Me muevo

Tengo un don. Mis congéneres permanecen inmóviles en aceras y parques. Los que viven silvestres, en montes, llanuras y dehesas, tampoco pueden moverse. Nosotros tenemos contacto con nuestras bocas que se acarician con las de nuestros vecinos creando una red de comunicación y ayuda.

- ¿Y cómo notas que puedes moverte? Me preguntó, incrédulo, mi vecino de calle abajo.

- Lo noto. Noto tantas cosas que me hacen ver el mundo de forma diferente, que sé que puedo moverme.

- ¿Y por qué no lo notan los demás? Insistió.

- Porque viven muy rápido

Me quedé pensativo, inmóvil como casi siempre, y reflexioné sobre la pregunta. Intenté agrupar todos los cambios que percibía para asegurar que me desplazo. Pensé que los animales, que se acercan a mí, cambian su actitud. Los insectos me hacen cosquillas en más sitios de los habituales. Ese perro color canela que habitualmente me olisquea sabe que me muevo porque, a veces, se queda mirándome impresionado y no deja de hacerlo hasta que su dueño estira de la cuerda que los une, que se parece a mis bocas. Cada vez veo más humanos y más lugares distintos donde éstos viven. También he notado que tengo más hambre y que me afectan más los cambios de temperatura. Soy distinto a los demás, cada vez tengo mejor vista y me muevo y eso me hace sentir bien.

Pero, hoy, algo ha cambiado. En mi movimiento diario, lento pero silencioso, he rozado la boca del viejo vecino de calle arriba y me ha transmitido tranquilidad, pero a la vez, su sabiduría, me ha desconcertado.

- No te mueves querido vecino. Tu delgada boca con la que ahora hablamos no es más que una espabilada raíz que, como tú, crece. Igual que ahora ella se comunica conmigo, tu porte sube, un nuevo anillo te envuelve y todo parece cambiar alrededor. Y cambia de verdad, como has notado, pero los árboles no nos desplazamos, lentamente crecemos en todas direcciones, amigo mío.

Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.