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Quizás lo que padece Kanye West es simplemente lo que los bolivianos también denominan apunamiento o el problema de adaptación del organismo al mal de ... altura. El artista, ahora oficialmente conocido como 'Ye', manifestaría los síntomas de una megalomanía acorde con su estatus de superestrella. Nadie puede negarle esta última condición. Las cifras resultan apabullantes. El músico estadounidense, de 47 años, ha vendido más de 100 millones de discos, ganado 24 premios Grammy y cuenta con más de 67 millones de oyentes que escuchan regularmente sus canciones en la plataforma Spotify, el nuevo 'hit parade'. Tal vez, las extrañas declaraciones antisemitas y la actitud hacia su esposa Bianca Censori están relacionadas con el vértigo que suscita residir en la cima del Olimpo.
Todo parece excesivo, y un tanto errático, en la vida de este genio de la producción, composición e interpretación, diseñador de moda y ahora también promotor cinematográfico. Su enorme proyección mediática convierte en portada cualquier comentario y siempre ha sido proclive a declaraciones altisonantes. Aunque hace ya un par de décadas que goza de fama estratosférica en Estados Unidos, este individuo de gesto adusto fue conocido en nuestro país por el matrimonio con Kim Kardashian, una voluptuosa 'celebrity' que escaló la fama por gozar de un trasero que, como el talento marital, también poseía una magnitud considerable.
El éxito le llegó a West en la primera década del siglo. Fue un joven talentoso con múltiples intereses antes de dedicarse a la producción musical y la composición. Su irrupción se produjo a través de la dedicación al rap basado en el sampleado de clásicos del soul. Nada nuevo, aparentemente, pero en Estados Unidos la diferencia era evidente. Sus letras diferían de la corriente en boga inspirada en experiencias callejeras, sexo y violencia. El autor, crecido en un hogar de clase media en Chicago, mostraba otros intereses cercanos a su origen social, la educación o la fe.
La recepción multitudinaria de los discos 'The College Dropout', 'Late Registration' y 'Graduation', consolidó su crédito comercial y artístico. La osadía estilística también ha sido una de sus señas de identidad con la constante variación de referencias, desde el dance y el pop a ritmos más electrónicos, arreglos orquestales o el uso descarado del 'autotune'. Su meteórica ascensión sufrió el primero de los contratiempos en la ceremonia de entrega de los premios MTV de 2009, cuando el músico saltó a escena y arrebató el micrófono a la galardonada Taylor Swift para protestar porque el premio no había recaído en Beyoncé.
Aquella insólita reacción comenzó a cuestionar su personalidad. El incidente constituyó el prolegómeno de otras actitudes extrañas en paralelo a su consagración como autor de proyectos gigantescos y complejos que desembocarían en álbumes con escuchas masivas o en proyectos de moda en asociación con grandes firmas de lujo. Sus entrevistas mostraban a alguien con un discurso a menudo incoherente que, por ejemplo, aseguraba que la esclavitud fue una elección. Además, también se mostraba como una 'rara avis' del ámbito creativo al declarar su admiración por Donald Trump.
La crónica rosa llegó en auxilio. El matrimonio con Kardashian, una figura de la telerrealidad más surrealista, impulsó su proyección y, posiblemente, también los conflictos internos. Entre otras consecuencias, provocó un ingreso clínico en 2016 víctima de una crisis nerviosa. Poco después, admitió que sufría un trastorno bipolar y, posteriormente, que habían cambiado su diagnóstico por autismo.
Los problemas se han acentuando en los últimos años. Mientras que su conversión al cristianismo impregnaba la filosofía de sus discos e, incluso, le conducía al góspel, la incesante actividad en las redes sociales mostraba una deriva ideológica preocupante en la que se sucedían comentarios incendiarios y retractaciones. Así, realizó afirmaciones como que la muerte de George Floyd, víctima de abusos policiales, fue debida al consumo de fentanilo y, más tarde, vertió en Twitter acusaciones antijudías.
Estas 'boutades' derivaron en la rescisión de sus contratos con Balenciaga y Adidas. Pero nada ha cambiado. Tras una disculpa formal, volvió a generar rechazo al publicar una imagen de una esvástica y una estrella de David entrelazadas. Los últimos acontecimientos han agudizado esa impresión de desconcierto. En su web anunció la venta de una camiseta con el símbolo nazi y, una vez más, ha colgado frases laudatorias hacia Adolf Hitler que alimentan las dudas sobre su equilibrio mental.
Las imágenes de Bianca Censori, su segunda esposa, vestida con una prenda trasparente en la última ceremonia de entrega de los Grammy sugieren una extraña relación de poder y sometimiento. La prenda formaba parte de la colección del magnate. Como ha ocurrido otras veces, ha dado lugar a nefastas consecuencias. La repulsa por estas prácticas le ha generado pérdidas millonarias en su vertiente empresarial, incluso la expulsión de su agenda de representación.
Todo parece extrañamente desquiciado. En cualquier caso, esa bizarra mezcla de fascinación y rechazo seguirá impulsando la carrera de Kanye West. El creador, ya uno de los grandes de la música de todos los tiempos, anuncia el próximo estreno de una película y la inminente aparición de un nuevo disco. La expectación está servida.
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