El precio de la luz se dispara este jueves con la nueva tarifa: Las horas prohibitivas para encender los electrodomésticos

Cada guerra es una destrucción del espíritu humano.

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Henry Miller

Tras los vidrios, el cielo rojizo se acuesta sobre un horizonte marrón terroso. El último rayo de sol se refleja sobre el rostro impávido de los soldados, mientras las plumas escarlatas de sus copetes bandean el aire cálido, sin demostrar al enemigo ningún tipo de movimiento. Estáticos los ulanos y lanceros mantienen sus armas en guardia, los fusiles, ligeramente alzados hacia el cielo declaran sus afiladas bayonetas y los sables, brillantes y curvados, perfilan el aire apresados entre los fríos puños de los húsares.

El tiempo se vuelve duro cuando su único engranaje es la espera. Todo movimiento precisa de cálculo y de ciencia. Los fonemas llegan de una oscuridad casi ficticia y no es el miedo lo que encuentran, ni el olor a manzanas maduras o a raíces bajo los pies hundidos en el rígido tablero que simula la tierra. El tiempo se vuelve duro como una coraza que invisible cubre a los hombres, cuando estos dictan sus órdenes mirando hacia delante, dejando atrás al pueblo, sosteniendo sus pipas con sus largos dedos, los mismos con los que disparan a los ciervos y los fonemas llegan igual que el trueno, antes de la tormenta.

En las gabardinas, pequeñas misivas se esconden con forma de botones, poemas de amor o promesas para una madre. Pero mientras el cielo se acuesta y crea un reflejo azul anaranjado, los mandos arremolinan sus armadas de infantería y pacientes reservan su caballería combinando así, como en Austerlitz y Waterloo, su frente de artilleros. Entonces una ligera brisa atraviesa el campo de batalla y, como una música de Bach, un estruendo de puerta cerrada ensordece la escena.

Mientras la vida sigue su rumbo elástico, más allá del tablero de la mesa se oye un tintineo de llaves y una voz que alzada se acerca a la cocina; - A cenar -, parece que predica. Y los niños vuelven a declararse la paz, mientras su madre piensa; - Ojala, ojala fuese tan fácil parar una guerra.

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Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.

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