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El cielo cárdeno y amenazante. El termómetro inclemente. Un frío negro lo condicionaba todo. Así que no puede extrañar que la tarde fuese indescifrable o ... mejor una montaña rusa en la que pasamos de momentos excelsos, el toreo de capa de Luque al segundo de la tarde, a unas faenas extensas y densas que no conducían a ninguna parte, caso de las de Castella y De Justo en los toros tercero y cuarto que iban minando el ambiente. De algún toro de clase como el segundo incluso el sobrero que no acabó de romper, pasamos a otros, al resto, cinco nada menos, desclasados y malandados que aparentaban pocas fuerzas cuando en realidad lo que tenían era poca raza y pocas ganas de embestir, bóvidos que preferían la espera a la entrega y así ni el que lo inventó.
Tan liosa se puso la cuestión que fuimos de las protestas airadas que acompañaron la aparición del sexto juanpedro, más por hastió que por motivos reales (otros con menos trapío fueron aceptados sin mayores reservas esta feria) pues de los cánticos de ¡Juan Pedro vete ya! entonados por un grupo de aficionados se pasó sin solución de continuidad a las ovaciones estrepitosas a De Justo en ese mismo toro cuando la faena no había levantado vuelo ni lo acabaría levantando; fuimos de la bronca cuando empuñaba la muleta con un ambiente hostil a una sorprendente diana floreada momentos después, toque que desde siempre en esta plaza estaba reservado a los momentos excepcionales (que no era el caso) en los que se adivinaba la gran faena resorte que últimamente tanto se usa y tan a destiempo que ha perdido crédito y se ha convertido en ruina impropia de una plaza de primera.
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La plaza registro apenas media entrada, las tertulias las copaban el frío, la polémica sobre si la faena de la víspera de Roca que sigue siendo el Rey merecía más premio o se le valoró justamente, se hablaba del triunfo revelación de Tomás Rufo, del percance de Manzanares que le llevó al quirófano y le abría paso a Rufo que esa misma tade se había metido al público en el bolsillo, todo hilvanado con los elementos climatológicos. Frío, frío… El ruedo, que ha perdido la belleza dorada del albero, ha ganado en pragmatismo con la arena blanquecina de sílice, aparecía en perfectas condiciones.
En ese ambiente la tarde arrancó con buenos presagios. De primeras, Castella con veintitantos años de alternativa se fue a la puerta de chiqueros cual si fuese un novillero ansioso de billetes y gloria y a ese mismo toro le inició la faena sentado en el estribo tal y como las crónicas contaban que hacía el legendario Ignacio. El trincherazo poderoso y estético con el que abrochó tan torero inicio (no diría si muy oportuno dado lo que lo acusó el toro) fue acogido con fuertes ovaciones. Luego la cosa no pudo tener continuidad. El juanpedro duró nada y menos, no tuvo clase ni ritmo, fue probón que es síntoma de falta de franqueza y se fue descomponiendo por momentos, así que todo el esfuerzo que había hecho hasta ese momento el matador, no sirvió absolutamente para nada y el público que instantes antes le había ovacionado le pitó pidiéndole que abreviase. Siempre se dijo que el torero propone, el toro descompone y dios… dios ayer estaría a otras cuestiones. Pues eso. Tampoco tuvo fortuna el francés en su segundo oponente, un toro serio y bien hecho que se quedó corto, sacó genio, protestó con frecuencia y fue poco grato, por escarbador y renuente. Por este y por el conjunto de la corrida, más allá de la desigualdad de la presentación, uno se pregunta cuando va a aparecer una corrida pareja como cabe exigir en una plaza como Valencia, habría que preguntarse donde estaba la famosa toreabilidad de los juanpedros que tanto gustaba (y favorecía) a los toreros y disgustaba a parte de los aficionados. En la búsqueda de soluciones no hemos adelantado mucho, ejemplares como este disgusta a un bando y a otro. A ese toro, Castella le tragó, no se rindió y se lo agradecieron. Menos mal.
