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Ua escena de ''La flauta mágica' en Les Arts. LP
Opinión

Sabiduría, belleza... y felicidad

CRÍTICA: McBurney presenta una 'Flauta mágica' que funde la música con efectos, movimientos y recursos en un espectáculo de vitalidad contagiosa en Les Arts

César Rus

Viernes, 7 de junio 2024, 13:46

Volvía «La flauta mágica» por tercera vez a Les Arts. No había un buen recuerdo de la última vez. Entonces, Graham Vick se llevó un ... sonoro abucheo y unas devastadoras críticas (entre ellas la mía) a su destartalada producción, pese a partir de un interesante concepto, a saber: la contradicción entre un mensaje humanista y emancipatorio, y una élite (la masonería) que dirige y controla esa propia humanidad. Simon McBurney no se complica tanto conceptualmente. La idea es sencilla: sabiduría y belleza, y yo añadiría, felicidad y concordia. Pues su espectáculo rompe las fronteras entre escenario, público y orquesta creando una especie de fraternal comunión que culminó con una eufórica respuesta del público en pie y ovacionando a los artistas.

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Si la producción de Vick fallaba como espectáculo, la de McBurney es una auténtica filigrana escénica en la que la música se funde con toda una serie de efectos, movimientos, recursos es una espectáculo delicioso de una vitalidad contagiosa. El ritmo escénico en ningún momento decae, pero tampoco resulta en ningún momento abusivo.

Además, toda la producción tiene un intrínseco sentido musical. Es imposible salir de Les Arts sin una sonrisa en la cara después de ver este espectáculo. Musicalmente el gran protagonista fue James Gaffigan. La disposición de la orquesta, elevada respecto a su posición habitual, podía invitar a pensar en posibles problemas de equilibrio con las voces, pero no fue así, el maestro supo en todo momento encontrar el balance con las voces; pero es que, además, no sé si porque al estar los músicos tan integrados en la escena y el espectáculo, fue de las ocasiones en las que más entendimiento ha habido entre cantantes y orquesta en Les Arts. Por otra parte Gaffigan logró flexibilidad de la orquesta y, especialmente en el acto segundo, ofreció interesantes detalles, para culminar en una brillante escena final con el protagonismo del siempre excelente Cor de la Generalitat.

El reparto por coherente y equilibrado. Serena Saenz es una de las cantantes españolas más prometedoras de la actualidad. Debutaba en el teatro y lo hizo con una exquisita Pamina. A nivel vocal demostró una gran flexibilidad, estilo y riqueza tímbrica, además de personalidad. Interpretativamente demostró frescura y carisma, por no hablar de un genuino alemán en los diálogos. Giovanni Sala aportó luminosidad latina a su Tamino de vocalidad clara y exquisito fraseo. Ambos firmaron una pareja ideal. Matthew Rose fue un Sarastro contundente, tal vez demasiado rígido, pero de sólido canto e imponentes graves. Rainelle Krause como Reina de la Noche impresionó por los agudos perfectamente colocados y, en especial, en la segunda aria. Gyula Orendt fue un Papageno de agradable voz, natural comicidad y carisma. Iria Goti, por su parte, fue una deliciosa Papagena. Magníficas las Tres Damas en perfecta comunión. En esta ocasión se recurrió a los niños del Trinity Boys Choir y, a juzgar por la primera intervención, no sé si mereció la pena buscarlos tan lejos… mejoraron, eso sí, en el segundo acto.

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