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Mikel Labastida
Domingo, 26 de marzo 2017, 21:50
Lo definen como discreto, sereno e incapaz de perder los nervios. Pero él se ríe al escuchar la descripción. «Hay gente que podría decir justo lo contrario. Los años te calman, pero todos hemos perdido los nervios alguna vez», asegura. Va a necesitar templanza Miguel Falomir para asumir y gestionar su nuevo cargo al frente del museo del Prado. «Al principio lo rechacé, pero cuando me dijeron que lo que querían no era un gestor, sino una dirección más intelectual cambié de opinión». En estos primeros días recibe en el despacho que el máximo responsable del Prado tiene en el Casón del Buen Retiro, pero todavía no tiene claro si establecerá en él su sede central o en el que está alojado en el área económica. «Allí tengo un montón de libros», aclara. Decidirse por uno u otro despacho no está entre sus prioridades.
Tiene ante sí retos importantes, como mantener las cifras de visitantes de la pinacoteca madrileña -más de tres millones en 2016-, comandar la reforma del Salón de los Reinos y preparar la celebración del bicentenario. Y aguantar las comparaciones con Zugaza, su predecesor y valedor. «Tenemos ideas comunes en cuanto a lo que es el museo y la ambición intelectual y su compromiso internacional. También coincidimos en la importancia que le concedemos a la conservación y a la restauración. Nuestros pasados son diferentes. El mío es más científico, con distintas estancias en el extranjero, mientras que él tiene una trayectoria más de gestor cultural. Y sobre algunos aspectos no pensamos lo mismo. Pero se ha buscado continuidad, así que es lógico pensar en coincidencias», aclara.
Ahora mira hacia atrás y se siente satisfecho de su trayectoria. En 1997 dejó su trabajo como profesor titular de la Universitat de València para probar suerte en Madrid y ese mismo año se incorporó a la plantilla del Prado, que dos décadas después ha acabado dirigiendo. «Me fui porque quería alcanzar nuevos horizontes. Además me siento más cómodo en ciudades grandes que permiten el anonimato, como Nueva York o Madrid», comenta.
«Una de las cosas que más me llamó la atención al llegar a Madrid para hacer la tesis doctoral era la cantidad enorme de profesionales valencianos que vivían aquí de todos los campos. No sólo del campo de la Historia, sino también ingenieros o arquitectos. Me quedé pasmado, habría que preguntarse por la incapacidad de Valencia para retener talento». Surgen así nombres como el de Garín o Tomás Llorens, otros valencianos que han estado al frente de pinacotecas nacionales, a los que conoce y aprecia aunque no mantenga ninguna relación estrecha con ellos. Ni con Borja-Villel, su homólogo en el museo Reina Sofía. «Pero sí con su tercera, Charo Peiró, que es de Beniarjo, y ambos coincidimos como becarios», apunta.
Su nuevo cargo le obligará a hacer renuncias. «No voy a poder comisariar exposiciones ni escribir libros, aunque anteriores directores del museo lo hayan hecho, pero creo que aquello fue un error». También prevé dejar el Patronato del Museo de Bellas Artes de Valencia. «No es bueno ser director de un museo y estar en el órgano directivo de otro». Pero eso no impedirá la colaboración entre ambos centros. Falomir no oculta la preocupación que le despierta la pinacoteca valenciana. «En Valencia no se creen ese museo, se le concede un estatus inferior que al IVAM, y eso es algo que no se entiende. Los mismos que presumen de que es la segunda pinacoteca española no lo dotan de medios. A mí me recuerda a lo que pasaba en el Prado hace 20 años. Decían que era el mejor del mundo pero no ponían los medios. Menos hablar y más ponerse manos a la obra. Es un museo extraordinario en cuanto a sus fondos, pero que en estos momentos no tiene ni un conservador, hay otros más pequeños mucho mejor dotados. Es imprescindible aumentar su dotación presupuestaria», reclama. «En cuanto a su colección sólo es comparable con el MNAC de Barcelona y es mejor que los de Bilbao o Sevilla».
Es conocedor de la polémica que rodea ahora al centro (él lo sigue llamando San Pío V) en torno a su discurso museográfico. «Yo creo que el museo es local, porque un tanto por cien importante de obras son de pintores valencianos, la valencianía está muy presente. Pero si algo distingue a la pintura valenciana es que su proyección va más allá de su lugar de procedencia. Es imposible entender el siglo XIX español sin la contribución valenciana, ha sido determinante para los pintores que han venido de fuera. No hay otra región española con ese nivel, pero no hemos sabido venderlo».
Valencia como destino cultural
De vender Valencia -como destino cultural- también opina Falomir. «Ahora se ha mejorado mucho. Yo recuerdo cuando era pequeño que llegabas a la ciudad y había un cartel que ponía 'Valencia, visita turística dos horas'. Y decías hay que tener poca confianza en uno mismo como para poner eso. Daban ganas de no entrar. Para ser un destino cultural hay que quererlo, mira el caso de Málaga, pero se debe confiar en lo que se tiene». Y en la charla sobre los modos en que vender lo valenciano surgen dos nombres: Calatrava y Sorolla.
Del primero dice que se ha abusado «como se abusa de todo lo que es éxito». «Sorolla asegura éxito en Valencia y en Madrid. Es el pintor que más lo hace después de Velázquez y Goya, en algunos casos incluso los supera. Es lógico que se recurra a él, lo importante es que eso no opaque al resto de artistas, que hay muchos importantes». Al arquitecto de Benimàmet se refiere cuando se recuerdan los años anteriores a la crisis en que muchas ciudades recurrieron a la arquitectura espectáculo para llamar la atención. «Es algo que te da un rédito cortoplacista», añade, aunque reconoce el valor icónico de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias. «Es verdad que ese complejo ha situado Valencia en el mapa, mucha gente empezó a conocerla por eso. Pero eso no quiere decir que esa sea la mejor manera ni la única de poner en valor una ciudad».
Tiene ante sí una ardua labor, en la que pretende que el museo madrileño no muera por la masificación y sea capaz de atraer a un público joven. Reconoce que el arte contemporáneo es un instrumento poderoso para ello. Pero va más allá. « Es obligación que el Prado siga inspirando a artistas actuales». Falomir espera tener «la clarividencia de saber dejarlo a tiempo» aunque no ha firmado un contrato que le especifique una fecha máxima en el puesto. Y es que este director no ha sido elegido según el Código de Buenas Prácticas, que sí se ha aplicado en Valencia a instituciones como el IVAM o el Consorcio de Museos. «Hay distintas variaciones, el concurso, o crear un comité específico para buscar a alguien, en el que se presentan candidatos y se invitan a otros. Hay centros que encargan a una agencia de cazatalentos una primera búsqueda. Ninguna garantiza el éxito. Todos conocemos casos y casos».
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