Estaba perdiéndose, lo veía, lo intuía en ese maremagnum de pensamientos que se arremolinaban alrededor de su vida y le acribillaban el alma. Era necesario salir afuera, tomar el aire para no ahogarse en sí misma.
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Tomó su abrigo de tweed y ocultó medio rostro magullado con unas grandes gafas de sol. Salió a la calle dispuesta a despejarse del todo, dispuesta a olvidar su vida.
En el kiosco alguien le preguntó por él. Ella apenas sí le respondió y siguió su camino inexpresiva y desganada.
Faltaba poco para llegar, entonces lo decidió. Eran casi las cuatro y estaba a punto de pasar. Sólo había que tener valor y todos los problemas habrían desaparecido para siempre, porque ella era el problema, así de sencillo, y eso es lo que iba a hacer. Nadie la echaría de menos, ni siquiera él. En el fondo le iba a hacer un favor, el gran favor de desaparecer para siempre de su vida. Le iba a dar libertad, esa que ella misma tanto había ansiado y que también, ironías de la vida, ella iba a alcanzar de una vez.
Ya se oía cercano su destino, ya estaba lista para hacerlo.
Sonrió mientras el silbido del tren apagaba un grito…
Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.
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