es lo que los hospedados más avezados llaman el "estrés monástico". "Sería pasarse todo el tiempo pendiente del toque de la campana... ¡Y el de las cinco de la mañana es mucho pedir!", bromea Carmen Meseguer, una archivera murciana que, desde que se estrenó hace nueve años, no falta nunca a lo que llama "proceso de limpieza frente a una sociedad de consumo que ejerce una amnesia y llena tu vida de mediocridad". Hasta el abad Iglesias reconoce que las mayores dificultades de adaptación tienen que ver con los horarios, tan poco españoles. "Cuando llegué tampoco era capaz de adaptarme. Yo no podía cenar a las ocho de la tarde".
A pesar del cartel de "completo", habitual estos últimos días de agosto, cuesta encontrar un perfil vacacional puro y duro entre los huéspedes. La mayoría son asiduos de los monasterios y han recorrido España de celda en celda. Y, al igual que sucede con los turistas convencionales, los hay que repiten una y otra vez en Cardeña. "Conozco docenas de monasterios. Pero ninguno supera en silencio y tranquilidad a éste. No he faltado en 20 años", afirma orgulloso Antonio Cabrera, letrado y también capellán en Granada, al que acompaña su hermana Magdalena. El abad Iglesias admite que "aquí no se pregunta a nadie por sus creencias". Pero calcula que "no más de un 5% viene en plan de simple hotel".
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Amplias zonas, desde el austero claustro hasta la bodega del siglo XII, son guardados celosamente al visitante. "Es como cuando vas de visita a una casa. Tratas de interferir lo menos posible en las costumbres de la familia", aventura Abelardo Pérez, abogado ovetense también de gran experiencia en esta forma de descanso espiritual.
37 euros diarios por el todo incluido.
San Pedro de Cardeña, el más veterano de los cenobios benedictinos, es uno de los más mitificados por su respeto a la vida monástica. Los viajeros pagan 37 euros por una habitación, desayuno (8.45 horas), comida (14.00) y cena (20.00). Abre sus puertas a las 8.30 y las cierra a las 20.00.
600 monasterios ofrecen hospedaje en España.
Suman más de 10.000 camas. Los hay que funcionan como un hotel con todas las comodidades. Otros imponen una rígida clausura e incluso exigen una cierta 'recomendación' para entrar. Los hay unisex (solo hombres o solo mujeres), pero se van imponiendo los mixtos. Son la parte más mística de la nueva corriente de 'descanso slow' (lento... tranquilo).
Estas rígidas normas tienen sus ventajas. A los hospedados solo se les pide que colaboren en la limpieza y orden de espacios comunes (sobre todo la cocina) y que dejen las habitaciones "como les gustaría encontrarlas cuando llegan". Así, las estancias (entre 2 y 10 días), fluyen sin grandes incógnitas. "El plan te lo dan hecho. Durante las horas de estudio y trabajo de los monjes nosotros también estudiamos o leemos. Ese orden ayuda mucho para tu propia puesta a punto dentro", explica la andaluza Rosario Sierra.
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Algunos aprovechan para visitar la muy cercana Burgos, pero el ritmo interno de Cardeña invita a no alejarse de sus muros. Ofrece 24 habitaciones, algunas dobles, abiertas a hombres y mujeres (muchos monasterios son "unisex"). Una cama, una mesa, un crucifijo en la pared y un baño enano. El profesor Calleja se encierra un rato en la suya. Está enganchado a "El peregrino ruso", uno de los libros más leídos del cristianismo ortodoxo. En la estrechez de su celda se muestra feliz. "A veces voy a un spa, pero solo es relax físico. La mayoría de los que venimos aquí somos buscadores. Y aquí hemos encontrado lo que cada uno busque".
La fiesta de San Bernardo introduce en el menú de citas religiosas la guinda de una misa especial en la sobria Capilla Mayor. Los alojados rompen su rutina para asistir al oficio. Algunos rezan un rosario, pasillo arriba, pasillo abajo. Antes de la comida hay un tiempo de cierta desbandada, pero sin alejarse demasiado de los muros. Porque Cardeña está en un enclave donde "algunos árboles tienen alma de oro con el sol de la tarde", tal y como lo describió García Lorca en "Impresiones y Paisajes". Bajo ese "alma arbórea de oro", Carmen Meseguer se tumba con el imponente monasterio siempre a la vista. "Se me había reproducido la ansiedad. Y este silencio te centra mucho".
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Uno se lleva la certidumbre de que no hay oferta que mejore los 37 euros al día que cuesta la pensión completa en este lugar.
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