
Un día me levanté siendo letra y quise ser la protagonista de todas las palabras poderosas. Quise vestir los versos con mi circular cabeza y dejar despeinado un tirabuzón a la derecha. Fui un tiempo importante. Encabecé a las vocales en su odisea particular de juntarse con otras letras y las ayudé a encontrar su sitio en el abecedario. Fui el sonido de la admiración y de mi mano pronunciaron los amantes la canción de las pieles desatadas. Pero esa mañana descubrí una verdad absolutamente demoledora. El poder histórico de mi cuerpo había caído. Mi futuro se escribía en femenino.
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Y observé por vez primera que no era lo mismo ser un perro que ser una perra, ser un cerdo que ser una cerda, que mi cola ondulada era símbolo de inferioridad y que si quería ser poderosa, debía peinar mi cabello haciendo un sombrerito a mi esencia. Y lo perdí todo. Así, escribí mi presente con «o» y dejé de ser zorra para ser zorro y me creí astuta a pesar de mi torpeza. Dejé de ser yo para convertirme en alguien que infundía respeto y que nunca había padecido la superposición de una letra, en principio, mejor; en esencia, igual. Me perdí entre las sopas de letras porque no supe reconocerme en ninguna palabra que me definiese.
Y corriendo en un plato caliente se me cayó el sombrero y volvió el rizo a vestir mi nuca. Despeinada, volví a ocupar mi sitio en cada palabra. Y luché, esclava del lenguaje, porque las «oes» no ocuparan mi lugar ni me hiciesen sentir de menos. Fui naufragando de diccionario en diccionario y ya alguno me pinta más amable. Ahora los padres riñen a sus hijos por este reparto injusto de la lengua que nadie escogió.
El lenguaje es el vestido del pensamiento y de mi presencia depende un futuro igualitario, así que, atentas, vocales, porque las «as» han venido para quedarse y seguiremos luchando por lucir nuestros rizos en libertad.
Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.
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