CARMEN VELASCO
VALENCIA.
Miércoles, 18 de diciembre 2019, 23:59
«A Valencia voy continuamente, pero lo hago de incógnito porque si veo a unos amigos y a otros no, quedo mal». Juan Genovés (Valencia, 1930) regresa hoy a su ciudad natal y difícilmente pasará inadvertido. Esta tarde recibirá la Medalla de San Carlos en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de Valencia, institución que también distingue al Museo de Arte Contemporáneo de Alicante.
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Genovés es historia viva del arte de este país, artífice de uno de los iconos más poderosos de la Transición (el lienzo 'El abrazo') y pintor de trayectoria internacional, además de valencianista declarado. «No pierdo las ganas de trabajar», admite en la entrevista con LAS PROVINCIAS. Los hechos corroboran sus palabras. Antes del verano inauguró en el Centro Niemeyer de Avilés una colectiva que enfrentaba su trabajo con el de sus tres hijos (Pablo, Ana y Silvia, todos artistas). A comienzos de septiembre sus obras recalaron por primera vez en Moscú y en octubre se presentó 'Resistencia' (La Fábrica), el libro que repasa etapas de su pintura más desconocidas.
-Hoy recibe la Medalla de San Carlos de la Facultad de Bellas Artes de la Politécnica de Valencia. ¿Qué supone para usted este reconocimiento?
-He de ser sincero, no creo en las medallas ni en las recompensas para los artistas. El mejor premio para un creador es comprar su obra y los talentos jóvenes, tal y como está el mercado, no tienen oportunidades de vender. Recibiré la distinción en el centro donde se forman los artistas jóvenes y estos necesitan que su arte se conozca. Toda persona aspira a vivir de su trabajo dignamente y no quiere mucho más; en el caso de los artistas, vivir de su obra es casi tocar el cielo.
-Usted es un pintor bien valorado por los coleccionistas. ¿Se puede decir que ha tocado el cielo?
-No me gusta hablar de mí. Por lo que sea yo he sido un afortunado o no, pero ahora siento nostalgia de aquellos tiempos de estudiante en la Escuela Superior de Bellas Artes. Fueron años muy trágicos, pero los alumnos hicimos grandes cosas. Acepto la Medalla de San Carlos de la Politécnica en homenaje a ellos, porque la ilusión y la fuerza de la juventud se recuerda toda la vida. Mi escuela era una gozada. Solamente el edificio (el actual Centro del Carmen) en sí, con aquel claustro maravilloso, invitaba a soñar. La energía de cuando eres joven no se vuelve a obtener, aunque yo nunca pierdo las ganas de trabajar. Fueron años de estrecheces en los que todo era difícil y la cultura era un solar, pero los artistas fuimos capaces de hacer cosas a base constancia, solidaridad y trabajo, sobre todo trabajo.
-A sus 89 años continúa madrugando para trabajar en su taller...
-Los sueños de niño se quedaron grabados en mí. Admiro la espontaneidad y la franqueza que me da el arte. La pintura me exige entregarme a ella en cuerpo y alma. Ahora pinto lo que puedo, lo que me sale, no lo que quiero. ¡Ay, si yo pintara lo que quisiera!
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-¿Está satisfecho con el resultado de su trabajo?
-A veces sí; otras, no. En este momento, lo más interesante para mí es la lucha con la obra. Siempre he batallado por mejorar el estatus de los artistas plásticos. Hemos sido unos abandonados de la sociedad, no teníamos ningún derecho. Con la democracia hemos logrado estar dentro de la sociedad pero los artistas nunca somos normales del todo porque nuestra obediencia firme por el arte y la cultura a veces hace olvidarnos de ciertas cuestiones.
-No puedo evitar preguntarle por 'El abrazo'...
-Sobre 'El abrazo' tengo poco que decir. El cuadro finalmente se encuentra en el sitio que le corresponde después de haber estado 20 años encerrado en el Museo Reina Sofía. Cuando me preguntaron dónde me gustaría que se exhibiera la obra propuse el Congreso de los Diputados y ahora ocupa la Sala Constitucional de la institución. Ahí está bien. El anticuadro de 'El abrazo' sería 'Duelo a garrotazos', de Goya, que debería estar frente al mío para que los políticos miraran uno y otro y eligieran el camino a seguir. La senda de 'El abrazo' es la solidaridad y la unidad de todos juntos por un país libre, pero parece que hay gente que se decide por los golpes. Si los políticos se decantan por los garrotazos, mal andamos. No hay más remedio que hablar y entenderse por el bien del país.
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-¿Usted confía en los políticos?
-No tenemos otra opción, aunque verdaderamente uno se canse de todos y no los entendamos. Confío en la razón, el sentido común y la lógica. Creo que la razón es la única arma del ser humano para convivir. Soy fiel a los derechos humanos. La gente no lee la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que es un poema que está vivo. Todos debemos mirarnos en los derechos humanos porque en ellos está la esencia de lo que somos. Le demos la vuelta que le demos somos la familia humana y vivimos en un mundo muy frágil que debemos cuidar.
-Hablando de familias, la suya lleva la creación en el ADN. Su mujer es pintora y sus hijos también son artistas.
-Todos mis hijos me salieron artistas en contra de mi gusto. Me hubiera agradado que cada uno tuviero otras profesiones, al menos, las conversaciones en casa habrían sido más variadas (bromea). Por suerte o por desgracia, todos nos hemos dedicado a la creación artística. Mis hijos hacen muy bien su trabajo como se puede apreciar en 'La unidad dividida por cero', la exposición del Centro Niemeyer de Avilés. Me emocioné muchísimo el día de la inauguración de la muestra porque en ella se ve como un crisol toda nuestra obra, pese a que los trabajos de mis hijos y el mío no se parecen ni en el estilo ni en la forma.
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