Urgente Aemet avanza la previsión del tiempo en la Comunitat Valenciana para el viernes y el fin de semana

Yo tenía quince años, una inocencia e ilusión aún vírgenes. Estaba aún todo por estrenar: el interés, el asombro. La alegría lo invadía y lo impregnaba todo, era el despertar, el amanecer a la vida, el eterno amanecer. Sin imaginar, sin pensar ni saber, mi vida estaba a punto de cambiar por el rumbo que, de forma inexorable, me había conducido hasta aquí.

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Vivía en una céntrica calle de la ciudad, donde hasta aquel día no había habido cosas de importancia a destacar: los quehaceres, los mismos; las gentes y distracciones, poco alterables. Hasta que un día del verano de 1970, de repente, todo se alteró. Hasta estos días, ¿qué pudo pasar? ¿Qué fuerzas, imanes, confluencias estelares se alinearon en aquel justo momento para aparecerse ante mi, cuando jamás habíamos coincidido en aquel pequeño espacio frecuentado por ambos? Allí, en aquel mismo instante, sin darme cuenta, mi vida quedó dividida. Había ido por medio mundo a cuestas con esa media vida en la creencia que era completa pero, en el fondo, yo era conocedor de que la otra media vagaba sin rumbo y con un destino desconocido.

Perder media vida es perderla completa. Me creía feliz , ilusionado, apasionado, entusiasmado. Fueron muchos años de experiencias, parejas, hijos, triunfos y fracasos, alegrías y penas pero, sin darme cuenta o no querer hacerlo, sabía que había por ahí la otra media que cercenaba mi felicidad, deambulando sin saber dónde.

Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.

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