Duende

Aquel día, después de haberse escondido de aquel ruido desgarrador en aquella dehesa, el duende estuvo agazapado para que no viese nadie.

La polvareda seguía avanzando hacia la zona del valle donde estaba escondido. No sabía nada de lo que se le venía encima, pero la posibilidad de huir era poca, con lo cual si estaba quieto y observaba lo ocurrido después del grito desgarrador y la gran polvareda, a él no le pasaría nada. Además, siendo un duende, el esconderse lo tenía en los genes.

Se acercaba la polvareda y empezaban a oírse gritos, pero no se veía ninguna avanzadilla ni de orcos, trasgos, hombres, enanos o elfos. Pero cada vez la polvareda se hacia mas grande.

Entonces, al poco tiempo, oyó un cuerno de orco: la aldea lejana parecía haber sido saqueada y los gritos de los prisioneros y demás victimas se acercaban a él. Él sabía que no debía de moverse, ya que si lo descubrían podía caer prisionero.

Apareció un dragón con un názgul en su grupa. El názgul no le vio y paso de largo. Después, empezaron a oírse las pisadas de los elefantes de guerra. Los gritos y risas de los orcos por haber cogido prisioneros se acercaban más a donde él estaba.

Pensó que, como estaba en el risco de la pequeña sima junto al bosque, podía reptar hasta el bosque y huir. En realidad sería lo más prudente pero, ¿Quién le decía que no habría orcos por el bosque o aldeanos? Sean hombres, elfos, duendes, trasgos, enanos, hobbits o cualquier otra criatura en aquel bosque.

¿Y si huyendo se encontrase con alguien y huyendo varios, cayese en una trampa o emboscada, y terminase siendo comida de orco o trasgo? No sabia que hacer. Decidió primero reptar un poco para atrás. Entonces, tropezó.

Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.