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 Emblemática. Fachada del edificio Capitol en el centro de Valencia.

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Emblemática. Fachada del edificio Capitol en el centro de Valencia. jesús signes

Cines de otro tiempo en Valencia

En pleno debate sobre el polémico derribo del Metropol, el recuerdo de algunas salas legendarias evoca la transformación de nuestra ciudad | La primera proyección en Valencia se realizó en 1896, en la actual calle Don Juan de Austria

ÓSCAR CALVÉ

Valencia

Jueves, 31 de mayo 2018, 20:28

Algunos recordarán el de su colegio. Otros sentirán nostalgia de aquellas pantallas de verano toscas, de las sillas de casa hasta allí llevadas, práctica de otra época que se pretende recuperar. No serán pocos los que extrañen el Cine Museo -antaño Cinematógrafo Caro-, o aquel que se proyectaba sobre una lona en el presbiterio de la extraordinaria iglesia de San Juan del Hospital, el S.A.R.E. Un servidor, dada su relativa juventud, recuerda vivamente el Cine Oeste: allí alucinó con las peripecias del extraterrestre más famoso del celuloide. Quizá el eco más vivo de su éxito pasado sea aquel corazón urbano atiborrado de cines en el Paseo de Ruzafa y sus alrededores, desaparecidos en su amplia mayoría.

Efectivamente, el menú del día tiene como plato principal los cines en Valencia. Por causas muy distintas el asunto está de plena actualidad. Por un lado el polémico derribo del Metropol , sobre el que ya se han escrito ríos de tinta en torno a la idoneidad o no de su conservación. Mucho más amable es la otra cuestión. No la cito por propaganda (innecesaria para la multinacional sueca) sino para advertir un nuevo reclamo para el potencial espectador de cine, cada día más alejado de las salas en favor del apego a los dispositivos electrónicos particulares. Recientemente ha sido noticia la sustitución en diversos salones de proyección de España (uno en Aldaya) de los clásicos butacones de cine por los sofás de la famosa marca de muebles. El objetivo es que nos sintamos en la sala como en nuestra casa, aunque a nadie se le escapa que la medida es una hábil treta de venta que se desarrollará hasta el último día del presente mes. Por si desean probar.

Sobre gustos colores, pero antes de entrar en materia, permítanme romper una lanza en favor de una sala indispensable para los románticos del séptimo arte. Un oasis para aquellos nostálgicos que asocian el cine a un antiguo ritual. En la calle Almirante Cadarso se ubica el Cinestudio d'Or, una sala con más de medio siglo a cuestas. En ella se ofrece un pase doble de películas de reestreno por un precio módico. Además, se permite al espectador el acceso a la sala con su bocadillo y su refresco preferidos. No sólo se evita el abuso de algunas salas con los precios de los alimentos, también se recupera el sano ejercicio de practicar el respeto hacia el prójimo: la única condición al respecto de la pitanza casera es que no moleste a los vecinos de butaca. Quizá el sofá no sea como el de su casa, pero el bocata, si usted lo desea, sí. Por cierto, en el momento en que comienza la historia del cine en Valencia, a finales del siglo XIX, el bocadillo era según todos los diccionarios castellanos enciclopédicos de la época, el «alimento que los trabajadores del campo suelen tomar entre almuerzo y comida, como a las diez de la mañana». Y habrá que esperar hasta 1914 para que, por definición («Panecillo relleno con una loncha de jamón untada de manteca de vaca»), se parezca más al concepto actual.

La sede del Capitol, de 1930, se reformó en los 70, pero todavía hoy emana magnificencia

El 9 de octubre de 1896 unos pocos valencianos gozaron de la oportunidad de contemplar por primera vez una película, aunque no fuera en un cine. El novedoso invento tardaría unos años en reinar en el mundo del entretenimiento, aunque pronto dispusiera de salas exprofeso para la proyección de cintas mucho más cortas que los pases de anuncios que sufrimos en nuestra televisión. En aquella fecha Charles Kall y su cinematógrafo fueron contratados por un empresario apellidado Roig para la pionera experiencia que tuvo lugar en el Teatro Circo Apolo, gestionado por el propio Roig. El recinto se hallaba en la calle Llarga de la Sequiola, lo que hoy se conoce como Don Juan de Austria. Derribado medio siglo atrás, lo conocemos por antiguas fotografías.

