Por qué no llegaré a nada en la vida

Era una mosca gorda, de esas que han gozado la vida y festejado en muchas mierdas. Obstinada, se estrellaba contra el cristal buscando una salida que tenía a pocos centímetros: se trataba de una ventana corredera y estaba abierta hasta la mitad. Desde mi mesa, me entretenía mirándola. Hacía un rato que el nuevo presidente de la empresa se había presenta- do en la zona de oficinas y nos dirigía unas palabras llenas de tópicos y lugares comunes. «Los logros de esta compañía–decía elocuente– son también los de cada individuo que trabaja en ella. No importa cuál sea mi puesto de trabajo: limpiar escaleras, contestar el teléfono, atender clientes, comandar el barco… Debemos pensar que si la empresa tiene éxito, yo también lo tengo. ¡Implicación, superación! Esas son las claves».

Unos instantes de zumbido terco y golpecitos contra el vidrio, que probablemente solo yo escuché porque me sentaba junto al ventanal, y la gran mosca voló hacia un lado para encontrar por fin la salida. Coincidiendo con ese instante, el mandamás dio por concluida la arenga y todos comenzamos a aplaudir. Con pretendida humildad, haciéndonos un gesto con las manos para que parásemos, nos instó a seguir con la tarea. Luego abandonó la dependencia, arrogándose el calor de unos aplausos que, en mi caso, fueron para la mosca.

Estos microrrelatos pertenecen al libro «El día que fui Bill Murray», que aparecerá este mes de mayo publicado por la editorial valenciana Ediciones Contrabando.

Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.