![Nino Bravo, junto a los niños de Aielo que salieron a recibirle en su primera visita tras el éxito.](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202301/21/media/cortadas/Nino%201-RpskbZ2I9SiJedE6rPWqbyJ-624x385@Las%20Provincias.jpg)
![Nino Bravo, junto a los niños de Aielo que salieron a recibirle en su primera visita tras el éxito.](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202301/21/media/cortadas/Nino%201-RpskbZ2I9SiJedE6rPWqbyJ-624x385@Las%20Provincias.jpg)
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Los pueblos son agradecidos con los suyos. En ocasiones tanto que con la manifestación de sus afectos llegan a negar esas verdades universales que afirma la sabiduría popular. Sí, tanto que pueden hasta desmentir aquello de que 'nadie es profeta en su tierra'. Y si ... no, pregunten en Aielo de Malferit, el pueblo de Nino Bravo como reza el cartel que desde la rotonda de entrada da la bienvenida a la localidad que este sábado inauguró el año dedicado al cantante de cuya trágica muerte se cumplirán cincuenta años en abril con la presentación del libro 'Nino Bravo. Voz y corazón', de Darío Ledesma y el pase del nuevo montaje del documental 'Historia de un mito'.
Y en ese pueblo, el suyo, en los años setenta del pasado siglo, hubo un día que no fue como ningún otro. Para sorpresa de los pequeños del lugar se suspendieron las clases del colegio público. También las del parvulario que regentaba una comunidad religiosa. Y todos los escolares de ese tiempo de aulas superpobladas por hijos del boom demográfico se vieron, liberados del pupitre, envueltos en un festivo recorrido por las calles del municipio.
¿A qué se debió tan gran alborozo? No había más causa que la que encarnaba un hombre. Luis Manuel Ferri, a quien el mundo de la canción bautizó como Nino Bravo, y sus más allegados conocían como Manolito, llegaba de visita a su pueblo. Era el primer viaje a la tierra que le vio nacer desde que empezara a cabalgar por el camino del triunfo. Había nacido el mito que en muy poco tiempo lanzaría el nombre de Aielo y a quien cuando sólo contaba con 28 años de edad un trágico accidente de tráfico le segó la vida el 16 de abril de 1973. Décadas después todavía las calles de su infancia y las gentes que cohabitaron su espacio y su tiempo le recuerdan.
Por más años transcurridos, el paseo de emociones que regalan a LAS PROVINCIAS aquellos que son hoy son los mismos escenarios que el artista transitó hasta que «cuando tenía unos siete u ocho años marchó a Valencia con su familia», descubren una memoria congelada por el afecto, la admiración y el respeto. Fernando Bataller, sobrino del artista valenciano, que tiene ahora 61 años, es uno de los niños que disfrutó de un inesperada jornada fuera de las aulas.
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«El día que vino Nino, –el mito, como le llama Fernando– cuando se enteraron en el pueblo, se suspendieron las clases», apunta el sobrino, quien pone fecha al acontecimiento entre 1970 o 1971, y añade a su relato que «llegó en un Mercedes con chófer, algo que fue muy impactante en el pueblo».
A medida que avanza el paseo se descubre que hay un entorno clave que se descubre al paseante revestido de la misma eternidad que rezuman las canciones. Es un ancho espacio rodeado de árboles flanqueado por aquel colegio público y aquel parvulario –donde el ídolo recibió sus primeras lecciones de manos de «les mongetes»– que fueron protagonistas de una visita inolvidable, de un antes y un después en el relato de Aielo.
Los dos edificios conservan las características arquitectónicas originales. Pero su uso ha cambiado aunque Nino Bravo sigue pegado al relato de dos construcciones, o tal vez habría que establecer la relación inversa. Cuando ya no es posible contar con aquellas 'cartas amarillas' para rescatar la huella del ídolo tras la puerta que se abre bajo el rótulo 'Niñas' de la fachada del que fue colegio público se abre el museo Nino Bravo.
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Allí, en horas que se adivinan el calor del afecto y el frío de la pérdida, tal vez esa «mitad fuego y mitad nieve» de aquel himno 'Mi tierra', esperan a LASPROVINCIAS Aurelia Vidal Ferri y María Ferri Sanz, primas del ídolo, junto a Paquita Ferri, esposa de un primo de la inolvidable voz y cuñada de Aurelia. Las tres han superado los ochenta. Aurelia incluso los noventa, ya transita los 92.
La edad no ha barrido a 'Manolito' de su retina. Todas tienen mucho que contar y lo demuestran. María llega con una fotografía del cantante en la mano., «de cuando se fue a Dublín». Ella cuenta que «cuando tenía siete u ocho años, Nino ya tenía madera de cantante. Venía a mi casa y me pedía dos cubos para utilizarlos como tambor» para acompañar cancioncillas de niño.
