Boceto del cuadro de Aparicio Inglada. MUSEO NACIONAL DEL ROMANTICISMO

El artista alicantino y su cuadro resucitado

Un libro revive la azarosa vida de una obra del pintor José Aparicio que se creyó perdida en un incendio y reapareció despiezada en un museo de Madrid

Jorge Alacid

Valencia

Sábado, 15 de julio 2023, 00:58

pesar de que todavía hay obras sin localizar, pocas porque van apareciendo en las sucesivas revisiones que se hacen en las instituciones depositarias, alguna queda ... sin localizar». Mercedes Orihuela, antigua conservadora del Museo del Prado que ha consagrado su vida profesional a la tutela de tantas y tantas piezas prestadas por la primera pinacoteca de España a otras entidades del resto del país, responde con esta frase cuando se le pregunta por el destino de algunos tesoros cedidos en su día por el Prado, cuya pista a veces se pierde. Es una evidencia y también el germen de ciertas historias a mitad de camino entre la realidad y la leyenda, porque su lado oscuro posee tanta fuerza que engendra el mito de manera natural. Por ejemplo: cómo puede extraviarse un lienzo de exageradas proporciones, obra del maestro alicantino José Aparicio Inglada, sufrir toda clase de contratiempos, darse por perdido y reaparecer al cabo de los años en las inesperadas manos del Museo Cerralbo. La respuesta a esa pregunta domina las líneas que siguen, a partir del rigor científico pero también de las sombras que emergen en su azarosa vida.

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En su libro 'El Prado disperso', Orihuela relata la asombrosa historia del cuadro debido al maestro alicantino. Aparicio, nacido en Alicante en 1773, fue un pintor de estilo neoclásico y seguidor de la corriente historicista: en esa línea se inscribe su 'Desembarco de Fernando VII en el Puerto de Santa María', un cuadro de generosas dimensiones (mide 4,62 metros por 7,30) cuyas peripecias, tan novelescas, se entienden dentro de la lógica que prevalece en las páginas del volumen recién publicado por Planeta. La autora asegura que «se hacen frecuentes revisiones por parte del personal del Prado para revisar especialmente su estado de conservación» pero también se observa en su libro que no siempre fue así y ahí surge la explicación para interpretar qué pasó con el lienzo de Aparicio: en el pasado se anotaron extravíos de toda naturaleza, que alcanzaron su preocupante culmen cuando en 1978 desde el Museo se llegó a temer por el paradero de hasta 7.000 obras de arte. Con esa cifra se cuantificaba una denuncia interpuesta por unos particulares que llegó a sede parlamentaria y a los tribunales; como consecuencia de la alarma desatada, puede concluirse que desde entonces hay un antes y un después en el celo que merece la custodia de las joyas del Prado. La Fiscalía del Estado impulsó una revisión sistematizada para localizar las piezas desperdigadas y puso orden en ese relativo caos, ayudándose de un grupo de jóvenes investigadores que se iniciaron en esta apasionante tarea. Con éxito: el Prado podrá estar hoy disperso pero su catálogo forma un todo único, bien documentado.

Orihuela formaba parte de aquel equipo de asesores que ayudó a la Justicia a poner orden en el aparente desgobierno. Aparente porque en realidad no había tal descontrol, aunque la denuncia tuvo la virtud de situar al Prado ante la necesidad de perfeccionar sus mecanismos de tutela de estas obras diseminadas por toda España. Aquella joven Orihuela se desempeñaría con el paso del tiempo como conservadora del Museo y responsable del Servicio de Depósitos. Jubilada hace tres años, la información que facilita sobre el cuadro de Aparicio Inglada sirve como ejemplo de que, en efecto, luego de aquel desbarajuste detectado hace 45 años, hoy la luz prevalece. Y ese monumental lienzo que registra el momento histórico del desembarco de Fernando VII en tierras gaditanas opera como paradigma de la adecuada tutela de que gozan al fin las piezas del Prado disperso.

A saber: «El cuadro de Aparicio se depositó a finales del siglo XIX en el Tribunal Supremo de Justicia, que sufrió un incendio en 1915». Arrancaba así un accidentado itinerario que hizo temer por la suerte del cuadro, una pieza de gran formato que se dio por destruida «hasta fechas muy recientes». Porque hubo suerte, añade Orihuela. Ella sospecha que si el cuadro parecía haberse escapado del radar del Prado se debe a una contingencia común por la época: «Antes de hacer el inventario de los cuadros quemados en ese incendio debió haber saqueo de bienes». Una suposición cabal, que explica que se perdiera el rastro de la obra del pintor alicantino, hasta que ocurrió uno de esos milagros tan frecuentes en la historia del arte: el cuadro reapareció, pero lo hizo con su apariencia alterada por completo. El original había sido despiezado: una mano anónima había recortado el lienzo en más de 20 fragmentos enmarcados, «cada uno de ellos con el retrato de los miembros de la corte de Fernando VII».

