![Juanjo Millás: «Un niño educado sin límites está destinado a la locura»](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2023/04/25/JUANJO-R9lJGMlinKOcSRneoehCeNJ-1200x840@LasProvincias.jpg)
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El escritor valenciano Juan José Millás tiene nuevo libro, 'Solo humo', una historia en la que la imaginación se convierte en protagonista, o al menos en la incondicional e imprescindible compañía de su personaje principal. Los cuentos de los hermanos Grimm, el valor de la lectura, la figura del padre en la vida o esos sueños de la infancia como el de querer ser invisibles saltan a unas páginas reparadoras. El autor, que estará en Valencia este jueves 27 de abril, día de apertura de la Fira del Llibre, habla de su obra y del valor terapeútico de la literatura con LAS PROVINCIAS.
-¿Con 'Solo humo' entre las manos, estamos ante una novela o ante un cuento?
-Si atendemos al tamaño sería una novela, pero si atendemos a la lógica sería la de un cuento. Somos tan aficionados a poner etiquetas, que no podemos enfrentarnos a algo si no la tiene puesta. Las etiquetas orientan y funcionan a efectos didácticos, pero también son reductoras. La necesidad de saber si es un cuento o novela nos llevaría a una discusión académica.
-¿Necesitamos más novelas o más cuentos?
-Bueno, una novela es un cuento. Con cuento designamos historia de ficción corta, y novela cuando son largas. Por eso digo que si atendemos a la extensión este libro si atendemos a extensión sobrepasa la de un cuento. Es verdad que la estructura orgánica de los materiales narrativos están organizados más como un cuento que como una novela. Aquí los materiales están articulados como los de un cuento, y por eso tiene aroma de cuenta.
-En las páginas de arranque de la obra se lee que el padre leía por responsabilidad, ¿qué significa esa afirmación?
-Es una de las frases más misteriosas del libro y que más sorprende. Parece mentira que una frase sorprenda tanto, debe ser porque tiene una carga simbólica importante. Dándole vueltas he llegado a pensar que en esta novela se alude mucho a los cuentos de la tradición oral, los que se narraban por la noche después de una jornada de trabajo alrededor del fuego y se transmitían de padres a hijos oralmente. La pregunta sería: ¿estos cuentos se contaban para que la gente lo pasara bien o para que aprendiera de la vida? La respuesta es que se contaban para que se aprendiera qué era la vida, por tanto se contaban por responsabilidad, lo que pasaba es que la gente lo pasaba bien porque eran muy buenos.
-¿Ahora necesitamos que nos cuenten muchos cuentos para aprender?
-Bueno, ahora nos cuentan muchos cuentos. Lo podemos decir en sentido irónico si nos referimos, por ejemplo, a lo que oímos en las campañas electorales. Pero ya si ironía, nunca hubo tanta ficción como ahora cuando una persona está abonada a varias plataformas donde hay doscientas mil series y películas. Jamás tuvimos un supermercado tan cuantitativamente provisto de ficción, otra cosa es que esas ficciones sean buenas o malas. Pero los cuentos -sea en formato oral, libro o serie- son absolutamente necesarios porque llegan al público a través de sus conductos emocionales. El ser humano tiene un conducto racional y para eso están los ensayos, pero la mayoría de las cosas nos llegan por vía emocional porque también somos seres emocionales. Sería imposible prescindir de esta vía, que si se suprimiera nos volveríamos locos.
-El personaje de la novela, el hijo, parece salvado por los libros. ¿Nos salva, nos cura la literatura?
-Nos salva a los que la practicamos como lectores y también como escritores. Yo soy fundamentalmente lector, y si me salva es porque me lleva a entender mejor el mundo. Además, los lectores tenemos una cualidad bastante alucinante y es que lo que nosotros leemos aprovecha al que no lee. Es como si tú te tomaras una pastilla para el dolor de cabeza y me quitara a mí la molestia. Muy poca gente ha leído a Cervantes, Shakespeare, Dante o Petrarca, pero los valores de esos autores y de toda la literatura están en la sociedad, también en la no lectora. Los lectores transmitimos por ósmosis los valores de esas representaciones, de manera que la literatura salva también a quien no lee. El lector por cada página que lee está salvando a un no lector.
