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Dice el refranero que no hay refrán que no sea verdadero

El escritor valenciano Andrés Amorós disecciona los dichos de la sabiduría popular en el libro 'Filosofía vulgar' en un viaje que demuestra la vigencia de afirmaciones de siempre

Laura Garcés

Valencia

Martes, 2 de enero 2024

'Filosofía vulgar. La verdad de los refranes' es el último libro del valenciano Andrés Amorós. Habla de refranes. ¿Vulgar es el adjetivo que hay que aplicar a los dichos que encierran la sabiduría popular, la heredada de la condición humana? Pues, para gustos, colores, ... reza el refranero, que sentencia que no hay refrán que no sea verdadero. Y aclara Amorós no tomar «vulgar» en sentido despectivo. Responde -dice- a verdades «propias de la gente normal, no especializada en una materia». Salta a las páginas Aristóteles, pero también las sentencias del pueblo, algo que conduce a pensar que si a este pertenecen, las más democráticas serán. Inapelables ¿no? Proverbios, máximas, incluso aforismos, una manera de mirar la vida. Son de siempre, o existen desde siempre. Los atendieron Alfonso X El Sabio, Arcipreste de Hita, Góngora, Quevedo, Erasmo y Cervantes, mejor decir Quijote y Sancho. Claro, también el vecino de enfrente -esa es su grandeza-. Y piensa uno entonces que por algo será. Ponen el dedo en la llaga. Suelen ser pesimistas, apunta el autor del libro. ¿Por qué? «La razón es bien sencilla: nacen de la experiencia, que tantas veces deshace nuestras ilusiones. Su punto de vista se aleja por completo de ese ingenuo buenismo que hoy parece estar tan de moda», asevera. ¿Por eso unos los quieren denostar mientras otros defienden su valor?

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Se cuentan por miles. El autor valenciano ha hecho una selección, un erudito y divertido encadenamiento de dichos del que LAS PROVINCIAS extrae unos cuantos eslabones partiendo de que al nacer todo está por aprender.

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    Aprender

    «Nadie nace enseñado»

No hay tiempo que perder porque «nadie nace enseñado», recuerda Andrés Amorós en una reflexión que lleva desde la apuesta por conocer asuntos que sean útiles para vivir hasta los que conducen a «equilibrar la razón con los sentimientos», afirmación que parece levantarse en defensa de la tan llevada y traída inteligencia emocional. El elogio es «para los sabios», como advierte Amorós al citar a los clásicos, de quienes también señala que «desprecian al ignorante» retratado en 'el tiempo es oro y el que lo pierde, tonto' o en afirmaciones que encuentran en el pareado su razón: 'Según San Andrés, el que tiene cara de tonto lo es'. Tanto indaga la 'Filosofía vulgar' en la condición humana que descubre hasta a quien se esconde. Los dichos ofrecen muestras de «personajes que parecen tontos, que son tenidos generalmente por tontos (y probablemente lo son, pero que saben defender muy bien sus intereses», ya que 'ningún tonto tira cantos a su tejado', aunque -mucho cuidado- 'pasarse de listo es como pasarse de tonto'.

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    La fama

    «El buen nombre sigue al hombre»

'Por un perro que mate me llamaron matraperros'. ¿Cuántas veces lo han escuchado? Ya metido en harina se dispone el escritor a abordar los asuntos de la fama, del nombre que a cada uno persigue y que se plasma en la sabiduría popular al anotar que 'el buen nombre sigue al hombre' para viajar por frases tan proverbiales como 'cobra buena fama y échate a dormir' y regresar a la cama para exclamar que 'si quieres buena fama, que no te dé el sol en la cama' en un territorio, el de las relaciones humanas, en el que ya se sabe que 'unos llevan la fama y otros cardan la lana'. Así es hasta el extremo de que no hay que bajar la guardia porque de lo contrario cualquiera se hará acreedor de ese 'por un perro que maté, me llamaron mataperros'. Lo que defiende Amorós son los méritos hasta el punto de señalar que «parecerá una antigualla a esos políticos actuales que consideran progresista y revolucionario abominar de la meritocracia».

