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«No sé encarar los reconocimientos. Al principio, me asustan porque recibo una llamada de una voz extraña y luego no sé qué decir». Así habla el último Premio Nacional de las Letras, es decir, el escritor Bernardo Atxaga, quien hoy presenta su última obra, 'Casas y tumbas', en la librería Ramon Llull de Valencia. El autor de 'Obaba' se despide de la novela, pero no de la literatura.
–¿Por qué abandona la novela?
–Siempre pienso qué hubo antes de algo, por ejemplo, antes de la música, estuvo silencio; antes del pueblo, hubo un hueco. Antes de la novela, del teatro y del cuento, está el escribir. Voy a escribir, a tomar un cuaderno y a encontrar el punto de partida. Voy a estar atento a lo que me pasa, a lo que me rodea y a lo que veo para escribirlo en seis o quince folios. Borges decía una cosa chistosa de los vascos: es un pueblo que, al margen de la historia, lo único que ha hecho es cuidar vacas. (Ríe) Es ingenioso lo de Borges, pero denota que sabía poco de etimologías que no fueran las del antiguo sajón. Esta anécdota, junto con unas audiciones de Borges que llegaron a mi mano, me daría para escribir una historia, pero no una novela. Esto es lo que busco, escribir, volver a lo elemental. No puedo dedicarme a lo básico mientras escribo novelas que me exigen varios años.
–¿'Casas y tumbas' es su particular ajuste de cuentas?
–No. Los ajustes de cuentas en la literatura envejecen mal y, como los polemistas o articulistas de moda, resultan insoportables a los cinco años. Me gusta mucho la reflexión. Nunca golpeo la pelota cuando todavía está en el aire, prefiero que bote e incluso que rebote.
–La amistad es uno de los temas de 'Casas y tumbas', donde la muerte y la naturaleza están presentes. ¿Usted cree en Dios o en la amistad?
–Es más fácil hablar de la amistad que de Dios. Dios está en la última habitación del laberinto de la mente. Mi sospecha es que cuando se habla de lo que es o ha sido fundamental en la historia de la civilización hay que ser muy cautos. Hay cosas que no se deben poner en palabras. La religión al no permitir figuras sobre Dios gana un sentido más profundo. Me resulta iluminador leer la Biblia.
–En 'Casas y tumbas' se lee:«El amor ha de ser radical». ¿Usted es radical?
–Sí, en muchísimas cosas. Soy radical en mis ideas sobre la lealtad, las relaciones familiares y la desigualdad. Soy radical ante los intelectuales o escritores que no ven más allá de su campo. Lo contrario de la radicalidad es la indiferencia. El enemigo histórico de lo humano es la indiferencia ante el otro. Ahora vivimos en una sociedad más indiferente que en épocas anteriores. Hay una sustitución de la comunidad en la que la gente se veía, se tocaba y hablaba. La tecnología contribuye a destruir esta sociedad, que tiende a ser dura y estrecha. Los psiquiatras apuntan que en esta transformación las personas registran un profundo vaciamiento.
–¿Hay una revolución pendiente para frenar esta deriva?
–Quizá, pequeñas revoluciones. Todo empieza por la desigualdad. Las ideas están muy bien, pero necesitamos acciones. Sólo existe el lenguaje de los hechos. Se ha de mejorar la vida de la gente tanto económica como anímicamente. En este punto creo que los cristianos y los marxistas pueden darse la mano.
–Los grandes premios literarios oficiales del año anterior reconocieron a autores que escriben en otras lenguas oficiales distintas al castellano. ¿Intervino la voluntad política en esta circunstancia?
–Hay atmósferas y circunstancias determinadas.Una vez en el festival de Edimburgo coincidí con el autor de 'Trainspoting', Irvine Welsh, que lanzó una filípica contra los autores de Londres impresionante, como diciendo que recibían todas las distinciones. Entonces pensé que la política está en todas partes. Supongo que se han dado circunstancias que han favorecido el Premio Cervantes a Joan Margarit y el Nacional a mi obra.
–Por último, ¿escribirá un relato sobre los hechos de Adsasua?
–Voy a intentarlo porque un autor tiene obligación de escribir aquello que es significativo. Se debería hacer algo al estilo de 'A sangre fría' de Truman Capote, pero yo no puedo, no tengo tiempo. Intentaré hacer una alegoría, una parábola, una lección moral.
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