![Ferretería La Cadena, Valencia, tiendas históricas de Valencia | La Cadena, el gran almacén de ferretería que inauguró en Valencia el duplicado de llaves](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202208/08/media/cortadas/la%20Cadena%201-RicuDrXCJcoz1qBqAe5lACL-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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También puedes escuchar este artículo locutado por su autora, Laura Garcés:
Alcayatas -que no clavos, eh- del 1 del 2... Tornillos, cadenas de todos los grosores, hembrillas, telas metálicas, vajillas, cuberterías, herrajes, electrodomésticos grandes y pequeños, azadas, palas, listas de boda que en su día ... se llamaban ajuares... Y cómo no aquellos ansiados televisores de otros tiempos. Todo eso y mucho más, se vendía en la tienda que inmersa en el bullicioso ambiente del vecino Mercado Central abría sus puertas en el bajo del imponente edificio con el que en la esquina de la calle Calabazas se abre la Avenida del Oeste. La Cadena, establecimiento que fue el gran almacén de ferretería en la ciudad. Hasta allí, de la mano de Carmen de Rosa Torner, bisnieta del fundador del negocio que inauguró en Valencia el duplicado de llaves, «algo que fue un exitazo», viaja hoy LAS PROVINCIAS para ofrecerles el que puede ser un retrato de la ciudad, del camino que recorrieron juntos sus habitantes y una tienda.
Un círculo de luz que encerraba en su interior una cadena, y puertas de cristal con un gran tirador reproduciendo también una cadena, eran la carta de presentación desde la fachada del establecimiento de la Avenida del Oeste, el que siguió a la tienda que en 1912 abrió Miguel Torner en la que fue calle Guerrero. Después pasó a su hijo Fernando, y de este a los padres de Carmen. Todavía el arquitecto Javier Goerlich no había abierto la Avenida del Oeste donde la tienda se instaló años más tarde, de manos de Fernando, en un edificio promovido por el propio Torner bajo las directrices del arquitecto José Mora. Así, aquella avenida con la que se pusieron los cimientos de la nueva ciudad, contó con un edificio de referencia, la finca Torner donde en los años cincuenta se instaló aquel establecimiento de gran proyección.
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La Cadena se convirtió en aliada de los valencianos que requerían desde la más sencilla alcayata para colgar un cuadro en el salón de casa o el electrodoméstico más necesario, hasta la herramienta de trabajo más sofisticada. Entrar en la tienda -todavía lo recordarán quienes lo hicieron, y quienes no tuvieron la oportunidad pueden disfrutar de las imágenes-, era acceder a un espectáculo.
La Cadena se extendía ante los ojos del público en forma de óvalo salpicado de columnas que marcaban el camino de atractivas estanterías repletas de pequeños cajones y cajitas que almacenaban tornillos y alcayatas de cualquier tamaño. Así era la planta baja, que lucía un brillante suelo. Al levantar la mirada se abría a la vista una planta superior recorrida por un corredor protegido de barandilla desde las que se observaba la tienda. Coronaba el techo un lucernario que concedía gran empaque a un local comercial que visto hoy casi parecía el vestíbulo de un teatro o cualquier otra sala de celebraciones. Y debajo, dos sótanos. «Fue como lo que hoy es un gran almacén. Se vendía de todo para el hogar, incluso en algún momento hubo muebles. Arriba había una sección de regalos. En el segundo piso, en Navidad, se ponían juguetes y luego la feria del hogar, con grandes electrodomésticos y un apartado de muebles. Vino a ser la tienda donde se compraba todo para la casa. Venía muchísima gente de los pueblos. Eso era el detall, y luego en Torrefiel se abrió un centro para vender al mayor, a fin de servir a ferreterías de la ciudad, de la provincia de Valencia y también de otras regiones», explica Carmen de Rosa.