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    Vanidad

    «Hasta los gatos quieren zapatos»

Apostados en la sociedad del postureo, la vanidad triunfa y al mismo tiempo llega este libro para recordar que nada nuevo hay bajo el sol. Que antes, mucho antes de los postureos se sabía que 'hasta los gatos quieren zapatos'. Son los buscadores, sin pudor, de un lugar en el mundo mientras que el refranero, señala el escritor, llama la atención de que 'no debe olvidar el orgulloso su origen humilde'. Es inevitable pensar que de lo contrario a alguien le pueden susurrar al oído que 'más dura será la caída' o que en el camino hacia la notoriedad pueda comprobar que 'cuanto mayor es la subida, tanto mayor es la descendida'. Aun así también hay hueco para aconsejar la mesura, no pasarse para no caer en aquello de que 'quien mucho se baja, el culo enseña'. Así que, volviendo a las advertencias del diseccionador de dichos y proverbios «conviene hacer caso al refranero» a la hora de las presunciones «para que nuestra caída no sea más dura; para que no enseñemos, sin querer, el culo y para que no puedan burlarse de nosotros repitiendo eso de 'hasta los gatos quieren llevar zapatos'».

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    Mentira

    «Antes se coge a un mentiroso que a un cojo»

«¿Puede haber alguien que no condene la mentira? En el supuesto de que exista no será en el refranero. «Por razones morales, todos critican la mentira. Nuestro refranero se centra, más bien, en su escasa utilidad». Tan común es la inquietud que genera que la cadena de dichos para condenarla es de las más largas que describe Andrés Amorós permitiendo encuentros con frases tan familiares como «antes se coge a un mentiroso que a un cojo» o «la mentira no tiene pies» para contar que poco correrá el mentiroso antes de que le pillen. Muchas opciones ofrece el lenguaje para afrontar una vida de trolas que no hay duda de que «el refranero condena rotundamente la mentira», apunta Andrés Amorós, quien no olvida dichos como los que alertan de que 'demasiada cortesía es falsía' o que 'falso testimonio es obra del demonio'.

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    Poder

    «Reunión de pastores, ovejas muertas»

'Reunión de pastores, oveja muerta'. Pavor a los corrillos que rodean al poder, ya sea este grande o pequeño, qué decir cuando es intermedio. La reflexión del autor de 'Filosofía vulgar' parte de aseverar que a «todos nos preocupan los que mandan». Y claro, la inquietud social es la que reflejan esos adagios populares que condensan la vida, ya sea la deseada o la experimentada. Así se llega a que 'aunque te veas en alto, no te empines, porque es condición de ruines'. Las recomendaciones no sólo aconsejan no actuar con orgullo, sino tampoco con «cólera: 'la ira con el poder, rayo es'». A lo que sí invita es a actuar «mandando con bondad» al tiempo que se dirige a quien ejerce el poder para decirle: 'Manda y haz, buenos criados tendrás' y en un territorio, el de los hombres y las mujeres, sobre el que a todos alcanzará «el remedio» que refiere Amorós cuando sentencia con el incontestable: 'No hay gobierno que perdure, ni mal ni bien que cien años dure'.

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    El interés

    «Poderoso caballero es don dinero»

El eclipsador poder del dinero. Una certeza que aparece cien veces en el refranero, pues constituye una de las máximas preocupaciones de cualquier hombre medio». Con esta reflexión arranca el análisis de Amorós en torno al interés que nos mueve hasta el punto de que el saber popular señala que 'a la fea, el dinero la hace hermosa' y de conceder al pecunio el título de 'poderoso caballero' con el 'don' que se merece. Se guarda un as en la manga para evitar su desprecio porque 'los duelos con pan son menos' y de lo contrario cualquiera tropieza con que 'donde no hay harina, todo es mohína'. Así que todo en su justa medida, en favor del equilibrio: sin derroches, pero sin caer en la avaricia, ya que «quizá lo peor de la avaricia es que, por definición no tiene límites», observa Amorós para sacar a relucir ese provervio quijostesco, popular, y gráfico que anuncia: la avaricia rompe el saco.

