Kike Cherta Javier Moreno Cañaveras

Kike Cherta: «El escritor es tan precario que solo puede ser escritor en sus ratos libres»

El autor publica su primera novela, 'Los Miralles', donde disecciona conceptos como la religión, la duda o la identidad desde los ojos de una perturbada familia

Lunes, 15 de abril 2024, 01:26

Kike Cherta acaba de publicar su primera novela, pero parece que sea, como mínimo, la cuarta o la quinta. Hace pensar que quizás no es necesario haber publicado para ser un gran escritor. Quizás es porque su libro lleva fraguándose en su cabeza desde ... hace veinte años. Se llama 'Los Miralles', transcurre en la Comunitat y mezcla conceptos que seducen desde la primera página: religión, duda, identidad y, lo más importante, una panda de tarados que raya entre lo humorístico y lo macabro.

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'Los Miralles' son una familia de Berinossent (un pueblo ficticio de Castellón) que lleva generaciones protegiendo un manzano bajo el argumento de que es el Árbol del Edén. Nadie puede acercarse a él y, bajo ningún concepto, nadie puede comer su fruto. El protagonista, que escapó de su perturbada familia quince años atrás, vuelve ahora porque su padre está a punto de morir. Kike Cherta responde a las preguntas de LAS PROVINCIAS.

-Esta historia nace de un relato breve que fue creciendo hasta convertirse en una historia de más de 500 páginas. ¿Cuánto tiempo has estado cocinando esta historia?

-Pues la idea del árbol custodiado por una familia desde hace generaciones me surgió cuando tenía veintipocos. Es una historia que ha vuelto a mi vida muchas veces desde entonces. Lo hizo en forma de cuento, pero vi que tenía mucho más potencial, así que siempre quise darle una vuelta más. Tuve un viaje de dos años y medio por el mundo en el que mi chica y yo nos prohibimos escuchar música, radio… Nada. Como casi todos los trayectos los hacíamos en autobús, pasé muchísimas horas mirando por la ventanilla. Fue después de ese viaje cuando me senté a escribir 'Los Miralles', su versión definitiva.

-Si los Miralles dejan de proteger el árbol, el mundo acabará. Es una idea absurda que comparas con otras tradiciones y ritos de otras religiones como azotarse en Semana Santa en Filipinas. ¿Es Los Miralles un desmantelamiento de la religión?

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-No sé si tanto un desmantelamiento como un intento de comprenderla. La religión y la fe siempre me han obsesionado. ¿Por qué cree la gente? Me fascina esa capacidad de no dudar, y me encantaría tenerla. Ese sostén que aporta la fe, ese confort… En Los Miralles se presenta como un doble rasero: La familia es prisionera del manzano, pero al mismo tiempo eso los hace especiales. Si no lo cuidaran serían muertos de hambre, pero como lo hacen, tienen una razón de ser, son elegidos de Dios. Esa importancia que nos damos a nosotros mismos al creer es uno de los motivos por los que la gente tiene fe.

-El protagonista pasa de la creencia ciega durante su infancia y parte de su adolescencia, a un agnosticismo que roza el ateísmo más cínico. ¿Por casualidad coincide con la relación que tú mismo has tenido con la fe a lo largo de tu vida?

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-Sí, coincide. Me gusta que hables de la duda porque Moisés representa una duda constante. Es curioso: todos sabemos que no pasa nada si pasas por debajo de una escalera, pero, por si acaso, no lo hacemos. O si alguien habla de algo malo y tenemos madera cerca, la tocamos. Todas esas ideas me atraen mucho. Mi relación con la fe va por ahí. De pequeño fui monaguillo, y lo fui mucho más tiempo de lo normal, porque aunque dejé de creer muy pronto, la religión me obsesionaba. Me recuerdo en la liturgia pensando el porqué de toda aquella parafernalia. Me decía: Dios no existe, okey, pero ¿y si resulta que sí?

-El protagonista retrata ese amor-odio tan patente en el concepto de familia nuclear que todos conocemos. Moisés no puede estar con ellos, pero por estar sin ellos se enfrenta a multitud de traumas. ¿Qué has buscado transmitir con esto?

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-Comencé escribiendo un libro sobre religión y acabé escribiendo un libro sobre la familia. Respetamos estos conceptos y somos partícipes de los mismos no porque creamos en ellos, sino porque siempre han estado ahí. Esa idea de buscar el cariño de los padres, de no defraudarlos… Y esa forma de los padres de cuidar, vigilar, juzgar, proteger, mimar… Es uno de los temas más grandes de la literatura universal, y lo es porque todos nos vemos reflejados en él. Además, a nivel narrativo te permite plantear un abanico inmenso de relaciones entre unos y otros.

-Tienes una voz muy personal. El libro está plagado de jerga e incluso se podría decir que es un monólogo frenético del protagonista. ¿Te ha resultado muy complicado escribir de esta forma?

