Urgente Óscar Puente anuncia un AVE regional que unirá toda la Comunitat en 2027

Martes, 01.15 h

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Sin soltarse la tripa con ambas manos, Carlota se levantó del suelo. Cerró la tapa del váter y llegó arrastrando los pies hasta el dormitorio. Al tumbarse en la cama le sobrevino otra arcada. Se asomó al cubo que previamente había preparado y vomitó de nuevo.

Miró el reloj. Tendría su primera sesión a las 10:30h. Eso le daba un margen de ocho horas de sueño más otra para ponerse presentable. Suficiente.

Miércoles, 11.30 h

-Sí querida, no te preocupes, los primeros días son los más duros pero, a partir de la primera semana, todo mejorará. Verás que vas adelgazando y además estarás llena de energía, dormirás bien… Bueno, mejor me contarás tú misma los cambios que vas experimentando con esta dieta. Nos vemos en dos semanas. Si me necesitas antes, llámame. Estoy deseando poder ayudarte.

A Carlota le gustaba terminar con esa frase sus consultas. Un poco cursi para ella, pero mostraba su interés genuino.

Miércoles, 21.00 h

Tumbándose en el sofá, recordó su vida en el monasterio situado bajo el monte Fuji. Allí había pasado toda una década aprendiendo los secretos de la alimentación zen. Pero hacía dos años un terremoto destruyó aquel lugar llevándose la vida de muchos de sus habitantes. Ella pensó entonces que era el momento de volver a casa.

Quería compartir todo lo que había aprendido, pero no sabía captar la atención de sus conciudadanos. Para conseguirlo tuvo que renunciar a mucho; conformarse, adaptarse, rebelarse y, cuando ya no pudo más, rendirse. Comprarse un móvil, un ordenador, abrirse una web, publicitarse en las redes sociales… Finalmente, poco a poco, se fue dando a conocer.

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Carlota pidió una hamburguesa, alitas de pollo, patatas fritas, galletas de chocolate y un helado de vainilla tamaño familiar. Luego buscó en Netflix una serie insustancial para dejar de pensar.

Al día siguiente volvería a intentarlo. Aplicaría los principios aprendidos de su añorado maestro zen. Pero esa noche, no. Esa noche solo quería hundirse más en el fango.

Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.

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