![¿A favor o en contra de los toros?](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/05/10/toro-kwsH-U22073373218kNC-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
![¿A favor o en contra de los toros?](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/05/10/toro-kwsH-U22073373218kNC-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Elena Negueroles y José Luis Benlloch
Viernes, 10 de mayo 2024, 01:16
La insólita decisión del ministro de Cultura, Ernest Urtasun, de eliminar el Premio Nacional de Tauromaquia ha devuelto al primer plano de la actualidad la eterna discusión entre los seguidores de la fiesta nacional y los detractores. LAS PROVINCIAS, defensor de una tradición que sigue congregando a miles de fieles no sólo en las plazas de toros sino también en las calles donde se celebran festejos populares, publica hoy dos visiones contrapuestas a cargo de dos personalidades de reconocido prestigio.
Elena Negueroles ¡Ay de aquel que se atreva a meterse con el lobby taurino!
Los toros dividen a los españoles en tres grupos: los que creen que son el santo y seña de la identidad nacional y los defienden a capa y espada; los que los consideran un maltrato animal indigno de una sociedad civilizada y los indiferentes a los que «no les gustan, pero los respetan», como si fuera éticamente posible respetar una agresión sin convertirse en cómplice de la misma.
Ante esta división de opiniones ¿qué pueden hacer los políticos que tienen capacidad de actuar desde la esfera del poder, para no interferir en la pluralidad y la libertad de todos los ciudadanos?
Mientras conceden honores y prebendas a los pro-taurinos no hay problema: el resto sobrelleva callado e impotente el sufrimiento gratuito provocado a animales indefensos, entristecido y avergonzado de que algo tan cruel represente a su país.
Pero ¡ay de aquel que se atreva a meterse con el lobby taurino! lobby poderoso e influyente, con muchos intereses creados y con capacidad de presión sobre políticos y medios de comunicación. Por cierto, siempre me pregunto por qué, si tanta riqueza crean, piden continuamente subvenciones.
Si algún político se atreve a decir algo en contra, aunque sea algo comedido, sensato y verdadero, salen en tromba a descalificarlo tachándolo de sectario y represor, sin pensar que en un asunto que divide a la sociedad la libertad de unos es el ninguneo de otros. Cuando son los políticos pro-taurinos los que ocupan cargos públicos, actúan como si fueran los dueños del cortijo, repartiendo subvenciones a diestro y siniestro, incluso a entidades fuera de su competencia territorial, sin tener en cuenta que gobiernan para todos los ciudadanos, incluidos los que no están de acuerdo con la glorificación de la tortura y con el despilfarro de un dinero público que estaría mejor empleado en causas más justas.
Se hace una interpretación torticera de este conflicto, según la cual los partidarios de la fiesta y los festejos son los que se sienten orgullosos de ser españoles y por el contrario los que están en contra reniegan de todo lo español, incluida la mal llamada fiesta nacional.
Esto es una falacia. El sentimiento anti-taurino es transversal, no depende de ideas políticas. Se basa en el deseo de evolucionar hacia una sociedad justa en la que se respete el derecho a la integridad y a la vida de todos los seres, una sociedad con valores éticos que no abuse de aquellos que están a su merced.
Un país que permite espectáculos que hacen del dolor una fiesta no puede presumir de leyes de protección animal pues esos festejos son un maltrato tan evidente e innecesario que no solo no deberían ser premiados, sino que deberían ser abolidos.
Por otra parte ni siquiera son tan españoles. Parece ser que, aunque en la antigüedad se sacrificaban uros en ritos religiosos, los espectáculos actuales tienen su origen en los circos romanos que introdujeron distintos animales para que lucharan entre sí y de este modo se llegó al toreo que se extendió por muchos países tanto en Europa como en Hispanoamérica. Los países que evolucionaron hacia sociedades más avanzadas abandonaron estas prácticas, concentrándose las mismas en algunos reductos a los que no llegó la Ilustración, entre ellos España, sobre todo bajo el yugo del nefasto Fernando VII, que disolvió las Cortes, suprimió la prensa libre, cerró universidades y abrió escuelas taurinas.
Precisamente dichas escuelas son el germen de una educación en la violencia que anestesia a los niños presentándoles como un juego y una fiesta lo que es una cruel tortura. De ese modo les ponen una venda en los ojos que los insensibiliza y no les permite ver un trasfondo que les horrorizaría. Es la única explicación para que adultos de buenos sentimientos disfruten con el sufrimiento de pacíficos herbívoros que sólo atacan cuando los acorralan, porque en realidad lo que intentan desesperadamente es huir de ese infierno.
Es una lucha desigual en la que a los toros les quitan sus defensas naturales (afeitado de cuernos, golpeo con sacos terreros, grasa en las pezuñas y los ojos, lavativas, ausencia de agua...) y los encierran en la oscuridad, de modo que al salir al ruedo están deslumbrados, desorientados y asustados. Una vez en el ruedo les clavan la divisa para que reaccionen al dolor y se muestren bravos, a continuación les agreden sin piedad, desangrándoles con puyas, rejones y banderillas y destrozando sus músculos hasta que el «maestro»(qué mal uso de una palabra tan noble) sale repeinado y pertrechado con su espada para rematar la faena.
No se trata de una lucha equitativa, sino de una ejecución, pues, aunque alguna vez el toro, en legítima defensa, pueda matar a su agresor, es el toro quien está sentenciado sin remedio.
En fin, que en esta eterna disyuntiva, tan españoles somos unos como otros y para respetar la pluralidad y la libertad, a todos hay que medir con el mismo rasero.
