Un afortunado gana el bote de 1.214.432,18 euros en la Bonoloto de este miércoles en un municipio de 10.000 habitantes

Aquella fría mañana de otoño, Ezequiel Galán se levantó a la hora de siempre con su habitual semblante contrariado.

Publicidad

De pie, en la cocina, tomaba un café mientras, absorto en algún pensamiento lejano, miraba por la ventana.

Entonces, tras el último sorbo, decidió que ya había sido suficiente.

Con la determinación que otras veces le había faltado y ante la posibilidad de que su efecto desapareciera, se propuso acabar con la indiferencia que existía desde hacía tiempo entre él y el resto del mundo.

Cansado de acumular fracasos, de sufrir decepciones y consumido por unos niveles de apatía y hartazgo que jamás pensó que alcanzaría, comprendió que había llegado el momento de abandonar el tedioso bucle en el que se había convertido su existencia.

No dejó nota alguna. Ni frases acusatorias ni recuerdos ni perdón. La envidia, los celos y la frustración se habían cobrado más víctimas de las que debían.

Salió de aquel apartamento alquilado en las afueras y, escalón a escalón, subió los tres pisos que había hasta la azotea.

De un empujón abrió la vieja puerta de aluminio y sin detenerse se dirigió hacia el borde del edificio.

Mientras caminaba, aprovechó para vengarse de la ruidosa vecina del quinto pisoteando con saña el pequeño jardín de petunias y gladiolos que allí tenía. Luego, abrió la jaula de las palomas del señor Antonio, aborrecía el olor a puro que siempre dejaba tras de sí.

Publicidad

Al llegar a la cornisa, frente a aquel desolado horizonte, visualizó durante unos segundos su despedida: un paso de fe, un breve descenso de alivio y catarsis y el retorno al inconsciente vacío.

Pero la cruel realidad de la que estaba a punto de huir se resistió a ser benévola una vez más y su adiós se tornó caótico: un traspiés provocado por un ataque de vértigo inesperado, una caída accidental entre gritos de rabia y treinta y dos centésimas del dolor más insufrible de los dolores.

Ni esa redención quiso concederle el destino.

Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.

 

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€

Publicidad