Hay algo misterioso en Alice Kellen (Valencia, 1989). Hay muchas cosas misteriosas, como su verdadero nombre. Pero en particular, lo inefable tiene que ver con esa fórmula que parece haber encontrado para que todas sus novelas sean superventas. La última se acaba de publicar. «Donde ... todo brilla» es una historia de dos amigos que, unidos por un vínculo irrompible, crecen y brillan en un pueblo pesquero del norte de Estados Unidos. Su éxito es incomprensible hasta para ella, que admite ser muy crítica consigo misma. Bien pensado, quizá es esa la clave del triunfo.
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-La estructura de «Donde todo brilla» está dividida en tres grandes partes, «lo que olvidamos», «lo que rompimos» y «lo que somos». Vayamos una a una. ¿Cuánto de lo que olvidó hay en su escritura?
Creo que es la parte que más hay. Al final, de todo lo demás te lo puedes imaginar, pero te cuesta un poco ponerte en la piel de cómo es otro niño que no eres tú. Cuando creces te fijas más en gente de tu alrededor o en situaciones que han pasado, pero es verdad que al ir a la niñez, sobre todo en el personaje de Nikki, es mi forma de experimentar la niñez, con ese mundo de magia y fantasía. Me sentía muy cómoda en ese entorno y no quería salir cuando llegas a etapas en las que el mundo te obliga a hacerte mayor y ser un adolescente y echar de menos lo que dejas atrás.
-¿Hay que romperse para escribir bien? Siempre se ha apuntado esa idea de que sólo se escribe bien desde la tristeza.
Hombre, más que romperse, creo que tienes que ser una especie de serpiente que va mudando de piel y ser capaz de trasladarte a la mente de una persona de 15 años, o una persona de 8 años, o una persona de 68 años, e imaginar, o intentarlo, lo que piensan. Si es algo que has vivido tienes la suerte de poder trasladarte ahí y hacer el ejercicio de cómo veías las cosas entonces, no como la ves en este momento. Desde mi percepción no voy a sentirlo igual que una niña de 14 años. Vas a pensar, «pero si es una tontería, esto no es grave». Pero para ese niño es un mundo, y para esa persona de 14 años, lo que le haya pasado en el instituto ese día es lo más importante. Es lo que se tira toda la tarde pensando. No puedes narrarlo desde tu realidad, tienes que irte allí,¿sabes? Tienes que volver atrás un poco y meterte en la piel y empatizar. Sin juzgar, porque esa etapa es bonita, cuando se viven las cosas de una manera diferente, hasta de un modo sensorial. En la niñez, iba mucho a los veranos y me recordaba a mí misma esa sensación de que los días eran muy largos, el verano era muy largo, cuando volvía al cole es como si hubiera pasado muchísimo tiempo cuando habían pasado dos meses. A nivel sensorial, tu percepción del tiempo es diferente a los 30 años que a los 7. Hay que intentar irte con todo, sin hacer trampas.
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-Sí, lo que pasa es que sus personajes, cuando hacen ese recorrido hacia la adultez, son demasiado buenos. No son cínicos, no están enfadados con la vida. ¿Por qué nunca llega a ese punto? ¿Es decisión consciente?
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Bueno, creo que distingo mucho cuando escribo una novela un poco más juvenil que cuando la novela es un poco más adulta. Es verdad que el público joven, en general, tiene una visión del amor con menos aristas, quiere personajes muy buenos o muy malos, te deja menos libertad a la hora de navegar entre luces y sombras. Se quedan muy planos en ese sentido. Se entiende que a esa edad buscas eso. Cuando he escrito novelas como «Tú y yo, invencibles» o «La teoría de los archipiélagos», que son un poco más adultas, me he permitido hacer personajes que tienen esa complejidad. Pero claro, normalmente a la gente joven no le gusta leer eso, es incómodo. «Yo quiero al héroe y a la heroína, y quiero verme reflejado», ¿sabes? Y no nos gusta vernos reflejados en personajes egoístas, aunque todos lo seamos en el fondo.
-¿Qué piensa de los comentarios despectivos hacia la gente que vende mucho?
Bueno (risas)... a ver, es algo que está ahí, pero en general ya no son críticas a los que venden mucho, sino también cuando se considera más de entretenimiento. No lo sé, creo que es algo cultural, que simplemente se le da menos valor. Todo esto es muy relativo, porque hay novelas que a lo mejor están consideradas en alta estima y que he leído y no me han transmitido nada, y hay otras que sí, que me han tocado o me han cambiado la vida, y luego me pasa lo mismo con otros géneros que están menospreciados. Hay novelas que a mí… ostras, me han tocado, ¿no? Y se me han quedado ahí. Al final, cuando se trata de algo creativo, algo artístico, sea en música, cine o literatura, simplemente lanzas un mensaje y depende de a quién le llegue y cómo le llegue. Todo lo demás es ruido. Se puede decir lo que se quiera pero al final es algo en lo que sigue mandando siempre el público y que no podemos controlar. No hay una campaña de marketing que pueda sostener algo durante meses y meses. Pero luego depende del boca a boca.
