Julio y su Fira sigue siendo referencia histórica de la tauromaquia en Valencia, también en el planeta toro. Junto a San Fermín eran (son) las grandes citas que inauguraban el verano torero. Nació en 1871 con motivos de lo más urgentes. Había que ... mantener vivo el comercio de la capital ante la diáspora veraniega y no solo lo consiguió, sino que se erigió como pionera de lo que es un abono taurino a la usanza moderna. Hasta once festejos mayores llegaron a celebrarse, año 1929, a los que había que añadir las sesiones nocturnas (desencajonada, espectáculos cómico-taurinos ahora prácticamente prohibidos por un buenismo exacerbado y falsario, que se convertían en una excelente escuela de aficionados) y había igualmente veladas de lucha, actuaciones musicales… a cuyo reclamo se llenaba la plaza dos veces por día.
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José Luis Benlloch
En ese tiempo hubo innumerables sucesos de una gran trascendencia taurina y social bajo los más diversos regímenes políticos (república, monarquía, dictadura, y vuelta a empezar, república, dictadura, monarquía…) sin que los toros fuesen moneda de cambio ni bandera ideológica y sin que ello interfiriese en su gran aceptación social. De ese tiempo las hemerotecas conservan el testimonio de innumerables hazañas toreras que dieron pie a grandes leyendas e incluso a novelas de difusión internacional. Entre las primeras cuentan las hazañas del decimonónico Lagartijo; las de El Gallo y de su hermano José en competencia con Belmonte; las de nuestro Manolo Granero en aquella feria de 1921, la única que pudo disfrutar como figura; las tremendas competencias en la edad de plata, años treinta, con un manojo de grandísimos toreros como protagonistas: Marcial como heredero de la generación anterior, Manolo Bienvenida, Ortega, De la Serna, Armillita y los valencianos Vicente Barrera y Félix Rodríguez que contaban entre los mejores de la época, además de paisanos menos estelares como Torres, Pastor, Martínez o Chaves, entre otros, que gozaban de numerosos partidarios entre el paisanaje.
Los festejos de Julio del treinta y seis son otra referencia histórica a los que no se pudo llamar feria porque no se celebraron como tal, pero merecen párrafo aparte por la dramática singularidad bélica que les acompañó. El inicio de la contienda civil llega con los toros de las nueve corridas anunciadas ya en los corrales que se van lidiando en festejos sucesivos con carteles improvisados, todos a plaza llena y todos organizados por los comités de control de UGT y CNT y, según rezaba la propaganda, a beneficio de las milicias antifascistas. En los mismos participan fundamentalmente toreros locales, pero también grandes maestros como Domingo Ortega y Vicente Barrera. Unos lo hacen vestidos de luces, otros con el mono de obrero y brazaletes de identificación sindical. Famosa es la fotografía en la que milicianos llegados desde Borox, hombres de campo como su ídolo, sacan en hombros al maestro Ortega vestido con un mono obrero. Cuestiones que confirman de manera definitiva la nula adscripción política de los toros por mucho que en la actualidad se les quiera empujar hacia una determinada ideología.
Después de la guerra se mantiene el esplendor de la feria con sucesivas ediciones que se identifican con las más grandes figuras del momento. La feria de 1942 conocida por la feria de Manolete, en la que el Monstruo arrasa en el ruedo y en la calle; la feria de las novilladas en 1950, en la que Aparicio y Litri torean todas las tardes con un tercer espada y un mano a mano final en detrimento de los matadores de toros.
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En la feria de 1959 como broche final y bajo el auspicio de la Asociación de la Prensa, se organiza para conmemorar el centenario de la plaza, un mano a mano entre Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez. La combinación que en principio forma parte de una calculada y apacible competencia ideada por el viejo zorro Domingo Dominguín, que quiere potenciar el cartel de los dos cuñados (su hijo y su yerno) acaba convirtiéndose en el capítulo más decisivo del titulado por Hemingway como 'Verano peligroso'. En las previas se habla de un encuentro entre el torero castellano que representa Luis Miguel y el andaluz de Antonio Ordóñez. Hablan del arte y de la técnica, del torero veterano y del torero creciente, hablan en realidad de competencia y proponen el partidismo con Valencia como escenario.
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La tarde transcurrió por los caminos de la discreción, hasta que saltó a la arena el quinto en plena tormenta veraniega. Una racha de viento deja al descubierto a Luis Miguel y el toro le voltea y le hiere. Ordóñez es el primero en llegar al quite. Luis Miguel se levanta tambaleándose y se lleva las manos a la ingle. En la plaza queda la sensación de una gran cornada. En la enfermería los doctores Valls y De Luz le intervienen de una cornada en el triángulo de Scarpa que califican de grave. Es un momento de mucha tensión ambiental. Con Luis Miguel en la enfermería, a Antonio se le desborda la ambición, quiere arrollar y marcar distancias. Cuentan las crónicas que la faena es de altos vuelos. Le conceden dos orejas y le sacan en hombros. Aunque aquella fue sin duda una de las mejores faenas de Ordóñez en Valencia, nadie podía pensar que alcanzaría rango internacional de la mano de un americano.
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El suceso conmocionó la ciudad. Luis Miguel, que fue intervenido en la enfermería de la plaza, es trasladado a su habitación del hotel Royal, donde llegó a medianoche, desde Madrid, su esposa Lucía Bosé. Al diestro le atiende directamente el doctor Tamames (padre del actual economista Ramón Tamames) que viaja habitualmente con él y comunica a los periodistas antes del cierre de las ediciones que el torero está con las molestias propias del postoperatorio. Al día siguiente se le trasladó a Madrid en avión. Es el gran tema en la ciudad y los periodistas especulan si lo hará en un vuelo privado o en un avión de línea según el lenguaje de la época. Detalles y posibilidad que solo estaba al alcance de muy pocos en la España de entonces y deslumbraban a los aficionados.
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Aunque de pronóstico leve, el día siguiente es Ordóñez quien cae herido en Palma de Mallorca, lo que motiva que los dos cuñados se encuentren de nuevo, sólo que esta vez en el Sanatorio de Toreros de Madrid: Luis Miguel en la habitación 111¸ Antonio en la 307, próximos pero distantes. Los visitantes sienten y algunos hasta fomentan la competencia, Hemingway se retrata con Antonio y el detalle se entiende como una definitiva toma de partido.
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