-¿Entonces los lectores son imprescindibles para la sociedad?
-Absolutamente. No es necesario que todo el mundo lea, sino que se mantenga una masa crítica de lectores suficiente para que pueda transmitir los valores de lo que leen a la sociedad. Entendemos por masa crítica la cantidad de gente que hace falta para que pase algo. Conozco un caso de un escritor amigo cuyos hijos no leen, pero su casa está llena de libros y allí se habla con frecuencia de literatura. Pero estos chicos, da la impresión de que lo han leído todo porque por ósmosis los libros que no han tocado y las conversación con sus padres les han transmitido los valores de esas páginas. En este caso la masa crítica son los padres.
-Esa es la tradición oral del cuento.
-Efectivamente, ese es un modo de transmisión oral. Se da en ese domicilio en concreto y se da en la sociedad porque vemos una serie televisión donde se están copiando las fórmulas shakesperianas, o decimos esta película es muy cervantina. Así la sociedad recibe los valores de las lecturas.
-¿Alguna vez ha sentido la necesidad de hacerse invisible?
-La necesidad perentoria, no. Pero sí la fantasía. Cuando leo una novela que me gusta mucho me disocio de tal manera que por un lado está el que tiene la novela en las manos, y por otro el Juanjo que se ha caído dentro de la novela y está junto a los personajes, aunque ellos no le ven. Ese Juanjo es invisible para ellos.
-O sea que Juan José Millás se cae muchas veces dentro de la novela.
-Literalmente, sufro un proceso de disociación brutal. Lo que yo quería contar es lo brutalmente perturbadora que es la experiencia lectora. Tuve la suerte de convertirme en lector con la primera novela que leí, una obra de Julio Verne. Fue una experiencia como la disociación que cuenta la gente que ha tomado alucinógenos. Yo no necesito tomar eso, yo sentí esa disociación cuando tenía catorce o quince años y leí aquella novela, y todavía la sufro o la gozo
-¿Y los fantasmas existen?
-Bueno, depende. En la imaginación existen. Cuando me levanto a las cuatro de la madrugada y voy a la cocina a tomarme un yogur, tengo la impresión de que la casa está ocupada por fantasmas. Existen en la imaginación, y eso también es real.
-¿Hay en 'Solo humo' una reivindicación de la figura del padre en esta sociedad?
-Parece que sí, hay varios padres ausentes: el del protagonista, el de Cenicienta, el de Hansel y Gretel. Cuando el padre no está, uno se fabrica uno protésico que a veces es más rígido de lo que habría sido el real. La existencia del padre implica también la de unos límites, él es quien los pone. El ser humano necesita desesperadamente límites, un niño educado sin ellos está destinado a la locura.
-¿Y una reivindicación de los Hermanos Grimm?
-No me gusta la palabra reivindicación, hay como una puesta en valor de la necesidad de escuchar historias que representen el mundo de verdad. Las versiones de los hermanos Grimm son mucho más crueles que las versiones edulcoradas que luego nos ha transmitido Disney. Y esa crueldad es absolutamente necesaria porque los niños son buenos, pero también son crueles, tienen que verse reflejados para elegir el modelo.
-¿Hemos edulcorado demasiado la educación?
-Absolutamente. Hemos sobreprotegido demasiado, tal vez porque hubo un tiempo en que creímos que el mundo cada vez iba a ser mejor la realidad estaba acabada. Pero llegó la crisis de 2008, el capitalismo salvaje, el neoliberalismo económico y nos quedamos desconcertados porque no habíamos educado a nuestros hijos para ese mundo tan despiadado.
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