-Me resultó complicado encontrar la voz de Moisés. Su voz vino de un relato fallido que tenía una voz a la que le vi potencial. Decidí trasplantar esa voz por consejo de un amigo y la coloqué en esta idea. Funcionaba super bien. Mi problema ahora es quitarme a Moisés. Yo antes tenía un estilo más pulcro, pero al haber pasado tanto tiempo con él, es complicadísimo apartarlo de mi escritura. Es una voz muy potente y juguetona. Cuando la tienes te das cuenta: va sola.

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-Todo transcurre en un pueblo inventado de la costa de Castellón, Berinossent. Mola mucho ver que la panda de pirados de remate que son los Miralles valencianos y digan cosas como 'fill de puta', 'arrosejat' o 'festejar'.

-Creo que en todos los pueblos hay una familia a la que se le deja hacer. Familias peculiares que, a poco que miremos, las encontramos. En cada pueblo hay unos Miralles, una familia que de esas que si mañana te dicen que en realidad son una secta de pirados, te lo crees. Lo hemos visto también en La Mesías, que está basada en una historia real.

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-A propósito de La Mesías, se estrenó justo un mes después que Los Miralles, y tienen una trama similar.

-Los Miralles y La Mesías comparten la ruralidad y el fanatismo. Es un mejunje que, me da la impresión, está resurgiendo como el espíritu de estos tiempos. Me veo con 'Carcoma', de Layla Martínez; con 'Las herederas', de Aixa de la Cruz… Creo que vuelve el interés por la ruralidad, la familia, lo sobrenatural, la religión…

-Los índices de lectura han aumentado en los últimos años y cada vez hay más editoriales, pero todo sigue siendo sumamente precario para el autor. ¿Crees que el sector editorial está en un buen momento?

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-Hay una tendencia interesante: cada vez hay más editoriales independientes que creen y trabajan en dar visibilidad a voces nuevas. Esa cara luminosa del sector se mezcla con la dictadura de lo que está de moda: publicar a autores que triunfan en redes sociales. Pero eso, en el fondo, no es nuevo. Es el tradicional equilibrio entre el arte y el negocio, que ha estado ahí desde el principio. No obstante, es cierto que ahora, los autores de los grandes sellos tienen que ser publicistas, showmans… Yo eso lo llevo regular. Saco adelante mi Instagram como puedo (ríe), pero era muy feliz sin él. Ahora no me queda más remedio. Admiro a los autores que pasan de las redes.

Los grandes sellos como Anagrama, Seix Barral o Planeta intentan que los libros que publican sean buenos, claro, pero lo que más miran no es eso. No miran tanto la literatura. Y bueno, en contraposición a esto, nunca había habido tantas editoriales independientes sacando cosas buenas.

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-Cada vez surgen nuevas formas de narrar que huyen de lo canónico y buscan acercarse más a la realidad. Las nuevas fórmulas, en parte, han sido arrasadas por la modernidad. ¿Qué opinión tienes de esto?

-Fíjate: el 80 o 90% de los libros que yo leo son así, han dejado a un lado el esquema clásico de novela. Me encantan, pero es cierto que cada vez se apuesta más por esas voces nuevas y, en parte, nos estamos olvidando un poco del desarrollo de un personaje, de una trama… Insisto, la autoficción y el posmodernismo en la literatura me encantan, pero a veces siento que nos estamos quedando sin esas novelas largas en las que meterte, profundizar en la trama, enamorarte de los personajes…

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Durante mucho tiempo tuvimos novelas clásicas donde todo estaba escrito con escuadra y cartabón. Ahora atrapan las voces diferentes porque se salen de los márgenes. Quizás, en ese sentido, nos estamos olvidando de las cosas importantes por las que nos enganchaban las historias. Aunque creo que volverá, claro, es como el Péndulo de Foucault.

-¿Tienes algún proyecto entre manos? ¿Qué nos puedes contar?

-Sí, tengo algo entre manos, pero estoy un poco parado porque es muy difícil escribir mientras trabajas. Se habla poco de la precariedad del escritor. Los escritores lo somos escritores en nuestros ratos libres. Entre las clases de escritura creativa que imparto y que ser padre ocupa mucho tiempo, es difícil llegar a todo. Tengo un proyecto de cuentos y una historia más larga que también ahonda en el tema de la duda y la fe, aunque quizás no tanto en la religión. Pero sí en las creencias fantásticas y paranormales.

-Además de escritor, coordinas clubes de lectura y eres profesor de escritura creativa. Tú que te mueves entre escritores todo el tiempo, ¿qué le recomendarías a un joven escritor novel que se da de bruces contra la precariedad absoluta del sector?

-Que lo haga por amor, porque si espera hacerlo con la idea de publicar, la realidad le va a dar un buen golpe. El premio por escribir es escribir. Y en buena medida también es una cuestión de suerte. Todos los días se acumulan grandes novelas en las mesas de las editoriales, y muchas se pierden. No creo que todas las buenas novelas se estén publicando. También le diría que no se quede solo. Es un error muy frecuente del escritor aislarse. Un escritor necesita amigos escritores, compañeros.

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