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Cuentos mínimos | La casa flotante

La casa flotante

CUENTOS MÍNIMOS ·

ignacio parras

Viernes, 29 de enero 2021

Suleyla siempre era agradecida en esa porción de noche con los que la miraban bien. Pero de los equívocos impetuosos, ese declive de los que arrastran una nomenclatura de intencionalidades poco decorosas; como un develado de frío punzante, ella cortaba la itinerancia con una arrogancia silenciosa y tajante.

Nos vislumbramos en el Café Palma, acogedor e íntimo local de giratoria penumbra. Atalaya nocturna de alcoholes varios y de conspicuos residentes escapistas del horario impertinente. Me eligió, arañando con su pupila cualquier atisbo de equívoco. Geómetras náufragos, nos miramos sin hablar. Sobre el mostrador, una botella de Vieilles Vignes con dos copas expirantes. Sonaba In a sentimental mood (Duke Ellington y John Coltraine), tenue y fosforescente, como una prolongación contenida que nos iba hundiendo en un pactado abismo, excluyente y carnal.

Nuestros cuerpos eran reflejos que se sostenían en el cristal circular de los espejos humeantes del local. Nos oteamos, gustamos, nada de ostracismos presentes ni pretéritos, ni de esa revancha que vamos amortizando contra todos los fracasos, como una excusa que siempre regresa de súbito, adulterada. Sus ojos, una muchedumbre de verdemares disidentes. Su piel, un jeroglífico palpitante de bronces apetecibles. Su voz, un laberinto de ecos concisos, de herida inconfesable.

Nos desprendimos de los espejos y, afuera, un precipicio de viento caía despavorido sobre el empedrado plata de la noche. Un laberinto de calles descendentes, estrechas y con aroma a salitre. En un remanso de agua, amarrada y silente, su casa flotante. Blanca y azul como una premonición. Dentro, el viento fue como un acordeón incombustible, batiendo dos cuerpos lábiles y congraciados.

Desperté pleno y habitado, dispuesto a volver a mis torceduras y mis cosas. Besé a Suleyla y al abrir la puerta, la casa flotante estaba rodeada de un horizonte de agua penetrante, un delirio giratorio. Desde su desnudez y mi asombro, Suleyla dijo que era el mar de Mármara. Van ya para tres meses que estamos amarrados a esta deriva.

Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.

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