Aquel verano toda la familia decidió pasar sus vacaciones en un chalé de Alzira. Mientras los padres estaban descargando las maletas del coche, los gemelos aprovecharon para entrar en la casa y ver sus cuartos.
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Entonces, Fran, dijo:
— Hay un gato debajo de mi cama.
— Claro —le contestó su madre-. Nuestro gato León.
— No, no -negó rotundamente Fran con la cabeza-, no es León.
Los padres corrieron a la habitación, mamá Rosa se arrodilló y vio a una gata negra con las patitas blancas, lo cual le hizo gracia sobre todo a su marido quien propuso:
¿Por qué no la llamamos Señorita Calcetines?
En principio, creían que provendría de algún chalé vecino y decidieron sacarla a la calle por la puerta, pero ella volvió a entrar por la ventana.
Durante los días siguientes, Señorita Calcetines congenió con todos. Por el día ambos gatos solían jugar a explorar los alrededores y por la noche tanto Señorita Calcetines como León se subían al sofá para ver la tele en familia.
Y fueron pasando los días hasta que llegó el día de la marcha. Las vacaciones se habían terminado.
De vuelta a su hogar, comentaron cómo echarían de menos a la gata. Pero, justo en ese momento Dani dijo:
— Creo que he oído algo atrás.
Fran intervino:
— Yo también creo que he escuchado algo —confirmó.
— Parece un maullido —corroboró Rosa, la madre.
— Y parece que viene del maletero —añadió papá Mario.
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Papá Mario paró el coche y los gemelos corrieron hacia el maletero. Cuando este se abrió descubrieron a la Señorita Calcetines
Fran, veloz como el viento, preguntó:
— ¿Podemos quedárnosla?
Dani le secundó enseguida:
— Sí, porfa.
Mamá Rosa y papá Mario asintieron con una sonrisa. Y los gemelos se abrazaron dando saltos de alegría. Señorita Calcetines pasó a la parte delantera y dirigiéndose a León dijo:
— Miau —y frotó su cabeza contra el transportín de su amigo, quien le devolvió a su vez otro «miau».
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Y miau, miau este cuento se ha acabado.
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