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  1. 7

    Aceptar

    «A lo hecho, pecho»

Cuando el libro lleva un buen trecho y ya no hay vuelta atrás, viene Amorós a recordar que 'a lo hecho, pecho'. Aceptar la realidad puede ser una de las actitudes más inteligentes si lo que se busca es evitar quebraderos de cabeza y no se temen las responsabilidades. Si aun sabiendo que así son las cosas nos empeñamos en hurgar en las heridas dice el autor de 'Filosofía vulgar' que hay que «atender a dos cuestiones o momentos distintos: preguntarnos por las causas y las consecuencias que toda acción tiene». Manos a la obra porque 'por el hilo se saca el ovillo' hasta concluir que 'de aquellos polvos vienen estos lodos' y que «quien mal empieza mal acaba». Entonces adivina el lector que para librarse del mal acabar hay que «poner los medios», afirma Amorós antes de recalcar que 'el que ha de ser bachiller, menester ha de aprender' puntualizando que al nacer este dicho «todavía no había llegado la 'progresista' ley de educación que permite obtener el título sin haber aprobado». Al final quedan dos opciones: 'quien siembra vientos, recoge tempestades' o 'quien bien siembra bien coge'. Pero sea, como sea: 'A lo hecho, pecho'.

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    Oportunidad

    Más vale tarde que nunca

De los clásicos extrae Amorós este refrán que puede resultar muy apropiado para estos tiempos que no miran lo viejo con buenos ojos. Cuenta que «más tarde que nunca se basa en una anécdota que cuenta Tito Livio: es la respuesta que dio Diógenes cuando le reprocharon que era demasiado viejo para aprender música». Y es que, claro, nunca es tarde cuando la dicha llega y de lo que hay que cuidarse es de 'vender la piel del oso antes de habelo cazado' porque 'más vale un toma que dos te daré' sin olvidar que «hasta el final nadie es dichoso». Pero, eso sí, los movimientos, andando, porque 'más vale llegar a tiempo que rondar un año'. Y otra vez surge el equilibrio, pues a juicio del autor, no hay que olvidar que «de algunos genios se suele decir que se adelantaron a su tiempo. Es muy posible. La mayoría de nosotros podemos resumir nuestra biografía con la enumeración de las cosas a las que hemos llegado tarde».

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    De tal palo tal astilla

«¿Cómo iba a olvidarse el refranero de esta realidad cotidiana?» se pregunta Andrés Amorós para echar un ojo a la familia, «un vínculo más fuerte que la amistad» que conduce al refranero a sostener que hasta 'el demonio a los suyos quiere' y a aconsejar que chitón sobre lo que en su universo sucede porque 'la ropa sucia debe lavarse en casa', el lugar que determina la vida «porque lo que se aprende en la cuna, siempre dura». La herencia nos persigue hasta el punto de que 'la madre holgazana saca hija cortesana', como se sabe que «cual la madre, tal hija', aunque de ingratitud están los legados llenos de quienes piensan que 'antes mis dientes que mis parientes' desconociendo, eso sí, que 'quien de los suyos se aleja, Dios le deja' perdiendo el buen nombre porque 'quien a los suyos se parece, honra merece'.

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    A quien se muere lo entierran

Aunque no es el último refrán que Amorós acerca a sus páginas, cierra con la esperanza, sí lo es en esta selección que cierra LAS PROVINCIAS en la mirada del escritor a la mortaja que del cielo baja porque «la muete es la gran triunfadora: todos la temen». Habla especialmente -mucho más que en el resto de la obra- de los grandes productores de refaranes: Quijote y Sancho, partiendo del relato de la muerte del hidalgo para ohablar de algo tan común como la vida a través de dichos que apuntan que la 'muerte a nadie perdona' de manera que «el Papa y el monaguillo se van del mundo por el mismo portillo' y el final llega en soledad porque 'entre todos la mataron y ella sola se murió' para caer deprisa en el olvido del que nace 'a muerto marido, amigo venido' porque 'a quien se muere, lo entierran'.

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