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La noticia llegó vía el escritor Javier Moro, uno de tantos incondicionales del arquitecto valenciano Guastavino que han florecido en los últimos años. En su ... perfil de una red social compartía el feliz descubrimiento en Estados Unidos de una obra cuya autoría se atribuye al creador de otros prodigios arquitectónicos semejantes: una cúpula, por supuesto. Pero no cualquier clase de cúpula, sino una levantada según el modelo que popularizó Guastavino, fabricante de esta clase de piezas constructivas y celebrado hombre de negocios en el Nueva York del siglo pasado. Una cúpula nacida de la atenta observación de otras diseminadas por el Mediterráneo español, señaladamente en Valencia. Una cúpula que obedece a criterios similares a los que cualquier paseante puede tropezar cuando visita la Lonja, por ejemplo, y desciende a su bodega: un milagro de la ciencia aplicado a la arquitectura que desde ahora cuenta con otro representante, en la lejana Norteamérica. Se aloja en el Gould Memorial Library, un edificio situado en la isla de Manhattan, coronado por una cúpula que acaba de recibir las bendiciones para formar parte del legado Gustavino.
La Biblioteca Gould se aloja en el campus del Bronx Community College, una institución de ese barrio del norte de Nueva York. Se trata de un edificio fue diseñado por Stanford White, arquitecto y socio fundadorde la firma McKim, Mead & White. Nacido en 1853 y muerto en 1906, White fue un profesional reconocido. Seguidor del estilo Beaux-Arts, fue el arquitecto de confianza de la alta burguesía neoyorquina de su tiempo, gozó del favor de una clientela formada también por instituciones y entidades religiosas gracias a una prolífica obra cuyo ejemplo más conocido ha pasado a la posteridad como icono de Manhattan: es el autor del totémico arco de la plaza Washington Square, visita obligada del buen turista español. Una celebridad de su época, cuya relación con Guastavino está muy bien documentada: en 1889, el arquitecto valenciano, domiciliado ya en Manhattan, fue contratado por el despacho de arquitectos del que era socio White para que se ocupara de levantar, según su particular léxico, las bóvedas de la monumental Biblioteca Pública de Boston (Massachusetts), cuyas obras se habían iniciado año y medio antes. Según relata la web de la Oficina Española de Patentes que dedica un amplio apartado a recopilar las proezas de Guastavino, «el resultado fue espectacular». «En pocos días«, señala, «fue capaz de movilizar una ingente cantidad de materiales y obreros, de modo que en apenas medio mes fueron sustituidos en dos plantas del edificio los forjados de hierro y los falsos techos de escayola del proyecto original por las bóvedas tabicadas, con una superficie total de 465 metros cuadrados, a razón de 37 diarios». Un homérico esfuerzo que se ganó el favor del equipo de arquitectos autor del proyecto, que hasta su implicación no conseguía culmina la construcción del edificio. «El acabado estético era impresionante», señala la mencionada web. La cúpula se levantó siguiendo las ideas de Guastavino de emplear rasillas vidriadas, visibles a simple vista y dispuestas según varios diseños geométricos realizados por él.
Así que bingo. Ya tenemos registrada la relación entre White, autor del edificio para biblioteca del campus del Bronx, con nuestro arquitecto. Las fechas encajan. La criatura que White alumbró para esa universidad del norte de Nueva York se edificó entre los años 1895 y 1900; es decir, que para entonces había entrado en contacto con Guastavino, así que tiene lógica que prolongaran su colaboración para otros hitos constructivos. ¿Por qué no se conocía entonces hasta ahora la autoría de esta cúpula debida al magisterio del maestro de Valencia? César Guardeño, del Círculo de Defensa del Patrimonio Cultural y promotor de la recuperada reivindicación del arquitecto valenciano, recuerda que «se perdió mucha documentación una vez cerró su fábrica». Recalca además lo insólito de este caso concreto, con la bóveda tapada, para justificar que se haya tardado tanto tiempo en identificar su autoría y avisa: «Pueden aparecer más casos porque todavía queda mucho que investigar sobre Guastavino». Y añade: «Puede tener infinidad de encargos de cúpulas realizadas que han sido tapadas por otras bóvedas y al no conservarse la documentación, desconocer su existencia».
