Cuenta Francisco, vecino de la Avenida del Profesor López Piñero de Valencia, que convirtió una de las habitaciones de su casa en un despacho. No podía dormir allí. La razón: los conciertos que se celebran en la Ciudad de las Artes y las Ciencias. ... Y ahora, además, con la llegada del verano, comienzan a celebrarse semana sí y semana también, con lo que, señala, las molestias por el ruido son incluso mayores. Tanto es así que se ha comprado un sonómetro que, aunque no es profesional, le indica cada noche que lo que suena en el enclave diseñado por Santiago Calatrava duplica los decibelios que están permitidos.
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Su testimonio coincide con el de otros habitantes de la zona, que se muestran hartos de tener un festival sonando cada fin de semana en el balcón. Lo dicen también porque saben lo que les espera en las próximas semanas. El viernes de la semana pasada, el 'festivalódromo' se instaló en la Ciudad de las Artes. La primera cita musical de estas características que abrió la temporada fue el festival I Love Reggaeton. La música no paró de sonar porque apenas unas horas después, el sábado, fue el turno del certamen Love the 90's. Este viernes, el Festival de les Arts vuelve a tomar Cacsa (con grupos como Vetusta Morla, Sidonie, Viva Suecia...). El día 15 de junio será Alejandro Sanz, el 24 de este mismo mes, David Bisbal, del 29 de junio al 1 de julio, el festival Big Sound (donde sonarán Bizarrap, Ana Mena, Sebastián Yatra, Duki...)...
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«Hay malestar en los vecinos. ¿Qué pensarías si tuvieras un concierto en la puerta de tu casa cada fin de semana?», se pregunta Fernando Martín, el presidente de la comunidad de estos dos bloques que dan a la Ciudad de las Artes. Señala que los habitantes del complejo residencial están hartos. Hasta el punto de que se están recogiendo firmas para pedir el cese de los conciertos. Y aún hay más. Según señala a LAS PROVINCIAS, el tema está en manos de abogados y hay una demanda interpuesta contra el Ayuntamiento.
El balcón de Fernando Martín da justo a la avenida. «No es un lugar propicio para estos festivales», señala. Habla como presidente de la comunidad y apenas quiere dar más información. Pero en sus palabras se pone de relieve que no es plato de gusto que cada fin de semana el entorno se convierta en un festival multitudinario.
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«Es que hasta usan la rampa del garaje como inodoro. Indistintamente sean chicos o chicas, y aunque sea a plena luz del día, está todo lleno de orines», añade Francisco, quien no sólo describe los efectos de esa contaminación acústica sino también la lumínica. «El verano pasado pusieron un gran foco que daba directo a nuestra ventana», comenta enfadado. Algunos vecinos también señalan que son varios los residentes que el fin de semana abandonan el complejo huyendo de las molestias.
Porque un macrofestival que dure dos días y reúna a miles de personas puede ser muy divertido para unos, pero otros no lo viven con este entusiasmo. Sobre todo, defienden, si tiene lugar cada fin de semana. «E incluso alguna noche entre semana», relatan. Y es que con la llegada del buen tiempo, algunos de estos conciertos no elige celebrarse viernes o sábado sino que, como el de Alejandro Sanz, tiene lugar un jueves.
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Se podría decir que no todos los vecinos piensan lo mismo y que, incluso, algunos hacen realidad ese sabio refrán de que si no puedes con el enemigo, debes unirte a él. Es más, otra joven que vive en el edificio cuenta que el verano pasado, cuando iba a tener lugar el Diversity Fest, --la cita musical que iba a traer a Valencia nombres internacionales como Karol G, The Black Eyed Peas o Iggy Pop y que se canceló a menos de diez días para su celebración-, sí pensó en invitar a algunos amigos a su balcón para que escucharan la actuación de la cantante norteamericana Christina Aguilera. «Pero como se canceló... Aunque son molestos y los vecinos no están nada contentos», argumenta.
Ella es la que da la pista sobre los problemas que generan para estos residentes que el entorno se convierta en un mega espacio para conciertos. Aunque la prisa, dice, le impide seguir contando más cosas. «A algunos jóvenes les puede parecer divertido. Invitar a tomar algo en la terraza y ver el concierto o escuchar la música y ahorrarse así la entrada. Pero es que no eliges la música, te la imponen. Y los vecinos están cansados», coinciden los consultados.
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«A nosotros es que las ventanas dan al otro lado, no a la avenida. Aunque claro que se escucha», comenta otro matrimonio que sale a pasear y que no quiere entrar en polémicas. Relatan que ellos tienen la suerte de que, aunque bajito, sí oyen las actuaciones. Pero dan cuenta del malestar (la palabra se repite en las conversaciones con los residentes) de los habitantes de la finca. Los horarios tampoco gustan a estos vecinos que viven con un festival (o muchos) en su balcón. Denuncian que algunos finalizan ya de madrugada, interrumpiendo el sueño o impidiéndoles dormir.
Una experiencia, la de vibrar casi desde el propio salón de casa que, cuando precisamente se vive en primera persona, no resulta satisfactoria. Al menos para unos vecinos, los que tienen el recinto de conciertos en el que se ha convertido Cacsa, a unos pocos metros de la puerta de su vivienda.
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