En su DNI, y en eso que ponemos los periodistas entre paréntesis en las entrevistas, pone Madrid, 1989. Pero en realidad Beatriz Serrano (ven, estos son los paréntesis) se crió en Alfafar hasta los 18 años, y se siente tan de aquí como de allí. ... Antes de esta mañana en la que a las 12 horas ya lleva cuatro entrevistas, ha pasado unos días en su casa, con su familia, en plena zona cero de la barrancada que hace 40 días nos partió el alma. Eso le ha llevado a, pese a estar en plena promoción de 'Fuego en la garganta', la novela con la que ha quedado finalista del premio Planeta, reflexionar sobre lo que ha destruido su pueblo de la infancia, un pueblo no muy distinto de ese en el que vive Blanca, la protagonista de su novela. «La gente te cuenta qué hacía esa noche, necesitamos hablar del tema porque hay un trauma colectivo», asegura. La mujer con la carcajada más radiofónica de España también reflexiona de los peligros de internet, del miedo al fracaso y de las contradicciones. Vamos, lo que supone ser 'milennial' de los pies a la cabeza.
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-¿Qué supone pasar de un libro de gran éxito pero que nadie esperaba, El descontento, a otro del que se espera un gran éxito?
-No lo sé. Estoy tirando de disociación. Cuando escribí 'El descontento' no tenía ningún tipo de expectativa. Con este sí, cuando lo presentas al premio ya vas con una idea. 'El descontento' fue una sorpresa, funcionó mucho con el boca-oreja, recomendaciones de amigos que decían, 'te tienes que leer esto porque habla de nosotros'. Me sorprendió más eso, si te digo la verdad, porque cuando te presentas a un premio sabes que lo puedes ganar o quedar finalista. Cabía esa posibilidad.
-Con este segundo libro, ¿tenía superado el síndrome de la impostora?
-Creo que no he tenido nunca. Sí hago que se lean el libro mi chico, mis amigos, mi padre… Siempre he tenido muchas inseguridades escribiendo. Además, con este segundo tenía un problema, y es que yo ya era una autora publicada. Creo que el primer libro parte de una inocencia y en este aparecen como unas vocecitas mezquinas que te dicen que no estás a la altura, pero no creo que sea algo negativo cuando eres escritor.
-Le doy dos etiquetas para la novela, la primera es 'coming of age'.
-Respecto a la primera, sí, creo que es una novela iniciática. A mí me gustan mucho y he aprendido mucho con ellas. En el colegio nos hicieron leer 'El guardián entre el centeno' y me gustó mucho, pero luego en la universidad empecé a leer novelas iniciáticas escritas por mujeres: 'Nada', de Laforet; 'Entre visillos', de Martín Gaite, releí 'Mujercitas' y luego pasé a Elena Ferrante. Creo que son un tipo de novelas que son como espejos, y eso es lo que quería con esta novela, hablar de esa época tan vulnerable que es la adolescencia, de donde acaban bebiendo todos nuestros traumas de adultos. Es el momento en el que plantas el árbol que será tu vida, y me interesaba contarlo desde una perspectiva de clase y de género, porque creo que no es lo mismo la crecer siendo un hombre heterosexual en un barrio bien. Bien, vamos a decir que siendo un hombre cis, que siendo una chica mmm, en un barrio obrero de clase trabajadora de provincias, como esa experiencia también te puede marcar.
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-La segunda etiqueta sería 'novela juvenil'.
-No, no creo que lo sea. Aunque el personaje empiece en la niñez y luego crezca, no creo que sea una novela juvenil. De hecho, han venido madres a preguntarme si le pueden regalar el libro a sus hijas y les he dicho que creo que no.
-Para los que crecimos en los 2000, es imposible no vernos reflejados en lo que cuenta, pero me decepciona que las protagonistas no se lancen zumbidos.
-¡Es verdad, no salen zumbidos! Acabo de caer. Es la crítica más devastadora que me han hecho nunca (risas) Pero sí que hay un esfuerzo por presentar esa internet de antes de las redes sociales. De hecho, los protagonistas son un poco mayores que nosotros (finales de los 80) porque quería que internet ya fuese algo que te permitía escapar de tu casa, no literalmente, pero sí asomarte a otra realidad de alguna forma. No quería que fuera el internet de ahora, de postureo. Era más el asombro del principio. Creo que mucha gente se va a reconocer, sobre todo quienes tuvieron infancias más solitarias, porque no olvidemos que en los 90 quien se quedaba en casa con el ordenador era un puto friki.
