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Han vuelto, los días raros.

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Quién dijo miedo hoy le pierde el respeto a la palabra.

Quién nunca lo tuvo se ajusta en la cara un pedazo de tela.

Veo calles repletas de miradas vacías que se pierden en un futuro desalentador.

La esperanza de un niño que pide carbón por sentarse en las rodillas de algún rey que haga magia y deje todo como estaba.

Pero ni siquiera se oye el ruido de ninguna cabalgata, ni las luces nos amparan cuando llega la noche a jugar con nuestro insomnio.

Las sonrisas se descuelgan de unos labios que ya nadie maquilla.

Las ojeras dibujan un camino de piedras difíciles de esquivar.

Los balcones esperan

que regresen los aplausos.

Y al final de la avenida veo a la vida marchar.

Toques de queda donde pocos se quedan a tocarnos a la puerta y preguntarnos si estamos bien.

Terrazas llenas de corazones vacíos.

Gente tachando de ficción a la ciencia, poniendo en peligro a una población cada vez más deshumanizada.

Cuerpos cerrados con llave y de mente.

Mascarillas por las aceras y sentimientos tirados en mitad de una carretera.

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No han vuelto los días raros, la realidad es que no se habían ido.

Y a nosotros se nos va la cabeza en otras cosas mientras a otros se les va la vida entre cuatro paredes blancas.

La soledad de una cama vacía de esperanza y la esperanza al otro lado de la línea de un teléfono que hace temblar cada vez que suena.

Se nos van los que pusieron la primera piedra de lo que ahora llamamos hogar.

Pero también se nos van los que bailaron en esa fiesta sin pensar en las consecuencias.

Se nos escapan los meses y en nada volverá a ser verano.

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Pero primero deberíamos

salvar la Navidad.

La verdad es que me dejé la primavera en el cristal de la ventana.

No sé en qué día vivo, sólo sé que ha vuelto el frío y cada día anochece más temprano.

Que el otoño ha venido sin abrigo y la tristeza vuelve a colarse en las casas.

Puedo oír las campanadas y me estremezco al imaginarme en una mesa repleta de sillas vacías.

Pienso en el último empujón, en que el esfuerzo siempre merece la pena aunque ahora retumbe esa palabra en mi cabeza.

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Me doy la vuelta y siguen ahí,

los días raros.

La triste realidad es que no se habían ido.

Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.

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