José Luis Benlloch La tauromaquia, con o sin su premio nacional, va a perdurar más que él en el cargo
Ya hace tiempo que me apeé de los manoseados debates de «toros sí, toros no». Ni pretendo hacer proselitismo taurino -el enganche debe ser libre y opcional- ni quiero berrinches, ni quiero ni cabe ni tiene utilidad, ni mucho menos sana intención por parte de los promotores que solo pretenden avivar el avispero de los sentimientos y en aguas revueltas ya se sabe. Lo utilizan como muletilla para distraer la atención de cuestiones realmente importantes, deténganse a pensar en el momento en el que el ministro de Cultura (¿) ha planteado la penúltima gresca. Más allá del oportunismo político que hay que denunciar, es evidente que por su propia naturaleza en tema tan emocional no se puede convencer a nadie, te gusta o no te gusta, lo sientes o no lo sientes (y si no lo sientes lo siento por ti, hasta ahí llego), al fin y al cabo siempre se llega a donde estabas.
Infortunadamente el fenómeno de ese radicalismo, una España contra otra España que se pretende, no es cuestión exclusiva de los toros en la España actual ni seguramente tampoco en la anterior de la anterior. En ese escenario solo exijo respeto a mi postura y a la de tantos miles y miles de amantes de la tauromaquia -muchos más miles de los que votaron al señor ministro- y a la de muchos más miles de amantes de la tolerancia y la libertad que se han rebelado contra la censura; postura que defenderé por honesta, sentida y razonada más allá de que sea un derecho. Así que tampoco voy a quedarme callado en modo rendición.
Contraargumentaré. Dicen los de la tijera censora que los toros no interesan, que la corrida va a desaparecer, pues bien, que lo haga porque no interesa no porque la apuntillen -¡qué vicio!- en beneficio de los más espurios intereses, pero para eso de momento habrá que esperar. Tras la pandemia la gente está acudiendo a las plazas como nunca, Valencia, Sevilla, Méjico, Zaragoza, que ha recuperado su feria de San Jorge, y ahora Madrid donde antes de comenzar la feria de San Isidro se han agotado las localidades en diecisiete tardes (17 por 25.000 son más españolitos de los que atrae la subvencionada industria del cine en ese tiempo dicho a modo de ejemplo y sin ánimo de mayores confrontaciones), en todas se han registrado asistencias masivas como no se recordaba y un incremento espectacular de espectadores jóvenes. No descarten que sea la reacción a las imposiciones administrativas, el fruto de que nos hayan empujado a ser contracultura, así que aún habrá que agradecerles ninguneos y decretazos. Otro de los argumentos es el sufrimiento del toro, pero hay tantos estudios científicos que lo aseveran como los que lo niegan. A propósito, sufre el boxeador, sufre el maratoniano, el currante, las gallinas recogidas en habitáculos minúsculos y ya no digamos los migrantes que se pierden en el Mediterráneo, el mundo sufre mientras el señor ministro se ocupa de anular un premio a cambio de unos titulares periodísticos que no había tenido ni con su intento de vaciar los museos.
Llevado a la rica terminología taurina, la arrancada descompasada del ministro no es más que la última/penúltima embestida antes de sucumbir al matador, en este caso al peso de su colega gubernamental, un desenlace incuestionable cuando se entra en minoría política en las coaliciones de gobierno. En ese trance, o gritas o desapareces, o gritas y desapareces. Su suerte está echada. Es evidente que la tauromaquia, con su premio nacional o sin su premio, va a perdurar más que él en el cargo. Y desde luego no lo siento.
Podría contraprogramar su ocurrencia con cifras que denotan el arraigo y la importancia del toreo. Números ganados con sudor y arraigo social. En esa dirección recordaría que la desaparición de la corrida supondría la desaparición del toro de lidia, la raza autóctona de bovino española con mayor número de cabezas de ganado (166.262) según datos del Ministerio de Agricultura que permiten mantener más de 500.000 hectáreas de ecosistemas de Alto Valor Natural (AVN). Y si prefieren hablar de bienestar animal, el toro bravo es la raza de mayor longevidad bovina y con la menor densidad de cabezas por hectárea de Europa. Estamos por tanto ante la raza más ecológica y que más cuida el medio ambiente (0,6 UGH/ha - 4 hectáreas de terreno por vaca nodriza), además de ser el principal guardián de la dehesa. Más números. El toreo es el espectáculo cultural que más ingresos reporta en concepto de IVA, ciento veintidós millones. El sector de bravo de forma directa e indirecta en el campo genera entre 13.000 y 14.000 empleos en el medio rural, y 56.000 puestos de trabajo de forma directa en el sector cultural taurino, pero el señor ministro considera que no interesa ni merece un premio.
Pero si tengo que exponer los motivos de mi atracción por la tauromaquia aparco los números. Me quedo con que la tauromaquia es un sentimiento, un lazo con nuestros mayores, un ejemplo de convergencia social (en la plaza convivimos todos, cada cual con sus ideas de la vida y del toreo), es un éxito del civismo (no se necesita control policial en sus acontecimientos, si acaso para frenar los escraches de los urtasunitos), es una lección de vida, un crisol en el que cada tarde se impone la razón a la fuerza a riesgo de que surja la tragedia y se pague con la propia vida, es el lugar donde la verdad se impone al chalaneo, la franqueza a la mentira, es ágora abierta (aquí todos pueden opinar) frente al pensamiento único, por eso fueron dioses diestros tan dispares en sus conceptos como José y Juan, Ordóñez y Benítez, Ponce y Tomás, bipartidismos que nos remontan a la mejor época del mapa político español. ¡Qué tiempos! Los que Urtasun y cía se pasan por el arco triunfal o no tan triunfal de sus espurios intereses.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.