Lo mejor de la tarde sin duda lo firmó Luque. Especialmente con el capote. Una maravilla que en tiempos de tanta vulgaridad capotera se agradece especialmente y hasta sorprende. El capote lacio, las muñecas sueltas al mando, la cintura a compás acompañando el viaje, pecheando, yéndose detrás de la embestida, el tiempo… el tiempo dormido, estético y poderoso a la vez el conjunto, un lance un paso adelante, de las rayas de picar a la boca de riego y sin solución de continuidad el abrazo de la media y el adiós de la revolera. Naturalmente la plaza respondió, los unos porque se reencontraban con viejos modos (muy olvidados) y los otros, muchos, porque de pronto descubrían la belleza torera que se puede llegar a alcanzar con la tela rosa. El momento tuvo continuidad con dos medias sedosas con las que dejó al mejor juanpedro a disposición del picador.
El arranque de faena a ese toro tuvo tanta categoría como los lances. Fueron unos ayudados por alto extraordinarios, con la suerte cargada, acompañando la embestida, metiendo el pecho, los codos recogidos y el remate de un trincherazo de manos bajas para que se enterase el morito de quien mandaba en aquella reunión. Ya en las afueras toreó relajado y armonioso sobre las dos manos, reunido y hacia adentro y cuando el trasteo pudo rebajar la tensión, que la bajó, en el tramo final llegaron las luquecinas quieto como un palo que levantaron de nuevo el cotarro. Un pinchazo previo a una estocada dejó el premio final en una oreja. Luque había vuelto en Valencia. A su segundo un colorado grandón, desclasado y protestado, le sacó lo que no tenía. Demasiado empeño puso en un momento en el que el frío iba calando, que digo calando, barrenando los huesos y los espectadores pedían clemencia que en ese caso se traducía por brevedad.
El tercer espada fue Emilio de Justo. El extremeño fue todo voluntad. Puso empeño desde el primer momento. En su primero toro de mucho esqueleto y poca gracia, no acabó de encontrar el acople. No era fácil. Se mostró como se dice en el mejor de los sentidos por esta tierra, muy trabajador, es decir insistente. No cabía mucho más. Su segundo ya dije que le protestaron desde el principio parte por el justo trapío parte porque el frío y la decadencia de los toros anteriores había calado en los ánimos. La faena al sobrero, ya metidos en la noche y el termómetro bajando, no acabó de levantar vuelo. A tardes apasionantes le suelen seguir otras como la de ayer. Ni el excelente toreo de capa de Luque pudo reanimar los cuerpos.
FICHA:
Toros de Juan Pedro Domecq desiguales de presentación y de pobre juego. Corrida descastada en conjunto.
Sebastián Castella, silencio tras aviso en ambos.
Daniel Luque, oreja y silencio.
Emilio de Justo, silencio y silencio tras aviso.
Entrada: Media plaza.
José María Manzanares no podrá hacer el paseíllo esta tarde en la plaza de toros de Valencia debido a una cornada interna que sufrió en su primera comparecencia de la Feria de Fallas el pasado domingo 16. El diestro alicantino pasará hoy por el quirófano donde será operado de esta cornada, que aunque no le perforó la piel sí le produjo destrozos musculares importantes en el muslo derecho.
Cabe recordar que el primer toro de su lote le propinó un derrote seco en el muslo derecho mientras lo toreaba a la verónica. Las muestras de dolor del torero eran evidentes, a pesar de ello, continuó la lidia y acabó toreando sus dos toros a pesar de que la pierna, en algunos momentos, no le respondía, tal y como declaró el propio Josemari: «Después del pitonazo me ha fallado la pierna, me he caído sin tener por qué pero me ha pegado con la punta del pitón en el muslo y se me ha hinchando bastante. Me ha fallado la pierna por momentos».
Los médicos le examinaron ayer lunes por la mañana y encontraron esta cornada envainada, como se define en el argot taurino. En esta ocasión, el pitón del toro no rompe la piel pero sí ocasiona destrozos importantes, tanto musculares como vasculares, que deben ser operados como si de una cornada normal se tratase.
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