En patera

Era una noche de luna llena. Esa misma luna que alumbra a los enamorados sirvió para que Naraya y sus padres embarcaran. Durante el recorrido desde su aldea, le contaron que tendrían que atravesar una gran extensión de agua salada que se llama mar. Después llegaría a un lugar donde la gente era amable y había trabajo. Aquellas historias la acompañaron durante días y días y ahora, frente al mar, mojándose los pies en el agua salada por primera vez, tenía las luces casi al alcance de la mano.

Su padre la aupó a la embarcación donde iba mucha gente. Les vendieron unas cosas de color naranja. No había para todos. Su papá compró para los tres y les ayudó a ponérselo. Unos cuantos más consiguieron los que quedaban.

Con todos metidos en la barca y remolcados por otra con motor, se adentraron en el mar, en dirección a la libertad. Iban muy deprisa y hacía mucho frío.

Pasado un buen rato, la barca perdió velocidad hasta quedar casi parada. No se oía el ruido del motor de la barca que les remolcaba. Quedaron a merced de las olas. De pronto vino una racha de viento muy fuerte y la barca empezó a moverse de forma extraña. La gente se asustó y se puso de pie. De nada sirvió que les dijeran que, de seguir así, se hundirían.

Tras un rato por fin la barca se quedó parada otra vez. Hasta que una gran ola partió la patera en varios trozos. Todos cayeron al mar. Los que llevaban chalecos salvavidas enseguida salieron a la superficie y pudieron respirar. Los que sabían nadar intentaban agarrase a algún resto que flotaba sobre las negras aguas. Y los que no lo consiguieron…

Al cabo de dos días, Nayara, sus papás y unos pocos más fueron recogidos con vida por un barco grande, también de color naranja, y llegaron a tierra firme. De aquel barco bajaron cinco personas y cincuenta y dos bolsas negras.

Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.