Urgente Encuentran el cadáver de un bebé en una planta de tratamiento de basuras de Guadassuar

Sucedió en una mañana lluviosa. Después de practicar con mi escopeta de balines en una guerra imaginaria contra una diana de cartón y un par de latas oxidadas, decidí adentrarme en aquel pequeño bosque. El terreno era irregular y las zonas desprovistas de árboles estaban cubiertas de matorrales y hierbas amarillentas que me llegaban a la cintura. Traté de caminar en sigilo, pero mis pasos retumbaban haciendo eco con los sonidos del bosque.

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De pronto, algo se movió delante de mí. La vegetación, tupida y vestida de rocío, se doblaba a un ritmo creciente alejándose de mis pasos. Con el corazón acelerado, corrí tras aquel animal no identificable. Mis ojos miraban hacia todos lados en un esfuerzo desesperado por saber qué era aquello que se alejaba velozmente de mi presencia. Al cabo de unos segundos, el ruido cesó, justo al borde de un grupo de árboles que proyectaban una tenue penumbra. Había perdido la pista del animal, un conejo quizás, pensé. Ahora conocía de primera mano el sentimiento de superioridad que sentían los cazadores, escopeta al hombro tras una enigmática e indefensa presa, y sólo tenía once años.

Tras la fallida persecución, me había alejado del acampado e improvisado picnic donde estaban mis padres y hermanos. De pronto, lo escuché. Era un hermoso canto: el bosque parecía silenciarse magnificando aquellas notas celestiales. Tras escudriñar en los ensortijados brazos de los árboles, lo pude ver. Era muy pequeño y tenía el pecho teñido de naranja. Coloqué la escopeta al hombro y lo centré en la mirilla, como me había enseñado mi padre. Sin saber por qué, apreté el gatillo. Todo fue tan rápido que dudé haberle acertado. Tras el estupor, caminé rogando haber fallado, pero no: ahí yacía en el suelo, inerte. No había sangre. Lo tomé en la mano y lo sacudí levemente. Su cabecita se movía a merced de los movimientos de la mano. Lloré. No sabía porque lo había hecho. Y con eso todavía sigo viviendo.

Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.

 

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