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Más allá de la ilusión de descubrir nuevos toreros, que también, el festejo de ayer tenía el interés del debut de un ganadero de la ... tierra. No es hecho que se dé todos los días en estas latitudes y por lo exótico y la dificultad de la experiencia, era/es noticia. El valiente se llama Ignacio Sáez Mansilla y la ganadería se anuncia Valdelapeña. Está asociado a la secular Real Unión de Criadores de Toros de Lidia nada menos, y en ese aspecto es caso único en la provincia de Valencia. Sus ganados de origen Domecq, faltaría más, pastan en tierras jienenses, en Vilches, concretamente en la finca el Hueco de larga historia en el universo del bravo. En la novillada del debut cumplió con nota alta su primera obligación como ganadero, presentar un lote a la altura de la categoría de la plaza, bien criados y con la hechuras propias del encaste; y en cuanto al juego hubo de todo, si acaso cabe decir que se bandeó entre los extremos, hubo dos muy buenos, segundo y sobre todo quinto al que se premió justamente con la vuelta al ruedo, lo necesario para animar al ganadero a persistir en su empeño tan hermoso como difícil y dos muy complicados, cuarto y sexto, para que siga teniendo en cuenta que la labor de un ganadero es ímproba, difícil y en ocasiones desconcertante, porque no es fácil entender que bajo los mismos criterios de selección puedan salir unos tan buenos y otros tan canallas. En cualquier caso, se puede ir contento y satisfecho, que pocos debutan en su tierra con un novillo de vuelta al ruedo.
Casos como el de Ignacio, ser ganadero de bravo desde Valencia, vienen a demostrar que el toro, el toreo, la tauromaquia, díganle como quieran, tiene mucho de irresistible. Si te coge el bicho no te suelta por mucho que te zarandeen por difícil que se antoje el desafío. Los antiguos, en Valencia, ante lo inexplicable de tales adicciones, lo achacaban popularmente a una fuente que había en el viejo patio de caballos, actual pasaje del Doctor Serra, eminencia médico-taurina de la tierra. Decían que quien la probaba su agua se quedaba prisionero como los pájaros a la visc (goma de los paranys). Pero desapareció la fuente, aparecieron los urtasun y sigue la magia y el secuestro. El fenómeno es muy fuerte, niños que quieren ser toreros, hombres de éxito que quieren ser ganaderos de bravo, este Ignacio mismamente, y plazas que se llenan a reventar, este mismo próximo fin de semana en Valencia sin ir más lejos. Así que debe ser verdad, el toro crea adicción. Quienes lo conocen, se enganchan; quienes lo desconocen… pobres, se lo pierden, con todo derecho, que quede claro, pero se lo pierden.
Los chicos estuvieron al compás de la novillada. Unos salieron felices y triunfadores como Blas Márquez que cortó dos orejas por una faena excelente, estética y torera al buen quinto; otros apalizados y honrados por su coraje como Alejandro Chavarri que cobró y cobró y nunca se entregó y milagro fue que el estropicio físico no fuese más allá de los verdugones ¡que menos! que le debieron llevar directamente a pedir un coctel de antinflamatorios y una cama, así que honor a su pundonor; tampoco se escapó las malas intenciones de su oponente Asier Abadiano que cortó un oreja; los hubo que mostraron buenas, excelentes maneras, como el representante de Valencia, Daniel Artazos y me gustó mucho el concepto del madrileño César Juste; mientras que Javier Fernández quiso hacer las cosas bien con un novillo que pedía claramente otra distancia. Los chicos de la escuela de Valencia volvieron a triunfar como banderilleros.
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