Y recordé las largas horas dentro del coche prestado, con un carné reluciente que aún olía a nuevo, disfrutando de interminables conversaciones que se enlazaban sin pausa, con una conexión exacta de hechos, pensamientos, palabras, interpretaciones y hasta adivinaciones.
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Siempre convencidas de que la noche había llegado a su ocaso, nos retirábamos hasta la tarde del domingo, incluso a veces la misma mañana, pero ese fin se esfumaba cuando subíamos al coche y en la primera parada acabábamos durmiendo al motor. Había más, mucho más, la noche no había dado de sí lo suficiente como para atesorar y comentar cada detalle, lo que no había visto una, lo había visto otra, y lo que no había interpretado una, lo había interpretado otra.
Horas y horas desmenuzando los minutos que habían transcurrido entre copas, música y gente sonriente, feliz, despreocupada.
Los amaneceres nos atrapaban. Jamás he visto más amaneceres que en esa época, cada uno distinto, incluso podíamos dejar nuestros intereses para descubrirnos en silencio ante semejante derroche de belleza, y es que vivir junto al mar, tiene su aquel.
No importaba si era invierno o verano, no importaba si nos íbamos a llevar un buen rapapolvo al llegar a casa, todo valía la pena por arañar y compartir cada gesto, cada mirada, o cada palabra dedicada por el chico que te gustaba. Tampoco tenías que madrugar y tampoco tenías más preocupaciones que las que estabas diseminando.
Y me pregunto si todo el mundo habrá tenido la suerte de vivir estas experiencias, o tal vez el hecho de que mis amigas lo fuesen desde párvulos tenga algo que ver, y pienso… y es que ya ha llovido mucho desde entonces, pero es que seguimos igual, y nos vemos poco, pero no queremos desperdiciar ni un segundo, ni queremos separarnos, y alargamos y alargamos aunque ahora madrugamos, las responsabilidades han llegado, y los temas de nuestras conversaciones han mudado, pero qué felicidad, qué fortuna, qué bonito.
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Dichosos dieciocho, diecinueve, veinte... y seguimos.
Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.
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