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Una curiosa fisonomía, debida tal vez a que fue robado durante el incendio y troceado por desconocidos para facilitar su venta, que alimenta esa teoría sobre el mito como factor decisivo en la enigmática vida de toda pieza artística. Una vida de novela, con capítulos muy ricos en misterios: el cuadro apareció depositado también en Madrid, en el Museo Cerralbo, un palacete del barrio de Argüelles donde se custodia la herencia de ese adinerado aristócrata, Enrique de Aguilera y Gamboa. Un político carlista y coleccionista de arte, que se hizo con la obra en el Rastro. «Desconocemos si la adquirió ya recortado», dice Orihuela. Un hallazgo debido por cierto a otra alicantina, la profesora Pilar Tébar, que pudo identificar con precisión el lienzo gracias a un boceto que obra en poder del Museo Nacional del Romanticismo e ilustra estas líneas.

¿Misterio resuelto? Tal vez. Ya se sabe que la leyenda siempre resiste.

MUSEO DEL PRADO

Las dos piezas valencianas seleccionadas en 'El Prado disperso'

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Una historia poco conocida del Museo del Prado reside en su condición de entidad prestataria de obras de arte a entidades de menor tamaño repartidas por toda España, que se hacen por esta vía con unos fondos en depósito que difícilmente hubieran podido adquirir por sus propios medios. Es el llamado Prado disperso, precisamente el título con que la experta Mercedes Orihuela ha bautizado su obra recientemente publicada. En sus páginas enumera una serie de estas piezas; en total, 41 hoyas que emigraron un día desde Madrid para abrillantar las estancias de otros museos, pero también de distintas entidades oficiales que las exhiben por algo cuentan de su propia historia. Es el caso del Palacio de Benicarló, sede valenciana de Les Corts, de cuyos muros cuelga una pertinente y espectacular obra de arte llamada 'La batalla de Almansa'. Cuenta, como se puede deducir, los pormenores de ese acontecimiento, decisivo para la configuración de la Historia de la Comunitat: un episodio bélico de raíz paneuropea, la llamada Guerra de Sucesión, que enfrentó en esa localidad manchega a las tropas de Felipe de Anjou, de la dinastía borbónica, con el Ejército de Leopoldo de Habsburgo. De ahí la pertinencia de su depósito en Valencia. La victoria del primero significó la eliminación de los fueros y como resultado ahí está ese lienzo de enormes dimensiones, obra de Bonaventura Ligli y Filippo Pallotta: espectacular, en efecto, como habrán podido comprobar quienes alguna vez hayan paseado por Les Corts. El Legislativo valenciano reclamó esta obra al Prado en 1983. Un deseo concedido, que Orihuela avala en atención con estas palabras: «En Valencia es donde mejor puede estar el cuadro porque representa el inicio de la abolición de los fueros y las instituciones valencianas, recuperadas después de tantos años con el Estatuto de Autonomía de la Comunitat». «La he visto en varias ocasiones», añade, «y está en buen estado de conservación». El mismo juicio le merece las condiciones de mantenimiento de la segunda pieza depositada entre nosotros que incluye en su libro Se trata del cuadro 'Entrada triunfal del rey don Jaime I, el Conquistador', obra de Fernando Richart Montesinos cedida al Museo de Bellas Artes de Castellón, que recoge otro hito decisivo en nuestra historia, al que agrega otro atributo de gran valor: «Ese cuadro de grandes dimensiones conmemoró el día internacional de los museos cuando se depositó en 2008, después de haber sido convenientemente restaurado en el Instituto Valenciano de Restauración con la supervisión de los restauradores del Museo del Prado». Richard, pintor por cierto castellonense de corta vida y precoz talento, retrata en su lienzo (que obtuvo una medalla de plata en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1884) ese momento cumbre, cuando Jaime I culmina la conquista del reino taifa de Valencia y recibe el tributo de sus nuevos súbditos: una obra de esmerada composición, que conoció diferentes vicisitudes, porque antes de recalar en Castellón se exhibió en el Museo Víctor Balaguer de Vilanova y la Geltrú, hasta que en 1981 se trasladó a Valencia y de ahí a su actual emplazamiento. ¿Por qué incorpora estas dos joyas a la cuarentena de ejemplos recopilados en su libro? Orihuela, quien advierte que «la selección de 41 piezas de las más de 3.000 depositadas no ha sido fácil», responde que ha escogido esos dos casos valencianos «porque son piezas que están donde deben estar«. »Las instituciones depositarias«, prosigue, »conocen que deben conservar las obras en excelente estado de conservación corriendo con todos los gastos que se necesiten«. Y concluye: »Si no fuese así, el Museo del Prado puede levantar definitivamente el depósito. Se hacen frecuentes revisiones por parte del personal del Prado para revisar especialmente su estado de conservación«.

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