Urgente El precio de la luz se desinfla con la nueva tarifa este viernes: las horas prohibitivas para enchufar electrodomésticos

Cuando desperté, esa bruma absurda seguí ahí. Dentro de mí, pese a que es difícil de explicar. A mi alrededor, en la habitación de la pensión (porque no sabía dónde me había despertado, pero definitivamente aquello no llegaba a hotel), los perfiles de las cosas en sfumato y los destellos argénteos pasaron pronto de curiosos a mareantes. Miré por la ventana y, a menos de dos metros, un muro naranja eléctrico me lanzaba sus ladrillos: proyectiles que hacían diana en mi hipotálamo. Y no, no era resaca…

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Todo me ocurre por esa extraña manía mía de meterme en la piel de mis personajes. Aquel dichoso cuento mínimo sobre el asesino no se acababa de perfilar. Salí en busca de inspiración o a perderme en la noche embriagadora. La mayoría de las veces es lo mismo. Creía que conocía todos los tugurios de la ciudad como la palma de mi mano hasta que la chica del pelo azul me puso sobre la pista del Club de Intercambio de Almas.

Pude acceder con la tarjeta escarlata que me había conseguido la chica. El local era una trasnochada reliquia de los ochenta con cortinas de terciopelo violeta. Tras unas cuantos tragos y la sensación de anodino ridículo me disponía a salir cuando aquel tipo, al asalto, me dijo que sabía que yo era escritor. «Yo soy el asesino. Sígueme. Te llevaré a un intercambiador privado».

Y aquí estoy, en esta malhadada habitación de hostal barato. Sobre el escritorio, desvencijado, una manuscrito con mi letra que no recuerdo haber escrito:

El asesino miró fríamente la cama desordenada ordenando en su mente las piezas del puzle que acababa de malograr. Bajó las escaleras, salió envarado a la calle, caminó contenido en silencio. Finalmente corrió.

Llegué corriendo a la casa, subí a plomo las escaleras, abrí agitado la puerta y alcancé en silencio la habitación. El asesino era yo.

Quien me miraba desde el espejo del baño no era yo. Pero esa es otra historia.

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Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.

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