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-En su novela se habla de las personas que conocemos en internet. Es difícil explicar el miedo de nuestros padres a que fueran asesinos en serie, ¿no?
-Es que a ver, cuando nació internet, era como cualquier elemento nuevo y disruptor. Lo primero que se dio fue un miedo colectivo. Los padres no te podían proteger de lo que ahí sucedía, pero porque no lo entendían o porque para ellos era tan nuevo como para ti. Entonces había muchísima conciencia sobre los peligros de Internet. Ahora hemos pasado a una red donde todo está interconectado y donde tu avatar es lo más parecido a ti que se pueda, ¿no? Pero ahora parece mucho más peligroso, porque no te están alertando de los peligros todo el rato. Y a mí me hace muchísima gracia que nos daba mogollón de miedo quedar con desconocidos porque pensábamos que nos iban a asesinar. Y ahora de repente entras en Tinder y a los tres minutos estás como, 'bueno, me voy a tu casa, ¿no?'.
-Hablando de cosas que dan miedo, usted creció en Alfafar. Siempre lo dice. ¿Cómo ha vivido lo ocurrido en su pueblo?
-(silencio) Pues a ver, ha sido horrible. Horrible. Sobre todo al principio, porque había mucho desconcierto y mucha desinformación. Me sirvió para darme cuenta de la fragilidad. Yo estaba en Madrid, pero mi madre estaba aquí, en Alfafar, y por suerte se quedó a dormir en el trabajo. Pero ha sido sorprendente que se supone que vivimos en un país desarrollado, que tenemos ciertas garantías en un estado del bienestar. Se supone que debemos confiar en que las instituciones van a estar ahí para la gente más débil o la gente que lo pueda necesitar, y de repente te das cuenta que todo eso se viene abajo con muchísima facilidad. También me sorprendió lo frágiles que son las comunicaciones. Una vecina me contaba que para navidad ha pedido una radio portátil y linternas porque no quiere volver a sentir que pasa 48 horas sin saber si lo que está pasando está pasando sólo aquí o si los van a evacuar.
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Beatriz Serrano
Finalista del premio Planeta con 'Fuego en la garganta'
-La gente tiene muchas historias que contar y son todas terroríficas.
-Tal cual, sí, es que he visto que la gente necesita contar ese trauma colectivo que tiene, contarte qué hacía esa noche. Es muy duro, se han sentido muy desamparados porque lo estaban. Cuando mi madre vio al primer militar casi se echa a llorar. Es horrible. Es una mezcla de rabia, pena, asco…
-¿Cómo ha compaginado ese miedo y esa tristeza con la alegría del galardón?
-Mira, tuve dos semanas entre que me dieron el premio y pasó esto. En las entrevistas decía que a mí nunca me había cambiado la vida por algo positivo. Cuando sientes que te ha cambiado la vida, es por algo negativo. Una muerte, un despido, la enfermedad de un familiar… Y de repente a las dos semanas, pasó esto. La primera semana no dormí nada. Pero también fue mi madre la que me dijo, 'hija mía, esto lo tienes que disfrutar porque es una vez en la vida'. Al final es agridulce porque estás con el corazón dividido.
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-¿Está bien escribir de la barrancada para exorcizar demonios o es aprovecharse de una desgracia?
-Creo que es cuestión de acostumbrarse. Mira por ejemplo los autores latinoamericanos. Gabriel García Márquez, Fernanda Melchor, Mariana Enríquez… tienen muy en cuenta los elementos porque viven en zonas donde hay muchas catástrofes. Mira 'Temporada de huracanes', de Fernanda Melchor. En España tienes muchos relatos sobre sequía. Nos estamos enfrentando a un cambio climático donde el tiempo va a ser cada vez más extremo, así que es probable que igual que la gente de Florida sabe que hay zonas inundables que se desbordan, aquí tengamos que acostumbrarme a estas cosas. Pienso que lo normal es que la gente se ponga a escribir para sacarse algo de dentro, para quitarse ese trauma colectivo. La gente necesita contar y volver a contar dónde estaba esa noche. No quiero ser tan malpensada.
-¿Ya tiene claro si 'independiente' es igual a 'bueno'?
-No. Hay gente que está en lo independiente porque no puede acceder a lo 'mainstream'. En ambos lugares se hacen cosas muy buenas y cosas muy malas. Pero es verdad que yo ahora estoy en una situación en la que, si me viera desde fuera, me juzgaría.
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