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-Nos interesa mucho la fórmula Kellen. ¿Cuál es su secreto?
No, qué va. Soy la primera que cada vez que tengo que plantear un proyecto, me angustio. No sé qué hacer, tengo varias ideas… no sé, siempre lo veo peor de lo que luego es. Y mientras voy escribiendo soy muy crítica conmigo misma. Me autocastigo mucho. Nunca estoy satisfecha con ningún libro que haya escrito. Siempre pienso…
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-El síndrome de la impostora.
Sï, siempre veo todos los vacíos que tiene la novela y todas las carencias. ¡Es verdad! Cuando me preguntan el secreto, siempre pienso, «ojalá lo supiera», porque mientras escribo es un sufrimiento constante. La gente de mi entorno y las compañeras me dicen que es una tortura.
-¿Puede ser que haga un tipo de lectura que conecte muy bien con el tipo de público que más lee, que son las mujeres jóvenes?
También, pero pienso que hablo de cosas cotidianas, vínculos, afectos y problemas que no son supermarcianos. Los personajes tienen sus vacíos, sus carencias y sus virtudes y se equivocan, y aciertan, y son humanos. No sé… Al final es que si no te puedes ver reflejado ahora, que puedas empatizar y comprender al personaje. La madre de una amiga, de 70 años, me dijo hace poco, «me he leído 'El mapa de los anhelos', ¡me he sentido tan identificada con la protagonista!». Y yo pensaba, «si la protagonista tiene 22 años y está en la búsqueda de su vida». Ella me decía, «sí, bueno, yo estoy en otra etapa, pero es que la entiendo tanto… me recordaba a mí cuando tenía su edad». No hace falta que estés en ese momento, sino que los entiendas y vivas la historia, que te sumerjas y te dejes llevar.
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-¿Por qué se lleva las historias a entornos americanos?
A ver… es verdad que las novelas que son mis preferidas, pero que no suelen ser las preferidas del público, están ambientadas en España. Pero no sé si es porque las veo de una manera más íntima, y son más crudas normalmente. Son «Tú y yo, invencibles», «El chico que dibujaba constelaciones», «La teoría de los archipiélagos» y «Sigue lloviendo», que está para reeditar. Tres son en Valencia y una en Madrid. Para mí, son más crudas. Son más realistas y más adultas. Son más íntimas. Y cuando me voy fuera, normalmente hay una barrera entre la novela y yo. No es que la sienta menos, pero es diferente. Lo que me gusta de esto es que no sé si sería capaz de escribir tropecientas novelas todas en Valencia. Llegaría un momento en el que el entorno no me sería tan importante. Ahora tengo una idea de una que transcurre en Valencia, pero me viene sin que lo busque. «Donde todo brilla» sale de un reportaje que vi sobre la pesca de la langosta. Y luego hay novelas que no podrían ser en otro lugar, como «El día que dejó de nevar en Alaska». También te da libertad para hacer otras cosas, aunque requiere una documentación. Yo veo la trama y hay algo que me tira a dónde tiene que estar ubicada.
-¿Y hacia la literatura de género como romántica o young adult?
A mí cuando me preguntan de qué escribo, digo novela de amor, pero no porque me moleste que me categoricen como romántica, sino porque las lectoras de romántica tienden a esperar un final feliz. Me niego antes de sacar la novela a avisar de que no acaba bien. Para contentar a todo el mundo, digo que son historias de amor. Unas son más adultas y otras más juveniles. Tengo algunas en las que vienen las niñas y digo, «es imposible que hayan entendido esta novela». Yo voy creciendo, quiero hacer más cosas y hablar de más temas, pero es difícil diferenciarlo: la gente ni se lee la sinopsis. «Tú y yo, invencibles» va de un matrimonio en la Movida madrileña que tiene una relación muy tóxica y no creo que a la gente joven le interese.
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-Pero tampoco es su trabajo educar.
No, claro, es que esa es otra de las cosas. No me gusta sentirme responsable: no escribo para educar a nadie. No todos los personajes tienen que hacer lo correcto o que yo diga a los lectores que hagan eso. Yo quiero contar una historia y no quiero que me influya porque esa responsabilidad me corta las alas a nivel creativo.
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