Era un hombre de trabajo y de familia. En Aielo dejó amistades que aún perviven, y experiencias, muchas experiencias. Eso que sólo vivió en el pueblo hasta los siete u ocho años. Luego vino Valencia. Y después todo lo demás. Pero el éxito no le alejó de los suyos, ni de los de casa, tampoco de los de la patria chica.
Aurelia recuerda la «paella que le hizo mi madre porque él le había dicho que quería una pella de las de Aielo» en una de las visitas a casa de la tía cuando desde Valencia regresaba al pueblo durante las vacaciones escolares. En la capital «él, sus padres, y su hermana, Consuelo, vivían en la calle Visitación. Aquí venían al cerrar el colegio y según se fueron haciendo mayores también iban a Carcaixent porque su madre era de allí», añade Aurelia.
Experiencias entrañables de una infancia que encontraron replica en los años de un triunfo construido de trabajo y de familia. Actuaba por donde tuviera que hacerlo y después llegaban los encuentros con los suyos. «Yo le conocí cuando ya era algo mayorcito, en la época que comenzaba a cantar. Venía mucho a casa, donde hacíamos fiestas. En esos encuentros cantaba. Él era muy familiar–insiste–. La comida que más le gustaba era 'l'arròs al forn', también las zanahorias en salmuera», apunta Paquita Ferri, quien insiste en que Nino Bravo tenía muy claro que aquello de cantar sólo era su trabajo.
En la conversación aflora de nuevo el afectivo perfil del hombre que en los álbumes familiares aparece junto a su esposa el día del bautizo de su hija mayor y dejó en la memoria musical colectiva la sensibilidad de la impronta del beso y la flor ante una partida o las huellas del amor impresas sobre cartas amarillas. «Era muy familiar, tenía muchos amigos aquí. Mientras vino siempre los tuvo. Aquí todos los 3 de agosto se celebra un festival dedicado a sus canciones», apunta María.
La cita estival que apunta la prima, una vez más obliga a mirar a ese 'Eixample', como lo llaman en el pueblo, que se adivina centro neurálgico de la vida de Aielo, el paseo ajardinado entre el colegio y el parvulario. Allí es donde tiene lugar ese encuentro musical que gira en torno a los inmortales temas del ídolo y que, como apunta Fernando, este año va a ser especial. Bueno, más que en anteriores ediciones, porque especial siempre lo es.
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Cerca, a sólo unos pasos de tan simbólico emplazamiento se abre la calle Mayor y allí abre sus puertas el Bar March, un establecimiento de toda la vida donde el paseo hace un alto en el camino. Es otro espacio que habla de Nino Bravo y que no quiere dejar de hacerlo. Juan Carlos Barber tiene 54 años. Representa a la tercera generación de la familia del bar de cuyas paredes cuelga una fotografía que es el orgullo de la casa. Juan Carlos y Fernando detienen la mirada en la instantánea y de inmediato el sobrino del artista apunta con el dedo quién es quién. Ante un joven de unos quince años con gafas se detiene. «Éste es él». Sí, el mito, Nino Bravo. La foto es testigo de un aperitivo que en 1959 reunió a la familia y unos amigos en el establecimiento. Juan Carlos no le conoció, es mucho más joven, pero sabe que su abuela «era amiga de Consuelo, la madre de Nino, y yo iba a su casa y he jugado con sus hijas». 'El Consuelo', el nombre de su madre, fue el que puso al chalé que construyó para sus progenitores y que hoy, ya propiedad de otra familia, todavía se le conoce como el 'chalé de Nino bravo'.
Esa casa, la de la familia, se convierte en otra parada obligada. Ahora hay que dirigir los pasos hacia la calle Sants de la Pedra. Una vez allí, en el que hoy es el número 7, una fachada de arquitectura rural de indiscutible factura valenciana, muestra la rotunda incsripción que indica que allí vio la luz el artista el 3 de agosto de 1944. Ante la puerta de una vivienda que sigue en manos de la familia Ferri, Fernando se detiene para ofrecer detalles que hablan de la herrería que tenían los abuelos del cantante junto a la casa y en torno a la que nunca faltaban las tertulias de los vecinos, conversaciones que aún anidan en la memoria de los mayores del lugar, el pueblo del que un día partió el pequeño Juan Manuel Ferri hacia la capital donde trabajó en un taller de joyería para después dar voz a las canciones eternas que le han sobrevivido. El descendiente de aquellos herreros, el insigne vecino de Aielo, el amigo de sus amigos, el mito, desgraciadamente, ya no puede buscar entre cartas amarillas, pero los suyos mantienen vivo su recuerdo mientras sus canciones siguen sonando en todo el mundo.
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