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María Mestayer, de falsa marquesa a reina de las cocinas españolas
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Bajo el pseudónimo de «marquesa de Parabere», esta bilbaína desafió los límites impuestos a lo que una dama de clase alta podía hacer con su vidaAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 21 de febrero 2025, 00:26
Ocurrió antes, mucho antes de que la prensa deportiva diera espacio en sus páginas a cotilleos, noticias sensacionalistas y fotos de señoritas en paños menores. ... Hace 100 años el periódico bilbaíno Excelsior, pionero en España de la información diaria sobre el «sport», tenía hueco para el fútbol, el ciclismo o el boxeo y también para unas pinceladas de actualidad política, cultural... o gastronómica. Desde su fundación en 1924 Excelsior solía publicar semanalmente una columna en la que se hablaba de restaurantes, libros de cocina, menús y notables cuchipandas desde el punto de vista de varios gourmets. Sir Archibald, lady Lotinga o el conde Magro fueron algunos de los aristocráticos alias tras los que se escondieron, con más o menos sigilo, sus cronistas culinarios.
Para los lectores del diario no era ningún secreto que por ejemplo «sir Archibald» era en realidad Alejandro de la Sota Izaguirre (1881-1963), exfutbolista y expresidente del Athletic de Bilbao además de riquísimo empresario. Fue él quien a finales de febrero de 1929 anunció que los contenidos gastronómicos de Excelsior, hasta entonces de corte literario o amateur, se iban a ampliar con una nueva sección semanal «de categoría más técnica bajo la dirección de una distinguida e inteligente dama bilbaína».
Los aficionados al buen comer como él, de clase alta y manos impolutas, no conocían recetas o consejos prácticos para guisar, y aquella señorial lady Lotinga que de vez en cuando se asomaba a la sección de gastronomía para hablar de cócteles, meriendas y saraos sabía de cocina lo mismo que la mayoría de damas de su clase: entre cero y nada. Aunque la supervisión de las tareas domésticas fuera una tarea femenina, en las grandes casas de la burguesía esa labor solía limitarse, como mucho, a sugerir menús y contratar cocineras.
Dio la casualidad de que en aquel círculo elitista de la «jet» de Neguri había alguien con conocimientos prácticos de guisoteo. No sabemos si fue ella quien se ofreció a escribir en el periódico, o si quizás Alejandro de la Sota u otras personas conocedoras de sus aptitudes la animaron a salir de su cocina privada para educar el paladar del gran público, pero el caso es que el viernes 1 de marzo de 1929 Excelsior estrenó una flamante sección de recetas y consejos de cocina. La encabezaba la caricatura de una señora algo entrada en carnes y en años, con monóculo y gorro alto de chef. Debajo de las fórmulas para hacer sopa de quisquillas y crema espumosa de chocolate aparecía el pseudónimo que había elegido la autora en cuestión, muy en el estilo patricio de aquella columna gastronómica: marquesa de Parabere.
Así, queridos lectores, comenzó su andadura profesional la hoy famosísima marquesa, en un periódico deportivo con el que tuvo una cita semanal durante los siguientes siete años. Cuando publicó su primer texto María Mestayer Jacquet (Bilbao 1877 - Madrid 1949) tenía cincuenta y un años, ocho hijos y una biografía típica de señora bien bilbaína, en la que nada parecía indicar que se fuera a convertir —a una edad por entonces casi provecta— en escritora célebre o empresaria de hostelería. Y sin embargo, así fue. En los veinte años que le quedaban de vida escribió seis libros, varios folletos, un par de cuentos e innumerables artículos en prensa; se relacionó con los mejores chefs de su época, abrió dos restaurantes, bregó con anarquistas y luego con franquistas, asesoró a la Escuela Profesional del Sindicato de Hostelería y tuvo tiempo hasta de comenzar una ambiciosa 'Gran Enciclopedia Culinaria' de la que dejó varios tomos terminados.
Hace poco, hablando sobre ella, alguien me dijo que la marquesa había sido en realidad la reina del refrito y del corta-pega. Tenemos el coco tan sorbido por los modernos conceptos de autoría, creatividad e innovación que solemos pensar, muy equivocadamente, que no tiene mérito lo que no conlleva inventiva propia. Marichu Mestayer, igual que otras muchas mujeres que triunfaron en la gastronomía (Simone Ortega, por ejemplo), lo hizo desde el ámbito doméstico y familiar, donde no importa quién ha creado qué o quién lo hizo primero sino explicar bien las cosas. Que cuando uno replica esa fórmula que sobre el papel parece tan apetecible, salga bien sí o sí.
Cuenta la leyenda, probablemente muy adornada, que nuestra protagonista comenzó a interesarse por los asuntos del fogón cuando siendo recién casada se dio cuenta de que su marido comía demasiados días fuera de casa. Fuera por eso o no, lo que está claro es que cuando ella misma asumió el papel de prescriptora culinaria decidió que las recetas debían ser claras, detalladas, capaces de ilustrar hasta al más lego en la materia. Promocionó con entusiasmo todos los adelantos tecnológicos de su época y dio a sus textos un carácter científico hasta entonces inédito en los libros sobre cocina. ¿Por qué tendría que haber inventado, encima, todas las recetas que compartía? ¡Suficiente tuvo con desafiar el qué dirán, ganándose la vida con algo tan impropio de una señora de su clase como la comida! Estén atentos, que la próxima semana les contaré más aventuras suyas y no faltará la de los anarquistas.
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