Un arquitecto tan prolífico, que además se había convertido en un atribulado empresario fabricante de esos ingenios constructivos hasta el punto de evaporarse la frontera entre ambas ocupaciones, tuvo por fuerza que verse a menudo superado por el caudal de encargos que recibía. Tuvieron tanto éxito sus cúpulas que llegó a patentarlas; de ahí tal vez que se pudiera perder el rastro de algunas de ellas porque Guastavino, al estilo de aquellos artistas del Renacimiento, acumuló en su taller tantos quehaceres, resueltos según una pauta industrial, que el principio artesanal de su obra se fue diluyendo. Sólo ahora, gracias a la mágica intervención de la fortuna, la misma fortuna que le enseñó sus dones en vida pero que también fue madrastra con él, se ha conocido este hallazgo. Una publicación titulada 'Untapped NY', dedicada como su nombre indica a descubrir acontecimientos singulares en aquella isla y a divulgar sus secretos, acaba de desvelar la autoría de la bóveda, hasta ahora oculta.
En un prolijo reportaje, la escritora Nicole Saraniero explica cómo llegó hasta ese descubrimiento. En su artículo, Saraniero relata algunos detalles sobre los Guastavino, muy pertinentes para aclarar cómo la autoría de sus afamadas bóvedas acabó siendo compartida dentro de la empresa familiar que fundaron, y recuerda que la compañía que llevaba su apellido fue creaa por el padre, Rafael, antes de acabar siendo dirigida por su hijo, del mismo nombre. «Eran famosos por su innovador sistema de arco de mosaico, diseñado para crear impresionantes arcos abovedados», resalta la autora. «Estos arcos eran más seguros y estables gracias a las capas de tejas de terracota dispuestas en zig-zag, generalmente en forma de espiga, y aseguradas con cemento especial»: es decir, el modelo consturctivo que Guastavino padre se llevó a América desde Valencia. Un patrón que permitía que sus bóvedas fueran autoportantes (esto es, que fueran capaces de soportar todo el peso del apilamiento sin sufrir ningún deterioro) y además contaban con la ventaja de construirse en material ignífugo: adiós por lo tanto a las estructuras de madera habituales hasta entonces y adiós también al riesgo de incendios.
Saraniero recorre la Biblioteca del Bronx mientras participa a sus lectores de estos descubrimientos con un cicerone muy particular, que explica sus conclusiones respecto a Guastavino: le acompaña Samuel White, nieto del White original que diseñó el edificio. Es él quien le hace reparar en el detalle que justifica su hallazgo: el techo abovedado de la rotonda que sirve como sala de lectura. Un formidable espacio donde se detecta la huella del arquitecto valenciano: detrás del techo de yeso cubierto de rosetas, se encuentra oculto el patrón de mosaico característico de Guastavino, un descubrimiento casual ocurrido cuando paseaban debajo de la sala de lectura de la rotonda, donde se halla el auditorio de la biblioteca. «Este espacio todavía se usa para conferencias y eventos«, señala la autora del artículo, que tropezó durante su caminata junto a Samuel White con un pasillo de servicio orientado hacia el auditorio y decorado (sorpresa) con una serie de azulejos expuestos en el techo. Cerámica de Guastavino, manufacturada por su compañía en Estados Unidos, según su formación valenciana. Hasta en ese detalle se observa la influencia que su ciudad natal tuvo en el transcurso de su carrera. Ocurre, según relata Saraniero, que al igual que en la rotonda, también en este corredor los tragaluces de vidrio habían sido sellados y reemplazados por luces eléctricas. De ahí que se escamoteara su vista y que por lo tanto el sello Guastavino haya permanecido tanto tiempo invisible.
El paseo prosigue. En la Biblioteca, explica Saraniero, se aloja uno de los primeros salones de la fama de Estados Unidos, ese tipo de espacios destinados a resaltar el magisterio de sus mejores hijos, desde la música al deporte, pasando (como es el caso) por las ciencias y la política: una suerte de tributo a los padres fundadores de aquel país. El espacio de este edificio del Bronx está consagrado a celebridades como Abraham Lincoln o los hermanos Wright: si resucitaran bajo esta formidable cúpula, verían los famosos los mosaicos en espiga de Guastavino a lo largo de todo el techo curvo del monumento al aire libre de casi 200 metros de longitud. Un privilegio, aunque no excepcional: como la propia escritora subraya, las cúpulas de Guastavino se reparten por media ciudad, desde las más conocidas hasta estas otras bóvedas cuyo descubrimiento añade una nueva veta a la naturaleza misteriosa de su autor. Guastavino nunca se acaba y Nueva York lo demuestra: un personaje de novela. Natural que conquistara el corazón de Javier Moro.
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