Mucho, tanto que no es posible una enumeración, se ha perdido con la DANA. Y entre todo lo que el barro ha arrasado: libros, miles ... de libros. Numerosas lecturas han desaparecido fundidas en montañas de barro y de papel mojado. Una mirada a las bibliotecas públicas de la zona afectada demuestra la magnitud de la pérdida. Albal, Aldaia, Picanya, Sedaví, Alfafar, Paiporta, Catarroja, Algemesí, l'Alcúdia… Y más pueblos aparecen en el triste listado elaborado por el Colegio Oficial de Bibliotecarios y Documentalistas de la Comunidad Valenciana (Cobdcv).
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El barro ha borrado para siempre las páginas de los volúmenes que mostraban sus lomos desde los anaqueles de las salas de lectura. Pero, no sólo. El daño va más allá. Yolanda Puchades, presidenta del Colegio de Bibliotecarios pone el acento en una cuestión de trascendental importancia cuando cita la pérdida social que supone contemplar que las bibliotecas hoy son espacios vacíos en los que el calor de los libros se ha enfriado. «Hay que tener en cuenta que las bibliotecas no sólo son salas de lectura, son también lugares de encuentro de los ciudadanos». No se puede perder de vista «el valor social que aportan a los pueblos. No sólo se pierden lecturas, también el fomento lector».
Son valores que ahora quedan en suspenso a la espera de que los espacios que los acogían se recuperen. Produce «mucha frustración», sostiene la presidenta del Cobdcv, contemplar el escenario. No se han cuantificado los daños. Lo que sí se sabe es que en algunas localidades sólo se han «salvado el diez por ciento de los fondos», tal vez los ejemplares que se encontraban en los estantes más altos.
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Un ejemplo de las lecturas que han desaparecido llega desde Albal, donde la bibliotecaria Marisol Rotglá, afirma que «unos 18.000 volúmenes» se han desecho con el agua y el barro. «Ahora estamos haciendo el inventario». La biblioteca de esta localidad se encuentra en una planta baja, circunstancia que agrava la situación. Hay otros casos, como el de Picanya, donde el daño siendo muy grave, no se ha cebado en la totalidad. En éste pueblo la literatura infantil y juvenil han sido las víctimas. Las demás lecturas estaban en plantas altas. Entre siete y ocho mil títulos, según los datos que facilitan fuentes municipales, se han borrado de la memoria de Picanya.
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Contemplar las salas hoy, es mirar el vacío. La imagen que devuelven es la más alejada de la que cualquiera se imagina cuando piensa en una biblioteca. Estanterías sin libros, ausencia de mesas y sillas. Y los ordenadores donde se registran los fondos, las entradas y las salidas de lecturas, desaparecidos. Sólo los rótulos en las fachadas, si es que han resistido la furia de la riada, identifican las salas. En Paiporta, un muro de ladrillo, cubre el hueco de lao que fue una puerta.
Ya han emprendido el camino hacia la recuperación. Están limpias de barro, pero queda mucho por hacer. En estos momentos los trabajos se centran en terminar la limpieza, secar los espacios, hacer inventario –comprobar qué ha desaparecido y qué ha superado la dura prueba–, todavía no ha llegado el momento de reponer las estanterías. Yolanda Puchades insiste en esta cuestión. De hecho, el Colegio de Bibliotecarios lleva varias semanas dando a conocer a través de su cuenta en Instagram que «de momento no necesitan libros». En el mismo medio han ido informando puntualmente de las necesidades, que han pasado por deshumidificadores, ventiladores y ordenadores.
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No dejan de recibir ofertas de donación, ante las que Yolanda Puchades manifiesta su agradecimiento al mismo tiempo que hace hincapié en que de momento no es lo que se necesita. En esta idea redunda Marisol Rotglá: «Tenemos que ir paso a paso. Primero la obra, luego pintar y arreglar el suelo. Luego ya pasaremos a las estanterías».
En medio de esta situación, como publicó LAS PROVINCIAS, la invitación de una lectora de Picanya, Nuria Collado, a través de Instagram despertó una marea de donaciones que la llevó a buscar un bajo para recibir los ejemplares. El Ayuntamiento y la propia impulsora de la acción solicitaron que se frenaran las donaciones porque «se nos ha ido de las manos».
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La razón por la que desde distintos frentes apuntan que no es el momento para las donaciones no es otra que la falta de espacio para guardar los volúmenes que lleguen. Y es que en estos momentos hay que empezar con las obras donde sean necesarias.
«Estamos a la espera de las ayudas para la adecuación de espacios», apunta la presidenta del Colegio de Bibliotecarios. La organización colegial está en contacto con el Ministerio de Cultura y con la Generalitat Valenciana. Las dos administraciones «nos tienen en cuenta para las ayudas», señala.
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Puchades recuerda que el ministerio publicó que para las bibliotecas se planteaba la creación de un buzón para conocer las necesidades de los equipamientos y apuntaba que «las ayudas de modernización de librerías y bibliotecas contarán con un criterio de prioridad para las zonas afectadas». Pero, de momento, «no sabemos cómo se repartirá». En cuanto a la Generalitat, están pendientes de lo que pueda conocerse la próxima semana.
Miles de libros han desaparecido de las bibliotecas públicas y archivos de la zona afectada, pero también bibliotecas privadas, de particulares que aman los libros y la lectura, han sufrido la cruel situación.
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La muralla de barro que los primeros días después de la riada se observaba ante las fachadas de las casas daba cuenta de cómo el papel impreso, que con el agua mantiene muy mala relación, había sido azotado con saña.
Queda la recuperación de cuanto se pueda y la reposición de todo aquello que ha desaparecido. El universo cultural necesita las bibliotecas porque los pueblos de la DANA necesitan sus libros, y también como apunta Yolanda Puchades, ese «valor social» que les aportan para avanzar.
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