Y como no podía ser de otra manera, entre aquellas cuatro paredes se aspiraba el inconfundible y entrañable aroma de las ferreterías. «No sabes cómo me gusta el olor de las ferreterías. Me encanta cuando entro en una y huelo a goma, a cadenas. Es un mundo impresionante». Las palabras de Carmen sacan a la luz el recuerdo imborrable de quien, junto a sus hermanos Fernando, Alberto y Cristina ayudaba en la tienda en los periodos de vacaciones. «En navidades a todos nos ponían a trabajar en alguna sección. Yo estaba en regalos, disfrutaba mucho, me gustaba el negocio. A los que más nos interesaba era a mi hermano Alberto y a mí. Cristina era más pequeña, y Fernando también venía. El día de Reyes acabábamos muy tarde, se tomaba una copa y se entregaban los regalos a los empleados». Y para que todos tuvieran lo que necesitaran, La Cadena disponía esos díasde un espacio al que los Reyes Magos se acercaban al para atender a los niños que hacían cola para saludarles.
La casa Torner recibía clientes de la ciudad y de los pueblos. Atendían un equipo de expertos dependientes que conocían al dedillo todo lo que guardaban aquellas encantadoras cajitas ante las que a más de uno se le haría la boca agua al verlas . De allí se salía con lo que se necesitaba envuelto «en papel verde con rótulo en dorado que se pegaba con celos, antiguamente con papel de estraza. Luego bolsas blancas con el emblema de La Cadena en verde. Además, Torner, que era el nombre del negocio al mayor, tenía un banderín con los colores de la Señera».
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Y llegó un día en el que La Cadena, fiel a su espíritu emprendedor, innovó para convertirse en el «primer establecimiento en hacer duplicado de llaves. Fue un exitazo. Había un señor sentado en la puerta todo el día haciendo llaves. Aquello que hoy parece una tontería entonces era muy novedoso», reseña Carmen de Rosa. Cuenta la bisnieta del fundador que fueron los años cincuenta y sesenta los que marcaron la época dorada de La Cadena, la casa a la que no pocos valencianos acudieron en busca del televisor que se convirtió en uno de los prooductos estrella en una sociedad deseosa de ver el mundo a través de la pantalla, primero en blanco y negro y luego en color, como bien retrata la anécdota familiar que refiere Carmen. «Recuerdo que cuando llegó la tele en color hubo unos años de prueba en los que se ponía la serie Canon. Toda la familia bajábamos de casa a la tienda, quitábamos la alarma y veíamos allí la película».
Fueron pasando los años y en 1972 estalló una crisis que «perjudicó bastante. Teníamos cien empleados», apunta la representante de la familia De Rosa Torner. Llegó a Valencia El Corte Inglés y la ciudad transformó su entramado comercial dejando el barrio del Mercat para tomar el Ensanche. «Mi padre, Fernando de Rosa, murió en 1979. Él era médico, pero lo dejó para llevar el negocio cuando a la muerte de mi abuelo mi madre compró a su hermana la parte y continuó con mi padre», aclara Carmen. La muerte del padre y los nuevos tiempos que se habían asentado en la capital del Turia condujeron a que en 1981 cerrara sus puertas La Cadena. Decía adiós el establecimiento que en 1912 abrió, conforme al relato de nuestra cicerone, «mi bisabuelo, Miguel Torner. Tuvo una ferretería pequeñita en la que trabajaban sus hijos Miguel y Fernando, mi abuelo». Y un día llegó un amigo, que era «como hermano, para pedirle dinero porque se iba a América. Mi abuelo, ni corto ni perezoso, le dio todos sus ahorros. Este señor se fue a hacer las américas y no volvió en veinte años. Se quedaron arruinados y se pusieron a trabajar mi abuelo y su hermano». Pasadas dos décadas aquel amigo regresó de América y «les devolvió todo el dinero y los intereses de ese tiempo». Una historia muy bonita que dio pie a la trayectoria que desde aquellas calles estrechas en torno al Mercado Central, que hoy no existen y formaban lo que los vecinos llamaban Molí de la Rovella, enraizar en la vida cotidiana de unas cuantas generaciones de valencianos desde ese referente de la capital que es la esquina que contempla el edificio Torner.
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