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Sale el enterrador del cementerio pala en mano. En el camino le detiene un hombre: «Usted me ha enterrado mal, con el brazo izquierdo torcido, bajo el cuerpo». Regresa a la entrada del cementerio, y abre el candado de la centenaria puerta enrejada. El muerto le sigue dócil como un perrillo faldero.

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–Has de saber que en treinta años todos mis muertos han descansado en paz menos tú. Ya sé: esto no está sucediendo, son imaginaciones mías…un trabajo tan solitario… Pero tú te quejas, y yo te vuelvo a enterrar.

El muerto escucha y calla.

El enterrador camina hacía una tumba cubierta de tierra húmeda, con un volcán, como si de sus entrañas hubiera salido un topo. De una lápida recoge una tapa rota en pedazos. Luego lanza al muerto una mirada asesina.

– No quería romperla… me dolía tanto el brazo ¡Cómo iba a pasar así toda la eternidad!

– Venga, acomódate, que yo tenía que estar ahora en casa cenando... Dime, ¿Quién pagará este servicio? ¿Tus parientes? Créeme, los familiares, una vez enterrado el difunto, no quieren complicaciones…

– Le doy el teléfono de mi esposa.

– ¿Qué hable yo con una esposa afligida?

– Afligida, la verdad…No. En el velatorio abrí los ojos y cuando ella se dio cuenta que yo aún pertenecía al mundo de los vivos, la muerta parecía ella. Pidió que cerraran el ataúd y esta maldita tapa me condenó a ser enterrado. Y usted se empeña… ¡Yo estoy vivo!

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– ¡Vaya, no sabes el peso que me quitas de encima –exclama el enterrador lanzándole un abrazo – creí que eras un aparecido…!

El enterrador coge los restos de la maltrecha tapa y los coloca sobre el féretro vacío. Con la habilidad de su oficio cubre con tierra el agujero y le dice al no muerto: «¡Vamos!»

– ¿A dónde?

– Nos tomamos unas copas, hay que celebrarlo; después te vienes conmigo y duermes en casa o te presentas esta misma noche a pegar un susto de muerte a tu parienta. ¡Tú eliges!

Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.

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