Con suerte diversa otros teatros valencianos programaron proyecciones de cintas durante esas semanas. De ellos sólo sobrevive El Princesa. La Navidad de aquel 1896 trajo el primer cine a nuestra ciudad, si asociamos el concepto a una sala dedicada exclusivamente a las proyecciones cinematográficas: el Lumière se hallaba en la desaparecida calle Zaragoza. Comenzaron entonces a proliferar locales para esta finalidad, por ejemplo en la calle de Las Barcas, como estudió profundamente Fernando Delgado Muñoz, cuyo trabajo es esencial no sólo para entender el origen del cine en Valencia, sino también para asimilar la historia de la Valencia filmada. El citado especialista señala que la vida de esos primeros cines fue efímera, pues la novedad pronto se convirtió en tedio ante la ausencia de nuevas cintas, así que, hasta prácticamente la llegada del siglo XX, y sólo en el contexto de grandes fiestas, se realizaron unas cuantas proyecciones.

Fachada del cine Metropol.

En los cines D'Or se permite al espectador el acceso a las salas con su bocadillo y refresco

Ya en 1905 abrieron sus puertas dos cines donde pese a tener cabida otros espectáculos, la programación se concentraba en las cintas. El de La Paz, al final de la calle homónima, y El Moderno. Sólo el último se prolongó en el tiempo (hasta 1925). El Moderno se ubicaba inicialmente en la esquina de la calle Las Barcas con la plaza Emilio Castellar, pero la demolición del barrio de Pescadores (1907) motivó su primer traslado a la calle de la Sangre. Daba comienzo un periplo de traslados de esta empresa cuya movilidad respondía a la transformación de la ciudad y a los fluctuosos contratos de arrendamiento, hasta que en 1919 se construye una extraordinaria sala, obra de Enrique Viedma, también en las proximidades de la actual plaza del Ayuntamiento.

En 1907, en la actual Pintor Sorolla aparecía el Petit Palais, más tarde reabierto como el Palacio de Cristal. En 1910 nacía el moderno Cinematógrafo Caro en el Huerto de la Cofradía de Sogueros, en la actual calle Marqués de Caro. Un lugar en el que algunos vivieron emociones fuertes a posteriori: el llamado Cine Museo desde 1934 acogió algunas ediciones del 'Pasaje del Terror' a finales de los 80. En sus inicios ofrecía dos salas de proyección gemelas en cuyo eje había una cafetería. Un precedente de los multicines actuales que no gozó de mucha fortuna. Sólo funcionó una de sus salas, la que se reconvertiría en el Cine Museo. En la actualidad sólo conserva su fachada. Esta recuperó hace algunos años su aspecto primigenio para cerrar, sorpréndanse, el Colegio Público Santa Teresa.

Nuevas historias

Los cines iban en aumento proporcional al impacto que tenían entre los espectadores las nuevas historias, ya grabadas y protagonizadas por artistas. La suntuosidad de algunas de las nuevas salas (diseñadas por los grandes arquitectos del momento) generaba la impresión al espectador de formar parte de una clase aventajada capaz de adaptarse a los tiempos modernos. Sirvan de ejemplo otros dos cines desaparecidos. El Jerusalem, en la calle Convento Jerusalén (1928), hoy discoteca, o el Capitol, en la calle Ribera. Este último fue construido en el año 1930 por Jesús Rieta, autor de otras notables estructuras de la ciudad. Es cierto que el edificio está muy transformado, entre otras cosas porque en los 70 sufrió una gran reforma, pero es destacable -y es una opinión personal- la magnificencia que emana todavía tras la última reconversión en sede de establecimientos de hostelería. Sin duda uno de los cines más ostentosos fue el Rex, antiguo Gran Teatro que en los años 40, de la mano de Goerlich, se convirtió en todo un referente de estos edificios con su fascinante fachada y su interior chic repleto de detalles lujosos.

La masiva demanda provocó que aparecieran salas como cines de barrio

La demanda masiva del séptimo arte provocó que aparecieran nuevas salas junto a la plaza del Ayuntamiento tan conocidas que es casi innecesario nombrarlas, pero también otras muchas en lugares distintos que actuaron como verdaderos cines de barrio. Sólo en Ruzafa llegaron a funcionar cerca de una decena, como el cine Oriente, inmortalizado paradójicamente por el famoso crimen, o los conocidos Aliatar, Castilla o Savoy en las inmediaciones de la avenida del Cid. Existían también los cines vinculados a la Iglesia. Algunos llegaron a convivir con los llamados de 'Arte y ensayo', donde se programaban las películas consideradas más laxas moralmente. La catalogación de las autoridades era bastante peculiar, eran igual de escabrosas 'La Naranja Mecánica' y una película de Astaire y Rogers, casi nada. Muchos de esos cines se perdieron en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Afortunadamente, trabajos excelentes de autores como Ignacio J. Lahoz, Severiano Iglesias o Miguel Tejedor los mantienen en el recuerdo.

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